Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

El Duero, río de grandes tintos

  • Redacción
  • 2001-11-01 00:00:00

El Duero es un río de mucha enjundia. Ocurre con el Duero lo que con todos los grandes ríos: que casi todas las civilizaciones se han desarrollado en sus riberas, y está de más apuntar los nilos, los mississippis, y los Éufrates y Ganges... Donde no hay río no hay desarrollo, ni vida apacible, ni nada. Por no haber, no hay ni vino. El Duero es un río con las riberas orilladas de magníficas ciudades y villas, y, lo mejor de todo, de pastos para un ganado lanar que aprovisiona de riquísimas carnes a los asadores de leña de Aranda de Duero, de Peñafiel, de Valladolid, de Toro... Y para acompañar, nada mejor que los jugosos viñedos de cuyas uvas bien maduras salen los vinos famosos de Ribera del Duero y Toro.
Tiene el río Duero muchas rutas posibles a lo largo de sus 910 km., que riegan zonas vitivinícolas con el común denominador de los tintos de mucho cuerpo, graduación elevada y gran riqueza de polifenoles. Vamos, en esta ocasión, de Peñafiel a Zamora, bordeando el gran río, y dejando para mejor ocasión la muy noble y culta ciudad de Valladolid.

Peñafiel. Se encuentra en la confluencia del Duero con el río Duratón, y lo que más destaca de ella es su magnífico castillo de piedra blanca. Peñafiel está carcomida de bodegas, de tal modo que la superficie socavada y subterránea no será mucho menor que la que campea a cielo abierto, con sus evocadoras arquitecturas medievales y las chimeneas que airean las bodegas. La mayor sorpresa de Peñafiel es la plaza del Coso. Plaza de justas, toros y cañas de tiempos remotos, y de toros hoy mismo, una vez al año.
Los buenos asados de lechazo, o la excelente morcilla casera, tienen en el Mesón Mauro (Atarazanas s/n.) su mejor expresión.

Tordesillas. El Duero va lento y caudaloso a su paso por esta ciudad, con tanta historia a las espaldas que es buena medida acogerse al Parador y darle un repaso a leyendas y acaeceres. Lo más sonado es el arresto domiciliario de la reina Juana, madre del emperador Carlos, durante cuarenta y seis años. En Tordesillas puede visitarse el Monasterio de Santa Clara, con su precioso artesonado mudéjar, las iglesias de Santa María y San Antolín, ambas del S. XV, o darse un paseo por los soportales de su entrañable Plaza Mayor.
La comida, siempre de calidad y sin los agobios de antaño, cuando no existía la autovía, puede degustarse en el Mesón Valderrey, junto al puente viejo, en la antigua carretera nacional Madrid-La Coruña.

Toro. La celtíbera Toro tiene un toro que es pariente de los de Guisando. Ésta es una ciudad-fortaleza de graneros y bodegas; un enclave estratégico antaño y un lugar para recrearse en el laberinto de su callejero, en sus detalles moriscos, en su colegiata, fundada por Alfonso VII en 1160 y terminada un siglo después. Merece la pena detenerse ante el bello poema en piedra que es su románico Pórtico de la Gloria, o visitar en la sacristía el cuadro precioso de la Virgen de la Mosca, que es una Maternidad con un insecto posado en la túnica.

Zamora. Le echa Zamora al Duero puente de piedra y puente de hierro, y es lugar propicio para dejar esta excursión y aposentarse en su Parador, para verla en detalle al atardecer, cuando su Catedral, del S. XII se ilumina majestuosamente. El paso por la Puerta de Doña Urraca para ingresar en el recinto amurallado debe ser el inicio de un recorrido por su casco antiguo, lleno de sabor medieval, tan sugerente como una novela histórica.
Y cenar en El Rincón de Antonio (Rúa de los Francos, 6), un bello edificio del diecinueve en pleno casco antiguo, donde se puede degustar la más elaborada cocina zamorana.

enoturismo


gente del vino