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Almansa, el fulgor del vino tinto

  • Redacción
  • 2003-10-01 00:00:00

Tiene todo a su favor: naturaleza, altitud, microclima y variedades. Condiciones suficientes para que sus vinos alcancen el prestigio de los grandes. El viajero que recorre la inmensa llanura manchega, camino de la costa levantina, debe pensar que la tierra es completamente plana. Solo percibe a lo lejos las siluetas grisáceas de cerros casi difuminados, que cuando acaba la ciudad de Albacete se hacen más visibles. El primero en aparecer, coronado con su imponente castillo, es Chinchilla, y desde ese punto, el terreno comienza a ondularse en una sucesión de alturas hasta los confines de la provincia. El paisaje se torna montaraz, una sucesión de chaparros, encinas, pinos y parte de las más de siete mil hectáreas de viñedos que conforman la comarca vitícola de Almansa. Esta región, favorecida especialmente por la naturaleza, por su configuración, altitud, microclima y variedades, encierra las condiciones suficientes para que sus vinos alcancen un día el prestigio de las grandes marcas. Incomprensiblemente ha quedado estancada durante décadas en la inercia del granel. Sin embargo, una esperanza alumbraba a los que siempre hemos confiado en sus virtudes. Que los vientos renovadores de la enología en España llegaran hasta allí. La revolución vitivinícola que desde hace años recorre España, ha tardado en contagiarse a Almansa y su comarca. Y merecía la pena esperar, porque aquella tierra reúne las condiciones ideales para conseguir grandes vinos: un clima extremo, terrenos calizos y pobres, y dos pilares donde se apoya la originalidad de los grandes vinos: la Garnacha tintorera y la Monastrell. La soledad del pionero Almansa fue hasta no hace mucho tiempo la única DO española en la que solo existía una bodega. Como ocurre en Francia, con la Romanée Conti o Château Grillet, aunque por motivos muy distintos. El «Castillo de Almansa», de Bodegas Piqueras, ha sido durante muchos años el único vestigio de vino embotellado en la D.O. Almansa. Y la moda de los años 70 andaba más por parecerse a la Rioja, que buscar la identidad de su propio vino. Ni las dificultades ni el desaliento han podido con un gran amante del vino como era Mario Bonete, verdadero «alma mater» de la bodega y la comarca. La dura y solitaria travesía del desierto parece concluida. Los hijos de Mario, Juan Pablo y Ángel, han realizado el triple salto mortal, aunque con la red protectora que otorga tantos años de trabajo en el vino. El primer salto se ejecutó en la bodega. Hartos de trajinar en condiciones penosas en una construcción de 1920, el pasado año inauguraron un edificio muy espacioso, con capacidad para millón y medio de litros. Original y vanguardista, recuerda en cierto modo un gran casino de las Vegas, tanto en su moderna fachada como en su interior, donde hay contrastes originales, relucientes suelos de distintos colores, un azul añil rabioso inundando el recinto de depósitos, rojo para la sala de barricas... El segundo salto ha sido en la viña. Hace años que compraron una finca de 200 has. de las que ya hay plantadas 120 de viñedo. Monastrell y Garnacha, junto a Syrah, Cabernet y Merlot. Y el vino es su tercer salto. Durante demasiado tiempo han falseado su alma, con sabores y aromas ajenos a su tierra. Aquella pugna por parecerse todos a los riojas hizo que la Tempranillo se llevase toda la atención, hasta el punto de que los Bonete controlan 80 has. de viña en la actualidad. Hoy la mayoría de sus vinos, más acordes con sus orígenes, revindican el viejo carácter de la Garnacha tintorera y la Monastrell. En un próximo futuro se edificará una bodega en la propia finca, a modo de château, donde elaborarán solamente las uvas de su cosecha. Juan Pablo Bonete, además de gerente y enólogo de la bodega, es el presidente de la Denominación de Origen, más que por deseo propio, por exigencias lógicas del guión. La tierra prometida Así vieron a Almansa Martina y Max Egolf, el matrimonio suizo que viajó en automóvil desde su país por todo el Languedoc y la Provenza francesa en busca de la Arcadia. Procedían del mundo del teatro, pero en ese viaje iban acompañados por sus ilusiones, hasta el punto de convertirse en verdaderos «Aussteiger», palabra alemana que define más o menos a los que en su vida profesional y emocional dan un cambio sustancial de rumbo. Según Max «en la vida hay que quemar las naves dos veces, y nosotros llevamos varias naves quemadas». El viaje emprendido siguió por España, Costa Brava, Valencia, Alicante... hasta que el destino les llevó a Almansa. El primer señuelo fue un vino del lugar, degustado en un restaurante en la misma ciudad. Con la digestión a medio hacer, comenzó la búsqueda de una pequeña finca en la zona. Cuenta Max que no era fácil encontrar un terreno de dimensiones razonables, con casa, como un coqueto château. «Había, eso sí, fincas de 200, 500 o 1.000 has., pero pocas de dimensiones manejables». Finalmente apareció una de 60 has. con un caserón antiguo al lado mismo del ferrocarril. Y justo allí nació la preciosa Marcela, su hija, una niña rubia, de grandes ojos azules que observa callada nuestros movimientos. Para elaborar su vino han plantado 20 has. de Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot y, por supuesto, Garnacha tinta, variedad con la que se sienten plenamente identificados, y que forma parte de su ideal de tinto. Han buscado un nombre mítico para su bodega, «Ampelos», cepa en griego clásico, pues según la mitología fue del corazón sangrante del amante de Baco de donde emergió la primera cepa. Su mercado será principalmente exterior, y la producción no pasará de las 80.000 botellas. Su adaptación a la comarca ha sido tan completa, radical, que hoy parecen hijos del lugar, si no fuera, claro, por algo para ellos inexplicable: los larguísimos papeleos de la Administración española. La búsqueda de Eldorado La fiebre del vino invade la comarca. Industriales de otros campos se inician en el mundo proceloso del vino, al principio, a veces, como un simple hobby. A Paco Milán, uno de los principales fabricantes de calzado de Almansa le ocurrió algo parecido. Para él fue una mera cuestión de inversión en viñedo y olivar. Pero hoy, sus perspectivas como elaborador han rebasado la simple búsqueda del beneficio. «El planteamiento de la finca no consiste en buscar negocio solamente. Para eso hubiera ampliado y seguido con lo mío, que es lo que verdaderamente domino; esto es más ilusión, el capricho de tener un vino o un aceite de la familia», asegura Paco Milán. Posee una finca de 700 has. situada en uno de los parajes más bellos de la comarca, en el valle que nace a los pies del «Mugrón» el cerro más carismático de toda la zona, visible su extraña figura acostada desde muchos kilómetros. En las 230 has. de viñedos, ordenados meticulosamente, se hallan muchas variedades plantadas a guisa de experimento. Las Cabernet, Tempranillo, Merlot y Syrah hacen de base, a un promedio de 50 has. cada una. Después, una blanca, la Chardonnay, algo de Petit Verdot, Monastrell, Tintorera y Garnacha. Y una que nos sorprendió a todos por sus aromas veraces: la Pinot Noir, que allí, a más de 800 metros de altitud, puede encontrar ¡por fin! uno de sus hábitat favoritos en la península. La bodega se llama Hacienda El Espino. Acuérdense, porque está montada a lo grande, sin reparar en gastos. En la única nave construida hasta ahora se ven techos de lujo que recuerdan algunas riojanas flamantes, maquinarias modernísimas traídas de Italia o Alemania. Y alguna que otra innovación como es una especie de «tolva móvil», un artilugio que va al encuentro de la uva a la viña, y que desde allí la transportará y descargará directamente en la despalilladora. Aseguran que de esta forma la uva sufre mucho menos, los tiempos de espera desde la corta a la despalilladora son menores, se minimiza el peligro de fermentaciones espontáneas, y en general se agiliza y ordena el flujo de la vendimia. Desde luego son aparatos muy costosos. Y, ¡cómo no!, habrá una mesa de selección para elaborar un vino de tirada reducida. Ya en 2002 se elaboró el primer vino, aunque solo para la familia, y os aseguro que posee una finura admirable. Amor al pie franco Cristóbal Gramage, un farmacéutico almanseño con buen gusto, también ha caído en la tentación de elaborar su propio vino. La bodega, llamada Agrícola Santa Rosa, se ha instalado en una esbelta casa-palacio del siglo XVIII, acogida al plan integral del patrimonio artístico. La dimensión es diminuta, si la comparamos con la anterior. Preparada para elaborar no más de 100.000 kilos de uva, está situada en el camino de Montealegre, donde llega la raya de la D.O. Jumilla. En su finca domina la Monastrell, como no podía ser menos. En ella asesora y elabora Juan Huertas, uno de los enólogos que mejor tratan a esa diva levantina. No tardará en conocerse como una bodega muy interesante, pues posee lo necesario para triunfar: voluntad de hacer vinos de calidad y unas viñas viejas de Monastrell y Tintorera en secano y de pie directo. Ya está el primer vino en la calle, a modo de prueba, sólo 6.000 botellas. Se llama «Matamangos» nombre raro que levanta no poca polémica. Es simplemente el apelativo de un paraje cercano. La novedad es que parte del vino ha sido fermentado en barricas de roble destapadas, de 500 litros, y criado en las mismas, una vez que se ha repuesto la tapa, técnica con la que elaboran ciertos bodegueros del Priorat. Arsenio García Cañadas y su familia, notables cultivadores de maíz, cebollas, ajos y otros alimentos hortelanos, cuya empresa da trabajo a más de cien personas, plantaron en su finca de Alpera 200 has. de cepas nuevas de Monastrell y Tintorera, junto a Cabernet y Syrah. Una bodega muy bien pensada -asesorada por Pedro Sarrión- acogerá este mismo año un millón de kilos de uva. Se llama «Dehesa El Carrascal», y su propósito es elaborar todo tipo de vinos, desde maceración carbónica a los de «alta expresión», vinos que nunca faltan en el sueño de todo emprendedor. Vino impenetrable Me gusta subir a Higueruela. Porque entre aquellas sierras el paisaje cambia a cada recodo de la carretera. A menudo corre una ligera brisa que al anochecer se convierte en acusado frescor. Suelos pobres y pedregosos, calizos, arenosos o de arcillas, dominados por un clima extremo, donde en un solo día el termómetro puede alcanzar los 40º centígrados y bajar drásticamente a 12º por la noche. El noble «Molatón» de 1.245 metros de altitud, el más alto de aquellos cerros, ejerce de protector de la localidad, y anima además el ambiente, con sus molinos eólicos en constante y rítmico ajetreo, abrazando las nubes con sus enormes brazos de más de veinte metros. Tierras de un gran pasado histórico, los primeros pobladores dejaron su marca con pinturas rupestres, algunas tristemente desaparecidas, pero todavía se divisan en «La Cueva de la Vieja» o en la «Cueva del Queso», de Alpera. Obras de arte milenarias que el tiempo no consiguió borrar y que la desprotección y la incultura han logrado destruir en algunos casos. Algún ignorante descubrió que las pinturas se veían más remarcadas si se mojaban simplemente con agua. Aquello se puso de moda entre los visitantes, y, bajo ese efecto, la pintura resaltaba su rojo vivo como si estuviese recién coloreada. Pero el agua de la comarca es muy caliza, y poco a poco la cal ocultaba y destruía una obra de arte que los investigadores calculan de unos 8.000 años de antigüedad. La cultura milenaria asolada por la desprotección y la ignorancia contemporánea. Alpera e Higueruela. Entre los dos pueblos, mejor dicho, en las dos cooperativas, se elaboran cada año unos 25 millones de kilos de uva. Sus vinos siempre fueron bien pagados a granel, posiblemente los mejor cobrados de España gracias a su denso color, a su frutosa fragancia, la suavidad de sus taninos y acusado grado alcohólico. La situación de desahogo económico ha sido un impedimento para que las bodegas tomaran conciencia de que es el vino embotellado el que proporciona mayores plusvalías, gananciasque iban a parar a otras tierras. Pero una nueva directiva, con Juan Aparicio a la cabeza, logró un equipo joven de técnicos, muy profesional, de criterios modernos. Era inevitable acabar contratando a alguien como Pedro Sarrión, enólogo de prestigio, omnipresente en esta DO, que lejos de ejercer una dictadura de su gusto personal, rastrea las posibilidades de cada terruño para hacer de cada vino una historia única, una aventura gustativa diferente. Y allí comenzó una revolución que sorprendió a todo el mundo. La Garnacha tintorera, hasta entonces ignorada en la composición de los grandes vinos, demostró que con el tratamiento adecuado puede ser tan buena como la mejor. Las dos empresas se unieron en una cooperativa de segundo grado llamada «Tintoralba», para procesar y comercializar sus productos. De momento todo allí es nuevo: edificios que se remozan constantemente, elaboraciones, crianzas en barricas, así como la investigación con otras variedades que acuden en ayuda de la Tintorera, prácticamente monocultivo en aquellos viñedos. Hay fundadas esperanzas en la Syrah, su largo ciclo vegetativo es ideal para aquel microclima de grandes oscilaciones de temperatura o de integral térmica. Aunque no son ajenos a la moda inevitable del Cabernet o de la Merlot. Pero, atención, una experiencia con la Tannat y alguna uva blanca más original, como la Viognier o la Chardonnay, plantadas en altitudes superiores a los 900 m., darán más de una sorpresa. La estructura de las bodegas se renueva, tanto técnicamente como socialmente. Ya no vale toda la uva para el primer vino. Ya se dice cuándo y cómo se debe vendimiar. Y para convencer al viticultor, hay un sistema que nunca falla: el económico. Hay bonificaciones según los parámetros de calidad de la uva -nivel 1, nivel 2, etc.-, como forma de incentivar el trabajo bien hecho, aunque el método todavía no haya alcanzado el grado de perfección buscado. Se ha logrado una diversificación notable en los vinos embotellados. Tintos jóvenes tanto tradicionales como de maceración carbónica, un crianza que es un primor, además de pruebas para elaborar un tintorera dulce tipo oporto. Con todo, la mayor parte del vino elaborado todavía se vende a granel. Pasarán años aún para que todos sus productos alcancen la honorable categoría de embotellados. Chinchilla a lo grande Tiene esta noble ciudad la desgracia de no haber albergado nunca una bodega importante. Sus viticultores jamás han sentido la necesidad de unirse en cooperativas, o ir más allá de elaborar un vino artesano y rudimentario. Y ello a pesar de que sobre sus 1.300 has. de viña (según el Registro Vinícola de 1995 editado por el Ministerio) crecen pequeños y viejos majuelos de Monastrell y Tintorera, la mayoría plantados en pie franco. Gran parte de ellas sin estar sujetas a denominación de origen alguna. No está clara la causa, pero cuando se fundó la D.O. Almansa, en ella entró a formar parte solamente un sector de su término municipal, el que pertenece al Villar de Chinchilla. Pero un proyecto grande (incluso para muchas D.O. prestigiosas) ha venido a enmendar las circunstancias. Al lado mismo de la laguna salada de Pétrola, cerca de Pozo Moro, yacimiento de uno de los notables monumentos que nos dejó el arte íbero, la mayor bodega de estas tierras se construye a un ritmo endiablado en el término municipal de Chinchilla. Precisamente «Agrícola Los Aljibes», que así se llama la bodega, anda por fuera de los lindes de la D.O. Almansa. Aunque, lo mas lógico sería que, con la nueva normativa, entrara a formar parte de ella. De momento se prevé hacer «vinos de pago», pero si cunde el ejemplo, su propietario, Manuel Lorenzo Ródenas, no descarta la posibilidad de promover otra denominación de origen. La bodega tendrá capacidad para millón y medio de kilos de uva, y se surtirá solamente de sus viñedos, de una zona muy aislada, donde nunca hubo viña por las dificultades intrínsecas del terreno y el clima, con una altura de casi mil metros y el peligro real de heladas tardías. Las 200 has. de viña han sido planteadas para mitigar en lo posible esta circunstancia. Y multitud de variedades plantadas para ivestigar su evolución: Cabernet, Syrah, Merlot, Petit Verdot, Garnacha, Garnacha Tintorera, Censault, Viognier, Sauvignon Blanc, y la intención de probar con la Pinot Noir. Los viñedos crecen a un ritmo de 40 has. por año, hasta llegar a las 250 previstas. Se pretende hacer dos tipos de vino diferentes, uno que se vendimiará a máquina y otro a mano. Lógicamente este último irá a una mesa de selección, pero en ella se escogerá, no ya el racimo, sino el grano, uno a uno, y se fermentará en tinas de 10.000 litros de roble francés (de Seguin Moreau). Pedro Sarrión ejerce un asesoramiento total, desde la plantación de nuevas viñas al montaje técnico de la bodega. La finca constituye un valioso conjunto agrícola, con una hermosa yeguada de pura raza española, campos de cereal y viñedos. Pero, aún a lo grande, es solo el comienzo de la enología en esta localidad. En la actualidad existen al menos tres proyectos sobre la mesa de trabajo de los técnicos, alguno muy en firme. Esta es la pequeña historia de los hombres que están configurando una nueva Almansa enológica. Al contrario de lo que ha ocurrido en otras zonas emergentes, empujadas por capital foráneo, la comarca ha decidido salvarse a sí misma, con la ayuda de sus propias fuerzas económicas y sociales, donde hasta los extranjeros que allí recalan se diluyen y acoplan con gusto al terreno. El molino de viento, estampa tradicional en la región desde la edad media, ha cambiado el paisaje. Aquellos orondos gigantes que don Alonso Quijano combatió con infortunio han dejado paso al estilizado cuerpo de estos colosos eólicos, modernas esculturas móviles, pero con la misma finalidad: aprovechar la energía de la región, que a raudales mueve sus aspas. ¿Pasará igual con el mundo del vino?

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