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Una festiva caricia

  • Redacción
  • 2004-11-01 00:00:00

Pese a su consumo masivo, sobre todo en épocas navideñas, el cava sigue siendo, en gran medida, un perfecto desconocido entre nosotros. Muchos prejuicios, bastante ignorancia, y algunos malentendidos acompañan a esta bebida festiva como ninguna, impidiendo muchas veces que se manifiesten sus innumerables virtudes y se aprecie su gran complejidad organoléptica. El primer prejuicio consiste en pensar -y actuar en consecuencia- que el cava es una bebida destinada exclusivamente para consumir en las navidades. Ciertamente, cuando se acerca la Navidad la venta se dispara, hasta concentrar en apenas un mes más del 70% de las ventas totales del año. Su descorche se recibe entre muestras de júbilo, flanqueado de toda clase de dulces propios de las noches buena y vieja, con el día de reyes incluido. Salvo en Cataluña, este es el estilo español de entender el espumoso natural elaborado por el método tradicional: elemento fundamental del brindis festivo, tal vez debido a que nuestra cultura gastronómica nunca lo incluyó entre los vinos dignos de acompañar alimentos consistentes. Se consume en cualquier celebración, básicamente al final de los postres. De ahí la gran demanda que han tenido los espumosos con dosis de azúcar en su composición. Esta práctica, que tantas veces ha aguado la fiesta a todo amante del espumoso, es un tanto absurda, puesto que el cava, particularmente los de la gama alta, es un acompañante perfecto para la mayoría de los manjares de nuestra cocina, en toda época, y aún para cualquier momento del día, con particular eficacia como aperitivo. Además, precisamente después de una comida copiosa, lo que no se debe ingerir, sin que ello provoque una digestión pesada, es gas carbónico. Pero la fuerza de la costumbre manda, y lo cierto es que toda la parafernalia navideña se pone en marcha. Y ya que es así, aprovechemos al menos la ocasión para conocer a fondo este vino sorprendente en el que destaca la sutileza de aromas, la elegancia del gusto, la frescura del paladar. Un vino que se puede beber desenfadadamente o con el cuidado exquisito del entendido, pero que siempre proporciona el gozo inaprensible de la bienaventuranza. Con la condición de que se trate de un gran cava, como lo son, y en qué medida, los “Gran Reserva”, la categoría reina donde el espumoso natural alcanza la plenitud que sólo la larga crianza sobre lías posibilita. Son más caros, en algunos casos demasiado caros, pero compensa el esfuerzo económico -y más en estas fechas- por el regalo impagable de la fina, integrada y cremosa caricia de sus burbujas, que nos hace ver las estrellas.

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