- Laura López Altares
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- 2025-10-05 00:00:00
Aunque el cambio climático lleva años asediando el viñedo con sequías extremas, olas de calor, lluvias torrenciales o heladas a destiempo, jamás había estado tan amenazado por el fuego como este verano.
La ola de incendios que recorrió España en agosto ha dejado un reguero de cepas malheridas, especialmente en Galicia, donde calcinó más de 158.000 hectáreas de territorio. Gracias a la viña, que es un cortafuegos natural, muchos pueblos se salvaron del desastre. Pero el evidente abandono de los montes y la cantidad de pinos que los habitan favorecieron el descontrol de unas llamas que se propagaron con una virulencia inusitada.
Entre las soluciones que proponen desde las zonas afectadas para prevenir otro cataclismo, destacan una ordenación del territorio que proteja la viña o el impulso de una ley para recuperar parcelas.
Casas calcinadas, animales arrasados, miles de bosques reducidos a cenizas... El balance de la peor ola de incendios de la historia de Galicia dejó más de 158.000 hectáreas quemadas en un agosto terrible que nos tatuó en la retina la visión escalofriante de gigantescas columnas de fuego avanzando sin control por Ourense y Lugo.
"Cuando un paisaje arde, arde tu imagen, arde la memoria y arde el regreso. El paisaje calcinado nos deja una orfandad, nos condena a hablar en pasado", escribía Roy Galán. Las cicatrices que ha abierto el fuego en el paisaje gallego son descomunales, aunque una parte de él luchó en primera línea para salvarse a sí mismo, y también a los pueblos de los alrededores: "El viñedo cuidado fue nuestra salvación", afirma categórico Luis Vázquez, gerente-secretario del Consejo Regulador de la D.O.P. Ribeiro.
En la D.O.P. Valdeorras y la D.O.P. Monterrei no corrieron la misma suerte, pero, gracias a sus viñas, el golpe no fue tan salvaje: "Es una evidencia que las viñas actúan de cortafuegos; es decir, evitan la propagación del fuego. Ahora bien, es cierto que, si las parcelas anexas están abandonadas, tendrán serias dificultades para parar las llamas. Las fincas anexas a los viñedos deben estar, si no completamente limpias, prácticamente limpias. Porque si no es imposible de atajar esto. Esa es la solución más apremiante", afirma Miguel López, director técnico del Consejo Regulador de la D.O.P. Monterrei.
Todavía hoy se está midiendo el alcance de los incendios en el viñedo gallego: algunas viñas no lograrán sobrevivir, pero los viticultores confían en que en la mayoría el daño no sea irreparable y solo se pierda la cosecha de este año.
Desde la D.O.P. Valdeorras piden soluciones políticas efectivas, como una ordenación del territorio que asegure la supervivencia del viñedo. Tal vez, el hecho de que la Unión Europea haya aprobado la creación de dos sellos que reconocen a aquellos productores que contribuyen a crear paisajes resilientes frente a los incendios –Fire Wine Resilient Landscape y Fire Product Resilient Landscape– ayude a esta causa.
Aunque en la Galicia rural –y en todo el campo español– seguirán teniendo un enemigo casi tan imparable como el fuego: el abandono de los montes a causa de la despoblación. La actividad agraria mantiene vivos los territorios y ayuda a hacer frente a la proliferación de pinares y maleza, combustibles de todos los fuegos.
El mordisco del fuego
"Si no hubiese viñedo, los pinos llegarían hasta las casas y se habrían arrasado pueblos enteros", explica contundente Jorge Mazaira, director técnico de la D.O.P. Valdeorras y la voz de una comarca donde el fuego ha devorado viñas en prácticamente todos los ayuntamientos que la conforman.
En los devastadores incendios de agosto, las llamas cercaron pueblos enteros del noreste de Ourense –Larouco, Vilamartín, O Barco, Rubiá, Petín, A Rúa, O Bolo y Carballeda han sido las zonas más afectadas– que aún se sacuden la ceniza. Y no olvidan cómo tuvieron que ser ellos mismos los que se enfrentaron al fuego ante la falta de ayuda en los primeros momentos: "La gente te cuenta que lo vio empezar, un núcleo de cuatro metros cuadrados. Llamaron pidiendo ayuda y les dijeron que se las arreglaran porque no había medios. Así de claro. Eso lo vieron todos. Y luego se volvió imparable porque las piñas y las ramas saltaban a 50 o 100 metros al rojo vivo y empezaban a crear distintos focos. La gente salvó a los pueblos, se quedaron para intentar apagar los fuegos jugándose la vida. Y también saben que, sin viñas, las llamas habrían llegado mucho más abajo".
De las 1.200 hectáreas de viñedo con las que cuenta Valdeorras, un 2% ha sufrido daños –la Xunta destinará una partida de ayudas al viñedo afectado de 12.700 euros por hectárea–, aunque el alcance real en el campo es muy difícil de cuantificar porque también hay viñas abandonadas y otras que no están inscritas en la Denominación: "El daño es potente y está claro que hay viñedos que han perdido la cosecha, pero el cómputo global es complicado de calcular porque en ese abanico de zonas donde ardieron viñas no todas están inscritas. Lo que es un hecho es que fue terrorífico, paisajísticamente fue terrorífico. Yo soy de aquí y ya he visto arder todo esto muchas veces, lo que pasa es que con esa virulencia nunca. En la vida llegó el fuego hasta donde llegó en agosto", narra.
La sequía del último año, los vientos agravados por los propios incendios y, sobre todo, el abandono del monte son algunos de los factores que han desencadenado la tormenta incendiaria perfecta: "Si está todo cultivado, el fuego puede llegarte a dos parcelas. En la tercera ya se apaga, y a la cuarta ya no tiene fuerza. Pero hace ya tiempo que esto no está ordenado, que no hay cortafuegos, que no se limpia debajo de los montes. Y si encima te viene un año como este, donde hace dos meses que no llueve y con unas temperaturas por encima de los 35 grados durante diez días, todo está seco como una paja y con los dichosos pinos el fuego prende a toda velocidad, no hay quien lo pare. Lo que exigimos es que, donde haya cultivo, se mantenga una franja de 100 metros limpia por ordenación del territorio. Es lo que tiene que haber. O por lo menos hacer polígonos de 50 metros que sirvan de cortafuegos. Pero la burocracia es muy lenta y nosotros nos estamos quedando sin gente que limpie".
En juego está la supervivencia de un territorio singularísimo, con una diversidad de suelos extraordinaria –pizarrosos, graníticos, aluviales, arcillo-ferrosos, calizos– y una variedad icónica, la Godello, que reina en un valle todavía lleno de sombras.
Como señala Jorge Mazaira, el pinar se regenerará y el monte bajo volverá a salir en tres años, pero teme que el olvido vuelva a llenar de humo las viñas de Valdeorras: "Otra vez llegarán el humo y sus tóxicos, y todo esto será cada vez más difícil y menos bonito. Ahora es un desastre. Pero estamos en una vendimia y no queda otra que mirar para adelante, pero imagínate también lo que han sufrido las plantas".
Una complicación añadida es que la solución más rápida y efectiva para adaptarse a los desafíos climáticos, plantar viña a más altura, también supone un riesgo al acercarse al hábitat de los pinos: "Tenemos que subir la viña un poco más arriba para que vaya más lentita, pero ahí están los dichosos pinos, que cuando prenden son el peor enemigo. Y si compras fincas, tienes el pinar al lado. Y, aunque limpies tus pinos, al final te quedan los pinos del vecino. Además, te encuentras con que si alguien quiere comprar zona quemada tienes que esperar años y años".
Pero, a pesar de la compleja situación que atraviesa la comarca, el director técnico de la D.O.P. Valdeorras se muestra esperanzado y combativo con su futuro: "Llevamos la viticultura en la sangre y vamos a seguir peleando por ella. Sortearemos todos los acontecimientos que vengan, pero burocráticamente debería haber más facilidades. Hay retos que ya no son propios del sector".
Contener el desierto
Al sur de Ourense, en la denominación de origen más pequeña de Galicia, Monterrei, todavía están determinando el alcance de los daños en el viñedo. Miguel López, su director técnico, se aferra a la esperanza de que muchas de las cepas afectadas por los incendios sobrevivan: "La lluvia que está cayendo estos días va a ayudar a la planta, que ya tenía un estrés hídrico enorme antes de los incendios. Creemos que la mayor parte va a rebrotar y, dentro de lo malo, no es lo mismo perder la cosecha un año que perder la cepa".
Cuenta que, tan solo unos días antes de que el fuego cercara sus viñas, celebraban la XVIII Feira do Viño de Monterrei con un éxito increíble y que, en cuestión de horas, pasaron de la alegría al horror: "Se veían frentes de llamas de kilómetros rodeando Verín: era un caos total, luego todo se llenó de humo, ceniza...".
La clave para entender cómo se llegó a ese punto terrible está en un suelo olvidado donde el viñedo es la única excepción a un abandono evidente: "Las temperaturas cada vez son más altas y no llueve, entonces cada vez se desertiza más. Durante el invierno y la primavera tuvimos mucha lluvia, lo que provocó que la maleza creciese desorbitadamente. Y toda esa maleza que creció luego es combustible en un incendio".
Aquellas viñas que fueron asediadas por lenguas de fuego y humo se sacuden la ceniza en su resiliencia y quizá consigan sortear las huellas del desastre: "Por suerte o por desgracia, hay muchos estudios especializados con productos enológicos para paliar los efectos del humo y las cenizas, y eliminar los olores que suelen producir, el smoke taint", asegura Miguel López.
Es un hombre optimista que busca el lado positivo del caos climático que se cierne sobre las viñas: "El estrés hídrico es muy complicado, pero lleva a la planta al límite; por eso, las uvas que tenemos son más pequeñas y concentradas. Esto luego nos va a permitir obtener unos vinos mucho más expresivos. Otro de los puntos favorables de la escasez de precipitaciones también es el estado fitosanitario de la uva: hay menos proliferación de hongos y eso significa que no hay botritis, no hay oídio, no hay mildiú. La planta sufre, pero la uva está más sana".
Respecto a la prevención de los incendios, además de impulsar cortafuegos más grandes y mantener limpias las fincas anexas a los viñedos, el director técnico de la D.O.P. Monterrei pide más efectivos: "La gente lo que quiere es que no vuelva a pasar, y que si pasa se actúe rápido y unidos. Lo importante es que estemos preparados y concienciados, que no ocurra de nuevo. Hay que coordinar todo ya en invierno para que, si pasa, no nos haga tantísimo daño".
El asedio de la despoblación
La D.O.P. Ribeiro, en el borde noroccidental de la provincia de Ourense, se libró del fuego por un golpe de suerte... y de coraje ciudadano: "Nosotros sufrimos el incendio en un bosque próximo a la Denominación, pero afortunadamente no afectó al viñedo. Sí que afectará, supongo, al rendimiento de las viñas más próximas. Pero gracias a la intervención vecinal, que fue muy solidaria y múltiple, se salvaron los viñedos próximos al incendio. Yo valoré los daños y no llegan a tres hectáreas", explica Luis Vázquez, gerente-secretario del Consejo Regulador de la D.O.P. Ribeiro.
Insiste en que hay que valorar si las viñas que se salvaron van a sufrir una pérdida de producción pero, al estar inmersos en la ajetreada vendimia, todavía no puede facilitarnos esos datos. Lo que sí nos adelanta es que la cosecha de 2025 va a ser la más baja de la historia del Ribeiro: "Estamos ante la peor cosecha desde que tenemos datos, con el verano más caluroso de la historia. Evidentemente nosotros ya habíamos estimado una producción reducida, pero nos quedamos cortos. En 2024 vendimiamos algo más de once millones y este año no vamos a llegar a nueve. Aunque me están transmitiendo que la uva está entrando con un grado excelente".
Para intentar paliar esta situación tan complicada, el Consejo se reunirá tras la vendimia para centrarse en los problemas más acuciantes de la Denominación: "En primer lugar, estamos muy preocupados por las ventas y por el abandono que hay aquí, por la falta de relevo generacional. En el Ribeiro, el minifundismo todavía es más acelerado y exagerado que en el resto de Galicia. Y la media de edad de los viticultores sigue aumentando año tras año. Hay cada vez más pérdida de superficie productiva, y si a eso le añades el cambio climático y el estrés hídrico que han sufrido los viñedos...".
La pérdida de terreno productivo es su mayor preocupación: de los 1.620 viticultores inscritos que había en la Denominación hace tres años, quedan 1.353. Muchos abandonan sus viñedos y, con ellos, se pierde parte del alma del Ribeiro (y se perjudica también a quienes, además de mantener sus viñas, cuidan también de las parcelas abandonadas colindantes para evitar enfermedades como la flavescencia): "Y eso es nuestro prestigio también, nuestra seña de identidad, la diversidad. La solución es recuperar parcelación o viñedo a través de la aplicación de la Ley de Recuperación de Tierra Agraria que ya existe; pero, evidentemente, hay que ponerla en marcha y desarrollarla. El problema es que las autoridades no impulsan y no presionan para que esa ley se aplique porque no les interesa electoralmente. Si tú quieres abandonar tu parcela, la puedes ceder al Banco de Tierras o en alquiler; y, si no, tienes la obligación de limpiar. Tenemos que impulsar, exigir y pedir que esa ley se aplique".
Sobrevivir al secano rabioso
Lejos de las cicatrices abiertas de los incendios del noroeste de España se encuentra Jumilla, que convive día a día con el fuego figurado de sus sedientas tierras, ejemplo de absoluta resiliencia ante unas condiciones climáticas extremas: en los últimos tres años, la media de precipitaciones anuales ha llegado a ser incluso inferior a los 150 mm. "Sin embargo, el secano rabioso de la D.O.P. Jumilla también tiene un componente heroico, y la gran mayoría de las cepas han logrado resistir tal dureza y han producido uva. Poca, pero de gran calidad", destacan desde el Consejo Regulador de la D.O.P. Jumilla.
La ventaja es que su amplia zona de producción cuenta con una gran diversidad de ubicaciones de los viñedos, con altitudes que van desde los 400 a los 1.000 metros, una importante oscilación térmica y suelos calizos y profundos, con gran capacidad de retención de agua: "A diferencia de zonas más próximas al mar, existe margen para elaborar vinos mediterráneos equilibrados, con notable acidez y redondos".
Con inviernos más cortos y templados, sequías muy intensas y olas de calor que duran cada vez más días, explican que adaptar las labores en el campo es crucial para la supervivencia de unas cepas sometidas a un estrés hídrico brutal: "Por ejemplo, retrasar la poda para alargar el ciclo de la planta, manejar correctamente el suelo para mejorar la retención de agua o hacer controles minuciosos de maduración de la uva en vendimia. Además, cada año se hace más urgente la autorización de riegos de socorro o de apoyo, ya no solo para producir, sino para asegurar la supervivencia de las plantas".
También suben su apuesta por la Monastrell, la variedad mejor adaptada a la dureza de su clima: "Jumilla posee el 25% de la Monastrell de todo el mundo. Es y seguirá siendo nuestra seña de identidad, custodia de nuestros campos y reina de los vinos de la D.O.P. Jumilla".
Mientras que el vino forme parte de la identidad de los pueblos, tendrán una posibilidad de curar sus heridas climáticas. Y, como pedía Jorge Mazaira, director técnico de la D.O.P. Valdeorras: "Este es el momento de apostar por las zonas que hemos sufrido los incendios, de que nos apoyen, de que consuman nuestros vinos y así nuestras comarcas salgan adelante".



