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Uruguay, un diamante en bruto

  • Redacción
  • 1999-06-01 00:00:00

Un suelo formidable, ubérrimo, y un cielo generoso de sol y de agua hacen de la llanura uruguaya uno de los paraísos más deslumbrantes del continente. Un país radiante, como un inmenso prado donde el ganado que pasta en sus verdes tierras luce un pelaje reluciente. A esta inmensa fuente de recursos se arrima ahora la industria vitivinícola, un verdadero diamante en bruto que sin duda alcanzará todo su brillo en un futuro no lejano.

En esta riqueza natural, los viñedos crecen prolíficos, tradicionalmente con una gran producción a poco que se duerma el podador. La cantidad había sido la pauta hasta la década de los setenta, momento en que el sector opta por dar un nuevo sentido a la viticultura del país.
La viticultura uruguaya había tenido un principio de lo más esperanzador. Después de sufrir la inevitable avalancha de los viñedos plantados por los colonos españoles, se dio acogida a las grandes variedades europeas. Cuando al comienzo de los 50, un famoso enólogo francés recomenzó una profunda reestructuración del sector, un ministro respondió que “no merecía la pena aportar dinero público al sector vitivinícola, pues era mucho más barato importar el vino de Argentina que producirlo en el País”.
Tal ceguera política produjo una reacción fulminante en los bodegueros. Los más fuertes se pusieron inmediatamente manos a la obra. Importaron viñas y rehabilitaron lagares, e hizo su aparición en escena la barrica nueva de roble francés y americano. La reconversión del viñedo se está llevando a cabo con una precisión científica. El arranque de viñas ha alcanzado hasta a los vidueños nobles (muy viejos ya y con infecciones víricas).

La resurrección del “vino fino”
Curioso apelativo que distingue al vino embotellado y elaborado con variedades nobles, nada que ver con los “finos” de crianza biológica típica de Jerez. En esta rehabilitación están implicadas una serie de familias, la mayoría de las hondas raíces vitivinícolas en sus países de origen: Italia y España. Aquí los Pisano, Ariano, o Stagnari, se mezclan con los Varela, los Irurtia o los Carrau. También, cómo no, les acompañan viticultores y bodegueros de ascendencia teutona y francesa.
Y no es que la cultura sea homogénea. Les une la esperanza en el futuro, pero les separa el modo de trabajar. Desde la manera apasionada de la familia Pisano, con el padre ejerciendo de patriarca -cuyo libro de cabecera es el Quijote-, al metódico trabajo de Castel Pujol, el feudo de los catalano-uruguayos Carrau, familia que conserva como honor y costumbre el poseer la doble nacionalidad, generación tras generación.
En esta línea se encuentran bodegas como Los Cerros de San Juan, una empresa que dedica parte de sus 12.000 ha. de hacienda a la producción de vino, en la que trabaja la ingeniera Estela de Frutos, profesora de Enología en la facultad de Agronomía de Uruguay. O como la bodega vanguardista de Juanicó, volcada en la exportación de sus vinos a países europeos.
Calvinor y Carrau disponen de grandes extensiones de viñedo en el norte del país, incluso el último ha comprado algún terreno en Brasil. El cultivo también se ha adaptado a las necesidades del suelo o el clima. Abunda la plantación en “Y” o “gran lira”, una modalidad idónea para la Tannat. Como la tierra es tan rica y pesada, las bodegas cuyo patrón es buscar las cosechas de calidad tienden a sembrar en la viña leguminosas entre los hilos de cepas, para restar fuerza a la cepa. De los 32.000 kilos por ha. obtenidos no hace mucho en plantaciones de híbridos productores directos, se ha bajado en pocos años a 9.000. Esto, en viñedos donde se busca la calidad de los mostos. En el resto sigue siendo normal una producción que oscila entre los 12.000 y los 18.000 kg.
Cierto es que en buena parte del sector todavía se trabajan los dos productos en la misma bodega: el vino llamado de “damajuana”, o de garrafa, del que se obtienen beneficios aún irrenunciables, y el vino “vino fino”.
Este buen trabajo ha tenido su justo reflejo en el éxito de crítica y público obtenido por el “Tercer Salón del Vino Fino”. Por su parte, los miembros de la Sociedad de Catadores han editado la primera guía del vino fino uruguayo, práctico libro de catas que recoge unas 20 bodegas de vanguardia.
Las mejores comarcas
Alrededor de 10.000 hectáreas, propiedad de casi 400 viticultores se, reparten entre las 9 zonas del viñedo más significativas.
• Sur. Es la más importante, situada alrededor de Montevideo, cuyo referente es el departamento de Canelones. En él se ubican hasta 6.000 ha. y grandes firmas que elaboran vino de calidad. Sus tierras son ricas, arcillosas y calcáreas. El clima, templado, con largas maduraciones de las uvas. En esta zona también están Florida, Montevideo y San José
• Sudoeste. Una comarca en la que influye extraordinariamente la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay. Los suelos son de carácter aluvial y los vinos suelen adquirir un fuerte grado alcohólico. El departamento es Colonia.
• Norte. En la frontera con Brasil, uno de los viñedos más modernos del país, así como las instalaciones bodegueras. Artigas y Bella Unión son las poblaciones importantes.
• Centro. Se cosecha medio millón de litros; su característica principal es la diferencia térmica noche/día y sus suelos arenosos, situados en Durazno, Carpintería y El Carmen.
• Noreste. Con un clima cálido y tierras arcillosas, son viñas con mucho sol y producción. Se encuentran en el departamento de Ribera, la mayor parte en Tacuarembó.
• Litoral norte. En los departamentos de Salto y Paysandú, de paisajes exuberantes, con el agua como principal elemento, hasta doce bodegas tienen su sede en esta comarca.
• Litoral sur. Aunque de producción de escasa importancia, es una comarca plagada de pequeñas bodegas con elaboraciones artesanales.
• Sureste. Es una región más conocida por sus paisajes naturales y por la obra del hombre en el litoral. A ella pertenece la célebre y bellísima ciudad de Punta del Este, Punta Ballena donde se encuentra el hermoso conjunto llamado “Casapueblo”, obra del genial artista César Páez. Parece que allí se pueden elaborar vinos interesantes gracias a la diferencia del suelo, con fracciones de carácter pizarroso.


Un viñedo con estrella
El viñedo uruguayo a cambiado totalmente su paisaje desde que los primeros habitantes españoles plantaran, para consumo propio, algunos sarmientos. Fue en 1870 cuando Don Pascual Harriage, inmigrante vasco-francés, plantó el primer viñedo industrial: 200 ha. de Tannat, variedad del sudoeste francés, concretamente de Madiran. Esta uva capicúa es la que mejor parece asumir la tremenda riqueza del suelo uruguayo. Produce vinos originales, con personalidad, de suave tanino y aromas plenos de frutosidad.
También por aquellas fechas otro inmigrado, esta vez español, el Sr. Vidiella, importó otra variedad, la Folle noir a la que llamó Peñarol. Comenzaron a poblarse los campos de ella pero la filoxera y un cambio de mentalidad provocaron que se descuidaran sus viñedos. La explosión demográfica provocó que contase más la cantidad que la calidad, y los agricultores se aplicaron a poblar los campos de híbridos, hasta el punto de que en la última reconversión, ciclo que aún no ha terminado, los plantones de Tannat se traen directamente de Francia por su mejor estado de selección y sanidad. En estos momentos se planta en Uruguay lo mejor de los viñedos franceses, italianos y, en fin, las variedades de moda en Europa.


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