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Costa Oeste - Especial USA - La autopista del vino

  • Redacción
  • 1998-06-01 00:00:00

La autopista 101, in-terminable al parecer, serpentea bordeando el Pacífico desde los robustos pinos de Oregón hasta las palmeras de la playa de Santa Bárbara. Son 1.200 kilómetros de cambio permanente. Al recorrerlos, se atraviesan todas las zonas climáticas con potencial para producir grandes vinos. Y estos vinos, en el hinterland de la autopista, siempre revelan algo más que su terruño: el carácter y la filosofía de los hombres que los producen. ¿Acaso no son algunos Pinot de Oregón la viva imagen de sus creadores, de aspecto europeo-intelectual? Más al sur, el corazón de la vinicultura americana: Napa, la “Disneylandia vinosa”, en la que realidad y apariencia confluyen hasta confundirse. Y luego, otros 800 kilómetros más al sur, poco antes de L.A.: los Syrah radicales de Santa Bárbara. Extravertidos y sin compromisos, sonriéndole a su buena estrella, como los chorlitos de Santa Mónica. Los vinos de la Costa Oeste, a pesar de que hace ya 20 años que forman parte integrante de nuestra cultura enológica, a nosotros los europeos nos polarizan. Los amamos. O los odiamos. Y la afinidad general con América desempeña un papel fundamental en todo ello -lo que llaman el Sueño Americano-. Para mí, fueron los palpitantes anuncios de neón los primeros que simbolizaron este Sueño, después llegó el California Cabernet. Con él sentí que ya no había que querer entender los vinos para considerarlos buenos. Pero más tarde, tras otros viajes a los Estados Unidos, de repente surgió la sospecha de que los palpitantes neones y los sensuales Cabernet no eran sino chillonas máscaras pintadas tras las cuales, en definitiva, no hay nada. Ni cultura. Ni historia. Ni profundidad. El gusto por ese país parecía desaparecer tan rápidamente como antes había crecido. Pero sabe Dios por qué me decidí a mirar una tercera y una cuarta vez. Y encontré vinos únicos respaldados por historias singulares.

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