Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Marqués de Sade, lujuria y vino

  • Redacción
  • 2005-11-01 00:00:00

Incluso sus descendientes rehusaron el título de marqués, y sólo a mediados del siglo XX su figura es recuperada, pero más bien como objeto de estudio de una pretendida psicología sexual que como sujeto digno de destacar. No se le perdonó su violencia erótica, su «desenfrenado delirio de vicio». Condenado como loco, y encerrado en el asilo para locos de Charenton, conserva, hasta el final, su plena lucidez; aquí muere a los 74 años, de los cuales 30 pasó en prisión. Quizás obra literaria y vida nunca siguieron caminos tan paralelos y convergentes. Asesinato, violación, adulterio, nada se interpone al deseo individual y nada implica una sanción social. En este desenfreno vital no falta, como era esperable, el vino como elemento ensamblador, casi siempre, de las acciones; y el vino, por supuesto, siempre es excesivo, siempre está llevado al máximo: «…llenos de vino y lujuria se abalanzaron como furias sobre ellas». Cuando Victorine iba a desayunar: «…sobre su mesa había trufas, paté de Périgueux y una mortadela de Boulogne, que rodeaban seis botellas de vino de Champagne, y nada de pan.» El vino forma parte de la propia esencia del libertino: «Bebamos, dijo mi padre… porque jamás podréis ver un verdadero libertino que no sea borracho y buen comedor». También el vino propicia esos remansos apacibles de confidencias melosas en un barco: «…bebimos una botella de vino de Siracusa, y la encantadora muchacha empezó a contarme sus aventuras»; pero también otros momentos en que la bestia acecha: «Durante la tarde, asqueado ya de mis fatigas y acabando de beber algunas botellas de vino griego…, me trajo a la memoria que tenía una deliciosa víctima.» El vino constituye un eficaz antídoto para rehabilitar esas bajadas vitales que advienen de cuando en cuando: «Nos bebimos los dos un vaso de vino de Champagne, antes de que Justine se pronunciara, y este licor encantador tiene la particular propiedad de determinar en el hombre todos los vicios y todas las virtudes, pronto ayudó a Justine a abandonar su desgracia». Si el exceso es la esencia de vida, no quiere decir esto que dicho exceso no posea la sutiliza suficiente como para dejarnos un sabor de boca muy agradable. Baste citar alguno de los vinos elegidos para una comida: «El de Borgoña apareció con los entremeses, el champán con los asados…, el ‘tokay y el madera’ a los postres. Y poco a poco las cabezas se fueron calentando». Y si existe alguna persona capaz de alargar el placer, pues mucho mejor: «Hacía regularmente tres comidas, y las hacía largas y muy abundantes, y las diez botellas de vino de Borgoña eran su mínimo de ración diaria». Vinos de Italia, del Rin, del Rodano…, desfilan por la Autobiografía de Sade y sus novelas, para poder escribir algo como esto: «Veo a mi hermana, a caballo, desnuda, sobre un gran bidé lleno de vino, y nuestro hombre con una gran esponja la limpiaba, la inundaba, y recogía, con sumo cuidado, hasta las más insignificantes gotas que se deslizaban de su cuerpo y de su esponja».

enoturismo


gente del vino