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Marqués de Monistrol: La cuna de la espuma

  • Redacción
  • 2002-04-01 00:00:00

Diez millones de botellas reposan en el laberinto de la cava, custodiadas por el espíritu de los monjes del histórico monasterio, los que antes del primer milenio plantaron y criaron las primeras cepas y rezaron en el valle, al pie de Montserrat

Los dominios del VII Marqués de Monistrol, Alfonso Escrivá de Romaní, los que en su día dieron nombre a la villa, Monistrol d’Anoia, son hoy una hermosa finca circundada por el mayor viñedo de San Sadurní. Cuatrocientas cincuenta hectáreas que han alimentado pámpanos y racimos antes del año mil, y que hoy, en manos de este bodeguero preparado y capaz, sólido y arriesgado a la vez, miman las cepas autóctonas, las tres variedades con las que se ensambla el cava, mientras aclimatan con éxito variedades foráneas como la Muscat, Merlot, la inevitable Cabernet sauvignon, Chardonnay, Tempranillo o Garnacha.

Cepas y cavas monacales

De herencia le viene ese carácter innovador. La Masía Monistrol nació, como su nombre indica, de un histórico monasterio, documentado en manuscritos del siglo XII, aunque los calados románicos de las cavas permiten suponer que el edificio es incluso anterior. Las cepas monacales se extendieron en manos de los sucesivos Marqueses de Monistrol desde el siglo XVIII, pero en el XIX sucumbieron a la filoxera junto con todas las de la región. La solución común es bien conocida, replantar las viñas con pies americanos, inmunes a esta plaga, pero la originalidad y la visión de futuro los llevó en esta propiedad a injertarlas con variedades nuevas. Uvas que generaron un nuevo vino blanco, el que, elaborado por el método champenoise, se transformaría en lo que hoy llamamos Cava.
Esos tiempos marcan el nacimiento oficial de la bodega actual, registrada por José María Escrivá de Romaní en 1882 y perpetuada por su hijo Joaquín, a quien se debe la creación de las primeras estaciones enológicas españolas.
La producción es responsabilidad de Antonio Olivé como enólogo, y, a decir de los expertos, se caracteriza por su perfecta regularidad. Algo muy difícil de mantener pero que aquí se basa en hechos objetivos, en el control directo que solo permiten las uvas de producción propia y en las primorosas condiciones de vendimia. La recolección de los racimos se hace a primeras horas de la mañana y últimas de la tarde para evitar el exceso de calor. Además, la proximidad de la viña hace que los racimos lleguen al patio de prensas de la bodega recién cortados, intactos.
Para los cavas, la finura del Macabeo, el aroma de la Perellada y el cuerpo que proporciona la Xarel.lo. Para el capricho y la sofisticación del rosado, un punto de Monastrell; y las demás, para los clásicos o nuevos vinos tranquilos.
Entre los blancos sorprende la limpidez del Chardonnay fermentado en barrica, pero que prima el carácter frutal sobre el delicadísimo fondo de la madera, o el Blanc en Noirs -elaborado como tinto, con el mosto macerado con los hollejos, aunque no contiene uvas tintas, o el Blanco Seco, con medio año de barrica, pleno y apto para mejorar durante algún tiempo en la bodega doméstica.
Entre los tintos, se ha incorporado a los clásicos Viña Artal y al Gran Reserva Marqués de Monistrol, un varietal de Merlot fechado por primera vez con la cosecha del 91. Suave pero profundo, frutal y aromático, luce sin timidez el efecto del tiempo en madera y eso lo hace apto para acompañar grandes platos de aves o carnes, guisos y salsas, aunque no muy especiados para no eclipsar la delicadeza frutal. El Cabernet sauvignon, sin embargo, acepta ese reto.

La espuma de la bodega

Pero sin duda el sello de la casa sigue siendo el cava, que ya empezó a exportarse en los años 60 y que hoy coloca fuera de nuestras fronteras el 40% de la producción, de esos diez millones de botellas que reposan en el plácido silencio, a veinte metros bajo el suelo, en interminables galerías jalonadas por arcadas románicas.
Tanto el Reserva como el Reserva Cuvee Speciale son espumosos con fina burbuja y con personalidad, capaces de acompañar con alegría o, mejor, con profunda felicidad, desde el aperitivo hasta el postre; y no solo un ligero menú marino, sino aves y carnes blancas. Los contrastes en cada maridaje, con cada bocadito, descubren nuevas virtudes.

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