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Conde de los Andes: la Historia

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  • Ana Lorente
  • 2019-03-29 00:00:00

¿Puede volar la piedra? Pues sí. La imagen de los profundos calados tallados por canteros allá por 1700 y la de los vinos criados en huevos de granito es capaz de dar la vuelta al mundo.


¿ Puede volar la piedra? Depende del impulso, de la potencia que la lance. Y, en este caso, la Bodega Conde de los Andes está en buenas manos, en las del Grupo Muriel Wines desde 2014. Es una de las joyas de Rioja, una obra de arte codiciada por todos, que ha pertenecido a firmas tan prestigiosas como Paternina, Eguizábal..., que ha sido admirada y gozada por visitantes tan ilustres como Hemingway, Jovellanos... o que ha sido cantada como escenario inconfundible en obras como El hijo de la vid, del literato e historiador Carlos Clavijo. Fue mimada por sus constructores, las cuadrillas de canteros gallegos que a fuerza de pico y pala extendieron los túneles heredados de tres siglos atrás más de un kilómetro, y por sus sucesivos restauradores, capaces de apreciarla tanto como a los vinos que de allí han salido, o que allí duermen todavía "esperando la mano de plata" que los vaya sacando a la luz. Ese proceso, esa obra faraónica, les ha valido reconocimientos tan serios como el Premio Best Of concedido por la Asamblea Mundial de Grandes Ciudades del Vino en 2017.

Historias que se cruzan
A lo largo de los siglos, en el subsuelo de la pequeña y bella villa de Ollauri, a 40 metros de profundidad, fue creciendo un entramado de caminos, de ríos de vino. En 1896, Federico Paternina fundó esta Catedral del Vino, pero los primeros calados son anteriores al siglo XVII. Mientras tanto, a menos de 30 kilómetros, en otra típica villa riojana rebosante de encanto, la familia Murúa cultivaba sus viñas como cada vecino, hasta que en 1926 José Murúa, que se ocupaba del comercio de vinos, funda la primera bodega. La consolidación de la marca ha llegado en manos de su hijo Julián, que desde los años ochenta se ocupó de la elaboración y de la expansión de la marca dentro y fuera de las fronteras.
En el año 2000 se incorpora la tercera generación, Javier y su hermana Natalia, y se estructura como grupo Muriel Wines, que hoy es un referente de la Rioja Alavesa y de la Denominación de Origen Calificada Rioja, que destaca por la amplitud, consistencia y versatilidad de su cartera de vinos. Su sede se encuentra en su casa natal, en Elciego (Rioja Alavesa), y, desde sus orígenes, ha ido creciendo a través de la adquisición de bodegas y la creación de marcas. Actualmente gestiona seis bodegas: cuatro en la D.O.Ca. Rioja –Conde de los Andes, Muriel, Viña Eguía, Marqués de Elciego–, otra dedicada a vinos varietales de la tierra (Real Compañía de Vinos) y la más reciente, creada en 2015, Pazo Cilleiro, en la D.O. Rías Baixas.

El pasado es futuro
La adquisición de Conde de los Andes no es solamente la realización de un largo sueño, el de las profundidades y disponer de la belleza de los cuatro edificios de la superficie, donde lo que fuera restaurante El Conde se ha convertido en una magnífica sala de recepción. La razón principal era tener dispuesto un vino prémium irrepetible, 450.000 botellas de añadas históricas que reposan en los viejos calados y que los Murúa irán poniendo en el mercado como ediciones limitadas. Un mercado que, gracias a su sólida red comercial, llega a 40 países de todos los continentes. Además, la bodega vuelve a ocuparse de la elaboración. Se nutre de 20 hectáreas de viña vieja, que se fue plantando entre 1910 y 1975. Casi toda Tempranillo con lunares de Garnacha, y blancas Viura y Malvasía. La capacidad es para elaborar 80.000 botellas, aunque la media anual no suele superar las 50.000.
Elaboran dos vinos, uno blanco de Viura y Malvasía fermentado en barrica que se prolonga con tres meses de crianza en lías y seis en roble francés nuevo de 225 litros. El tinto es de Tempranillo y algo de garnacha (2%). La maloláctica se hace en roble francés y después se cría durante 14 meses. La novedad de los huevos de granito está en plena experimentación, pero promete. Para comprobarlo basta una visita donde la encargada de enoturismo, Cristina Hernando, o Chema Ryan, el enólogo, invitan a disfrutar este ámbito irrepetible. Vale la pena.

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