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A mí, con hielo

  • Redacción
  • 1997-04-01 00:00:00

Tiene el brandy jerezano tal calidad y categoría que a veces parece condenado a morir de éxito. Un ejemplo claro es la actitud de tantos amantes de este aguardiente de vino, criado y envejecido por el sistema de criaderas y soleras, único en el mundo, para pedir una copa con hielo. Parecería que tal demanda es un sacrilegio que atenta contra la bondad y nobleza de nuestro brandy, pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que este mismo consumidor no duda un instante en solicitar, si el calor o la ocasión lo aconsejan, un buen whisky, incluso de malta, con su cubitos de hielo y el añadido de un poco de agua. Convierte así, sin mayor escándalo, una bebida de categoría, que se suele tomar sola, en un trago largo, refrescante y sabroso. Lo mismo puede y debe hacerse, sin pérdida del decoro ni mengua de la categoría gastronómica, con el brandy de jerez, al que todavía no ha llegado plenamente lo que algunos llaman la cultura del hielo, de la bebida larga. Cultura que ha conquistado a la juventud, pero que sólo muy lentamente va ganado terreno entre los consumidores de mayor edad, para los que añadir a un brandy hielo es poco menos que un sacrilegio. Pero se olvida que el brandy, como otra bebidas espirituosas, tiene un campo inmenso como bebida fría y larga. Baste recordar, por ejemplo, que para una cata rigurosa y precisa de los aguardientes, es necesario rebajarlos con agua a fin de poder apreciar en toda su amplitud la riqueza aromática. Exactamente lo mismo que consigue el hielo, en su lento diluirse. Aparece así una nueva dimensión de la copa a la que felizmente estamos acostumbrados, y a la que no hay que renunciar en las ocasiones adecuadas, como puede ser una tarde de invierno o después de una buena comida. En los períodos estivales, las noches de fiesta, o como aperitivo en los mediodías soleados, nada hay mejor que un vaso o copa de brandy jerezano con sus cubitos de hielo.

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