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Dossier: La arquitectura del vino, La invención del Château

  • Redacción
  • 1999-10-01 00:00:00

Los Châteaux pertenecen a Burdeos como los canales a Venecia. En la Gironda son 10.500 las fincas que portan el noble nombre de Château, lo que corresponde a un 85% de la totalidad de las Denominaciones. Muchas de ellas no están a la altura de esta pretensión, siendo poco más que simples granjas agrícolas. Otros, por su parte, son cáscaras espectaculares sin vida interior. La redactora de Vinum Barbara Schroeder nos relata su búsqueda del auténtico Château de Burdeos.

Château Pétrus es el mejor ejemplo: muy lejos de tener un semblante palaciego, el famosísimo vino de Pomerol solo puede presentar una vieja granja agrícola. El título de “Château” no le fue otorgado hasta hace pocos años. Durante mucho tiempo, no hubo disposición alguna que reglamentara mínimamente dicha designación. Según un decreto empolvado, su utilización estaba restringida a aquellas fincas vinícolas que pudieran demostrar simplemente edificios y dimensiones suficientes. Esta más que vaga disposición dejaba espacio para innumerables interpretaciones, que alcanzaban desde la finca burguesa hasta la granja modesta. El concepto de Château vinicultor es relativamente reciente, pero pronto se desarrolló hasta convertirse en un fenómeno lingüístico complejo. En 1850, sólo 48 fincas se denominaban “Château”, y en 1893 ya eran 1.300. Esta crecida inflacionaria de la denominación indudablemente puede equipararse con el creciente bienestar de los bordeleses. El concepto de “Château” dio la oportunidad, por fin, tras la Revolución, a la aristocracia herida de dar vía libre a una idea noble y honrar con un título adecuado la noble generosidad de la Tierra.
El fenómeno de los Châteaux de Burdeos está íntimamente ligado al desarrollo urbanístico. La extensión de la metrópolis del vino se inició con una ampliación hacia el norte. Ya en el siglo XVII, a un tiro de piedra de la legendaria Casa de la Ópera, la aristocracia comerciante europea fundó su propio barrio, los Chartrons. Como una ciudad filial, este barrio de comerciantes independiente se adosaba al límite original de la ciudad e iba internándose en la región vinícola, paralelo a la Gironda. Las numerosas casas comerciales, enormes bodegas e iglesias de múltiples confesiones (católicas, protestantes, calvinistas, anglicanas) atestiguan la sorprendente armonía de esta comunidad multicultural. Al mismo tiempo, la viticultura bordelesa experimentó un fabuloso auge. Extensas zonas pantanosas del actual Médoc fueron desecadas para que pudieran extenderse los viñedos.
En aquella época dorada, Victor Louis, arquitecto del famoso Grand-Théâtre de Burdeos, dibujó los planos de un lujoso palacio en Saint-André-de-Cubzac, al norte. Con su estilo arquitectónico neoclásico puro, Château de Bouilh sirvió de prototipo de una arquitectura urbana que, de alguna manera, fue exportada al campo como unidad arquitectónica. Pero el problema era que esta arquitectura urbana, en el campo, estaba como despojada de su función originaria. Para integrar la construcción en el paisaje fueron necesarios conceptos nuevos: una acequia o estanque, un parque o una avenida. Como en las villas del arquitecto italiano Palladio, debía reinar una armonía perfecta con el entorno. Al mismo tiempo, se enfatizaba la monumentalidad. Por ejemplo, con edificaciones en saliente con terrazas, balaustradas e imponentes escalinatas, como en Château Beychevelle y Château Ducru-Beaucaillou en Saint-Julien, o bien con soberbios Arcos de Triunfo, como en Château Léoville-Las-Cases en Saint-Julien o Château d’Issan en Cantenac.
Tales elementos fueron copiados por multitud de Châteaux. Algunos propietarios de fincas vinícolas afirmaron la posición de su palacio equipándolo con todas las características de una fortificación, como torres, murallas y fosos, por ejemplo Château de Malle en Sauternes. Otros no se arredraban ante las síntesis históricas, mezclando elementos de la Edad Media con otros del Clasicismo, como Château Pichon-Longueville-Baron y Château Palmer.
Château Palmer fue construido en la segunda mitad del siglo XIX por la familia Péreire. Ésta no solo era propietaria de la primera sociedad del ferrocarril, sino también fundadora del balneario Arcachon, en Burdeos. La construcción que edificaron en Cantenac, con sus elegantes torres y miradores como de La bella durmiente, recuerda a las caprichosas villas a la orilla del mar. Todo Burdeos parecía flotar entonces entre distintas formas de expresión. Los estilos eran tan numerosos como los señores de los castillos. Actualmente, ese idilio se ha transformado. La vinicultura forma definitivamente parte del extrarradio.
Pape Clément, Haut-Brion y otros vinos conocidos de la Denominación Pessac-Léognan se han convertido en empresas vinícolas urbanas. Algunas están abandonadas o reducidas a tristes ruinas; otras, como Château Picque-Caillou en Mérignac, se vieron desmembradas por la red envolvente de carreteras. La aglomeración, con sus paneles publicitarios, naves industriales de alta tecnología y cables de alta tensión, marca la frontera entre la ciudad y la tierra del vino. Al mismo tiempo, lo que antaño fue el vivaz barrio de comerciantes de los Chartrons y el puerto pierden su importancia económica. Y mientras el paisaje de la vinicultura se retira cada vez más, también el Château adopta progresivamente la función exclusiva de recuerdo omnipresente de un tiempo pasado.
La pretensión de calidad que Burdeos, en su día, pudo convertir en alcanzable gracias a la construcción de sus Châteaux debe ser repensada en el proceso de modernización que tiene lugar permanentemente. Pero los señores de los castillos de hoy no han encontrado todavía ningún concepto arquitectónico comparable al aura de los viejos Châteaux. Edificios famosos como la Cité Mondiale du Vin, recientemente acabada, jactanciosa en el corazón de un barrio renacentista, en el espejo de la Historia se ven fatuos y vacíos. Burdeos sigue a la busca de una arquitectura adecuada a su tiempo, que, sin plagio ni imitación, sea capaz de simbolizar aquella fama que hoy sigue siendo tan grande como en aquella época dorada que creó los Châteaux.
Lafite: como en una
tragedia griega
Una cosa es cierta: el amor por el vino parece indisolublemente unido al amor por el arte y la arquitectura. Son testigos de ello auténticos templos del vino, por ejemplo Cos d’Estournel en Saint-Estèphe, de inspiración oriental, construido hace 150 años, o bien la bodega levantada por Ricardo Bofill en 1987, en plena historia contemporánea, en Lafite-Rothschild en Pauillac. Precisamente con su arquitectura, Burdeos también nos muestra cómo se puede convertir un producto agrícola en objeto cultural. Las grandes edificaciones se han convertido en efectivos instrumentos de marketing, orgullosos heraldos de soberbios vinos. ¿No tienen algunos Châteaux de Burdeos la aureola de una obra de arte integral? Esta muy efectiva identidad corporativa hace tiempo que ha atraído imitadores. Desde Australia hasta Chile surgen diligentes copias de la filosofía del Château, aunque para ello estos Châteaux de pacotilla del Nuevo Mundo tengan que recorrer a grandes zancadas la historia de la cultura de Burdeos. Quizá resida en ello la impresión de vaciedad que producen, como en un decorado de Hollywood, la mayoría de estos Châteaux del Nuevo Mundo. En ningún lugar es tan creíble esta forma de “viti-culture” hiperdesarrollada y francamente aristocrática como en Burdeos.
En la Gironda, el “concepto Château” se esculpió en la propia piedra. En Burdeos, a diferencia de otras regiones vinícolas, el Château es una unidad comercial, cuya individualidad se considera de gran importancia. Ya en la etiqueta se lee en primer lugar el nombre del Château, antes de la Denominación, que no pocas veces está impresa en letra muy pequeña, de aspecto insignificante. El origen de esta especial valoración se remonta al siglo XVI, cuando Jean de Pontac, propietario del Château Haut-Brion, comprendió la importancia de incluir el edificio en la comercialización.
Había nacido el primer Château del Vino, y con él, una nueva era de la vinicultura bordelesa. Pues la idea de Château fue adoptada primeramente por la aristocracia, después por la alta burguesía y finalmente, en el siglo XIX, también por la clase media. Si en este contexto surgió toda una serie de edificios monumentales, fue sobre todo porque los señores de los castillos deseaban demostrar ascenso social y cultura mundana. Para ello, los unos apostaron por el clasicismo puro, los otros por el barroco excéntrico. En 1926, el barón Philippe de Rothschild encargó al arquitecto y escenógrafo Charles de Siclis las construcción de una nueva bodega. No sólo sus inusuales dimensiones (100 metros de largo sin pilares de apoyo) la convertían en revolucionaria, sino también su significado simbólico. Porque esta bodega confirió tal posición al Château que el barón Philppe de Rothschild, gracias a ello, pudo liberarse del abrazo del entonces todopoderoso comercio. La puesta en escena teatral de la bodega probablemente encontró su cima dramática en el edificio redondo de Lafite, de Ricardo Bofill. Allí, entre impresionantes columnas, las barricas actúan como los actores de una tragedia griega. Pero los castillos del Médoc rara vez fueron habitados por sus propietarios. Éstos solo viajaban al campo para la vendimia, o bien empleaban dichos edificios como lugar de recreo decadente. Así, muchos de los castillos ni siquiera disponen de un sistema de calefacción.
En sus inversiones, Burdeos siempre ha destacado por su sensatez. Por ello, a pesar de su función representativa y de prestigio, la arquitectura del vino también atestigua esta disposición pragmática. Los bordeleses nunca han olvidado que, tras la euforia económica, a menudo llegan tiempos difíciles. Así, en el siglo XIX, muchos proyectos sencillamente se cancelaron, como por ejemplo la ampliación del castillo medieval de Yquem, en Sauternes. Otras obras, como la de Château Latour, en Pauillac, fueron reducidas considerablemente.
Los propietarios de Château Latour abrieron entonces un crédito a la construcción de apenas 50.000 francos, a pesar de que solo la última cosecha de vino había supuesto un beneficio de 500.000 francos, con los que habrían podido construirse tres palacios semejantes. Pero para algunos pocos, el amor al vino desconocía las fronteras económicas. Especialmente para Louis-Gaspard d’Estournel, apasionado viajero por Asia, que visitó frecuentemente la India para comercializar su vino. En 1811, dedicó a su vino en Saint-Estèphe un templo oriental con ventanas tailandesas y dragones chinos. Su debilidad por el exotismo asiático impregna la totalidad del complejo de edificios. Louis-Gaspard d’Estournel sacrificó a su templo del vino, primero, su dinero y después, su vida. Murió en 1853, un año después de la venta de Cos d’Estournel.
Nuevas “escenografías”
Nuestra imagen actual de un Château de Burdeos está ligada casi exclusivamente a edificios de épocas pasadas. En este siglo, comparativamente, se ha construido poco que sea digno de mención. O bien faltaba dinero o, peor aún, gusto. Sólo en los últimos años, la arquitectura de la vinicultura ha experimentado un auge. Pero la mayoría de los proyectos se han ceñido a la rehabilitación de edificaciones existentes. Las fincas se han amoldado a las exigencias de la producción moderna de vino, lo más racionalizada posible.
Así, las antiguas edificaciones anejas, en las que solía vivir el personal, han perdido su función originaria debido a la fuerte mecanización. Los laboratorios, las máquinas de embotellado y los equipos de alta tecnología han desplazado a los establos, los huertos y las cocinas de los vinicultores. Ya no existe el Château como microcosmos similar a un pueblo. Y en la misma medida en que la vida ha abandonado los edificios, ha aumentado la sofisticación de las fincas. Debido a las inyecciones de capital de los inversores y grandes consorcios que actualmente llevan la voz cantante en el Médoc, por muchos Châteaux sopla un viento pseudo-vanguardista. Se mezclan con osadía elementos estilísticos de las más diversas épocas.
En el año 1989, con motivo de un concurso internacional, se rehabilitó Château Pichon-Longueville-Baron, y fue dotado de unas bodegas a ambos lados de la “Route des Châteaux” que devoran simbólicamente la famosa carretera en Pauillac. Esta enigmática arquitectura pretende dirigir la atención del observador sobre los aspectos míticos de la elaboración del vino.
Los arquitectos parisinos Jean de Castines y Patrick Dillon subrayaron aún más esta puesta en escena por medio de elementos neoclásicos: obeliscos y columnas con decoraciones y ornamentos sobredimensionados forman una especie de anfiteatro. A sólo unos kilómetros de distancia, el ya fallecido Henri Martin, propietario de Château Gloria en Saint-Julien-de-Beychevelle, se resistió a todo tipo de plagio, estética exagerada o puestas en escena al estilo de Las Vegas. Muy cuidadoso en lo que respecta a la imagen de calidad de su vino y a su efecto en la famosa “Route des Châteaux”, luchó por una arquitectura renovadora con formas claras y racionales. Con este estilo, más bien introvertido, el arquitecto Alain Triaud (hermano del actual propietario de Château Gloria) sentó un agradable contrapunto a la tónica general. El edificio principal de Château d’Arsac en Margaux, por el contrario, fue separado totalmente de las edificaciones secundarias y reducido a una función de fachada. Como una ilusión óptica se refleja en el estanque y, con las ventanas tapiadas cual decorado de teatro en desuso, parece decir: el verdadero espectáculo está en la bodega.

Florence Rondeau:
«Un vino de mesa no puede llamarse Château»
¿Hay alguna restricción legal para ostentar el título de “Château”?
La regulación limita la utilización de esa denominación a una unidad de producción de la vinicultura con su correspondiente edificio y viñedo, pero no menciona unas dimensiones mínimas.

¿Qué protección existe contra la posibilidad de su uso impropio?
La utilización de términos como Château, Clos o Domaine está reservada exclusivamente a los productos de una Denominación de Origen controlada. Un vino de mesa, por lo tanto, no puede llamarse Château.
¿Es ésta una disposición europea, francesa, o sólo bordelesa?
La jurisprudencia europea está basada en la legislación francesa. Ya en 1921 se publicaron los primeros textos, y se completaron o modificaron varias veces.

Florence Rondeau es responsable de asuntos jurídicos en la Fédération des Grands Vins de Burdeos.

«Buscamos continuidad, no rupturas»
Yquem, Gruaud-Larose, Lagrange, Pichon-Comtesse-de-Lalande, Margaux, Branaire-Ducru y, desde hace poco, también Malartic-Lagravière son sólo algunos de los que llevan su firma. El estudio de arquitectura Mazières (el padre con dos hijos) está en el centro de Burdeos: estratégicamente hablando, el mejor lugar para recibir encargos en el campo de la vinicultura. El estilo Mazières denota un extraordinario pragmatismo en perfecta armonía con las más nuevas técnicas de la elaboración del vino y se distancia conscientemente de los proyectos extravertidos del estilo actual. Vinum habló con Bernard Mazières.

¿Cómo empezó su carrera de
arquitecto de la vinicultura?
Recabé mis primeras experiencias entre los años 1975 hasta 1978. Entonces trabajé con mi padre en la reestructuración de la bodega de Château Clarke para Edmond Rothschild en Listrac. Le siguieron otros proyectos en los años 80. La culminación de esa época fue la construcción de una bodega semisubterránea en Château Margaux. De entre todos los proyectos, el más importante para mí es éste. Por un lado, porque nos decidimos por una bóveda de cemento, por otro, por la genial dirección de la luz. Diseñamos un concepto de luz para el trabajo, y un segundo concepto de luz para las ocasiones y visitas en la bodega.

¿Cómo se explica el éxito de
su arquitectura?
Ninguno de nuestros proyectos se parece. En cada encargo, damos mucha importancia a la captación del edificio en su singularidad. Además, estudiamos detalladamente la técnica de la vinicultura, que no ha dejado de evolucionar durante los últimos años. Es interesante que el mundo del Vino de Burdeos dé la impresión, hacia fuera, de ser muy consciente de su tradición, rayando en la fosilización, mientras que entre bastidores reina una increíble dinámica. Trabajamos en estrecha cooperación con enólogos e ingenieros. La configuración debe ser única, porque el vino de cada uno de los Châteaux se define como un producto único.

¿Puede hablarse de un estilo Mazières?
En efecto, aunque nunca nos hemos dejado reducir a una línea determinada, como por ejemplo el neoclasicismo. Damos mucha importancia a la elección de los materiales, y trabajamos con piedra natural, escayola o cal. Nuestra arquitectura responde a las expectativas del propietario y de la Historia.

¿Por lo tanto, la historia de las fincas vinícolas ejerce una influencia importante sobre su arquitectura?
Probablemente el siglo XIX haya dejado en Burdeos las huellas más significativas. Antes de iniciar una construcción, nos familiarizamos con su origen. También fue así en el caso de Malartic-Lagravière. El castillo construido en el siglo XIX había sido modificado en los años 70. Ya no correspondía a la imagen que el propietario deseaba reproducir en sus etiquetas. Creamos dimensiones nuevas, completando una parte del Château en su estilo primigenio. Este procedimiento es poco habitual. Lo más frecuente es restaurar, rehabilitar, ampliar y modificar. Con ello, a lo largo de los siglos, los castillos han mantenido su personalidad originaria.

Su bodega de crianza en Malartic-Lagravière recuerda al proyecto de Ricardo Bofill para Lafite. ¿Una “concesión a lo contemporáneo”?
La original bodega que Ricardo Bofill construyó en Lafite tiene una influencia latente sobre la arquitectura del vino. La forma de la bodega en Malartic tiene motivos pragmáticos.

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