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El gusto de la Merlot

  • Redacción
  • 2002-12-01 00:00:00

Aún recuerdo mi primer viaje a Burdeos. Fue un largo y tedioso viaje en tren, compartimiento de 2ª en la línea francesa, tras una noche inquietante por tierras españolas en 3ª de la RENFE, todo un desafío al sueño y la compostura. Somnoliento, veía pasar las estaciones vacías en aquellas dudosas horas del amanecer. Pero todo se iluminó cuando en una de las paradas, ya cerca de Burdeos, subió al vagón una joven de gran belleza y me dirigió una mirada de simpatía. Era hija de exiliados españoles, aunque tanto su acento como el aspecto eran los de una francesita que hubiera estudiado castellano en un liceo de París. ¿Español?, sí, contesté enderezando la postura. ¿Vas a la vendimia?. No, sólo quiero conocer los grandes châteaux. No es fácil. Bueno, añadí, con que pueda ver uno me basta. ¿Cual? Châteaux Pétrus. No es fácil, respondió con nostalgia, y se enfrascó en la lectura. Desde luego que no fue fácil. La verdad es que resultó imposible, pese a mi acreditación como periodista. Bastantes años después recibí una invitación personal de Christian Moueix para visitar la bodega y degustar los últimos vinos, algunos en “primeur”. Para entonces llevaba unos años colaborando semanalmente en el diario El País, lo que sin duda explicaba aquel repentino interés por mi persona. Pero lo importante es que pude catar y degustar vinos de ensueño, como el 89, para mí el mejor Pétrus en los últimos 20 años. Aquella cata fijó en mi cerebro lo que podía llegar a ser un tinto elaborado con Merlot: lo más excelso. El color rojo oscuro; la nariz, a regaliz, tabaco y torrefacción, con notas a uva muy madura; en boca, el roble fundiéndose lentamente con el fruto, la concentración notable, los taninos magníficos y, al final, amplitud y potencia tales como para envejecer gloriosamente hasta el 2.010. Una de las más grandes añadas de Pétrus, como las del 47 y 48. Con el tiempo, los vinos monovarietales de Merlot se han impuesto en todo el mundo como sinónimo de máxima calidad. Así en España, donde la pionera bodega Magaña tuvo durante años la primacía de este tipo de vino suave y frutoso, corpulento y delicado, complejo y elegante. Todavía conservo un par de botellas de su 85, lo mejor, la cima de una bodega luego errática. Con el tiempo, a los Magaña les han salido imitadores y continuadores, de manera que hoy tenemos un panorama de tintos Merlot impresionante, tanto por su cantidad como por la alta calidad media. Y si aquel “Viña Magaña” del 85 demostró las excelentes condiciones de España para el cultivo y crianza de este varietal, hoy “Caus Lubis” del 91 ejemplariza a lo que se puede llegar con un Merlot hispano de terruño: ser grande junto a los grandes. Entre el recuerdo de uno y la espléndida realidad del otro, existe un amplio espacio donde florecen los Merlot españoles: el contundente “Viñas del Vero”, el estilizado “Las Torres”, la gracia del Roura, el encanto del Monjardín, la sobria originalidad del Rebolledo, el glamour del Raimat... El gusto de la Merlot.

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