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MADEIRA: El último secreto del vino

  • Redacción
  • 2002-02-01 00:00:00

La vinicultura en Madeira ha estado dormitando durante décadas. Pero el futuro podrá ser mejor con el traspaso de la importante Madeira Wine Company a la familia Symington y la prohibición de exportar a granel. Con sus vinos de viñedo único, el productor superior Henriques & Henriques inaugura una nueva era. El verdadero tesoro de la isla son las antiquísimas añadas de madeira que duermen en las bodegas. Un reportaje de Thomas Vaterlaus con fotografías de Heinz Hebeisen.

Ya era de noche cuando el avión despegó de Lisboa. Claro está que en la actualidad, gracias a sus sistemas de navegación GPS, los pilotos encuentran sin visibilidad cualquier punto de la Tierra, por apartado que esté. Y sin embargo, sigue produciendo una extraña sensación que un avión vuele por el cielo negro sobre el inmenso Atlántico, para aterrizar en una isla diminuta. Quizá por eso todos estuvieran tan callados a bordo. Sólo cuando escasas dos horas después aparecieron de la nada las luces de Funchal, tal y como estaba previsto, un aliviado rumor de voces se extendió por las hileras de asientos. ¡Cómo debieron anhelar este momento del “tierra a la vista” los primeros navegantes, cuando pasaban por allí camino de América en sus barcos de vela, sin poder definir su posición con exactitud! Y encontrar Madeira era perentorio, pues allí había agua potable, alimentos y vino.
La historia del vino de Madeira está indisolublemente unida a su situación geográfica en la ruta clásica del Atlántico. En algún momento de la segunda mitad del siglo XVII, los navegantes se percataron de que el vino de Madeira sabía mejor cuando las barricas habían viajado por los cálidos y húmedos trópicos en el fondo de la bodega de un barco. Para los ingleses, con su especial talento para detectar tales fenómenos misteriosos, había nacido un nuevo vino de culto. Pronto empezaron a encargar desde Londres grandes cantidades de este “Vinha da Roda” (que había completado el viaje de ida y vuelta a los trópicos). De las anotaciones del comerciante inglés William Bolton se desprende, por ejemplo, que sólo en diciembre de 1697 ocho barcos británicos cargaron 695 pipes, que son alrededor de 370.000 litros de vino.
Lo curioso es que aún hoy, 350 años después, de alguna manera el madeira resulta tan enigmático como entonces. Mientras que, con el tiempo, otros milagros del vino han sido descifrados y, con ello, desmitificados, el madeira se aferra a la misteriosa niebla que lo rodea. No es sólo porque ya en un “10 Years old Malvasia” se puedan llegar a descubrir más de 300 elementos aromáticos; sino más bien porque los casi 5 millones de litros de vino que allí se producen anualmente siguen procediendo de más de 2.000 vinicultores que cuidan sus cepas en terrazas peligrosamente talladas en las laderas de los montes, lejos de Funchal, donde hacen el vino las siete casas comerciales que quedan.

El póquer de la añada
Cerca de la roca desde la que domina el mar el legendario Reid’s Palace Hotel se halla un antiquísimo depósito en el que se solía almacenar azúcar (que en esta isla llamaban “oro blanco”). Hoy maduran allí los vinos de Vinhos Barbeito. En un rincón callado, sentado a una mesa polvorienta bajo estanterías polvorientas, un señor entrado en años llamado António, vestido con bata de trabajo azul, está rodeado de pinceles, plantillas y pintura blanca. Sin decir una palabra, pinta el año y la variedad de uva sobre las botellas llenas de madeira de los años 60, 70 y 80. Las manchas de pintura e irregularidades en las letras las rasca después con un cuchillito, soplando cuidadosamente el polvo blanco que esta operación deja sobre la botella. Un oficio de otros tiempos, distante años luz de las ruidosas embotelladoras actuales que pegan las etiquetas sobre las botellas con un breve “fet, fet, fet...”.
A pocos metros del rincón donde pinta António, sin llamar la atención, está esa barrica de madera en la que aún duermen 20 litros de un Terrantez (esta variedad está prácticamente extinta) del año 1795. Es la cosecha más antigua de un vino de Madeira que sigue en el mercado. Una botella cuesta unos 1.200 €. ¿Por qué no se embotellan esos 20 litritos, que ya sólo cubren el fondo de la barrica? ¿No debería estar prohibido exponer a este matusalén del vino a tal riesgo de oxidación? “¿Oxidación?”, Américo Pereira, asesor de Vinhos Barbeito, se ríe. “Este vino ya ha aguantado tanto, que no le importarán un par de añitos más en la barrica. Bombearlo, filtrarlo y embotellarlo le afectaría mucho más.” La historia de este vino es digna de una novela de suspense. Cuentan que el fundador de la empresa, Mário Barbeito de Vasconcelos, compró este vino a una familia llamada Accaioli tras la Segunda Guerra Mundial. Los Accaioli, descendientes de un conocido linaje toscano, comerciaban con vinos de Madeira desde un remoto pasado, pero en aquel momento se estaban retirando del negocio.
Naturalmente, la pregunta es hasta qué punto son fiables estos datos sobre el año. “Durante mucho tiempo fue tradición aquí que, al morir un productor de madeira, el vino que aún quedaba se embotellaba y se repartía. Era entonces cuando se rotulaban las botellas; pero actualmente ya no se puede comprobar si el año que se inscribía sobre las botellas era el de la cosecha o bien el año de fallecimiento del productor”, dice John Cossart, presidente del muy renombrado productor de madeira Henriques & Henriques. John Cossart estuvo con su primo, también acreditado experto en madeira, en la cata previa de una subasta de vinos de Madeira en Christie’s, en Londres. Los vinos, en parte muy viejos, procedían de casas de gran renombre. Pero cuando ambos intercambiaron impresiones después de la cata, en el caso de varios vinos tenían la sensación de que el año y la impresión de cata no siempre se correspondían sin dejar resquicio a la duda.

Placer indestructible
Pero en última instancia da igual si uno de estos vintage es un par de años más joven de lo que pone en la botella, o si en algún momento del pasado fue mezclado con otros vinos de su época. Lo que cuenta es el increíble frescor, profundidad y complejidad de aromas de estas especialidades de 100 o incluso 150 años de edad. Sus características fluctúan según la variedad de uva y el contenido de azúcar residual. A esta edad, los vinos dulces Malvasía y Boal se han vuelto profundamente negros y revelan aromas de chocolate, café, pasas y pastas navideñas; muy distintas son las variedades Sercial y Verdelho, de elaboración más seca, que se muestran de color ámbar y cuyos aromas están definidos más bien por notas de té, nueces y menta. Asombrosos son los moderados precios a los que se venden estas absolutas rarezas. Incluso los vinos del solicitado año 1900 se pueden conseguir por menos de 400 €.
Hace pocos años, durante unas obras de construcción en Londres, se hallaron dos botellas de madeira. Se comprobó que el vino procedía de una bodega que había sido enterrada para construir la catedral de San Pablo. Así se pudo saber sin lugar a dudas que esas botellas tenían que haber sido embotelladas con anterioridad al año 1675. El análisis y degustación de una de las botellas arrojó el siguiente resultado: el vino ya apenas tenía azúcar residual y sólo alcanzaba un 6,2 por ciento de volumen de alcohol. Pero, a pesar de todo, estaba absolutamente intacto. Posteriormente se introdujo la práctica de añadir alcohol a los vinos y almacenarlos según el principio de la Estufa (poderosas estufas que generan temperaturas tropicales), o bien siguiendo el sistema más noble y laborioso de Canteiro (las barricas maduran bajo el tejado, calentadas por el sol), que confiere actualmente aún más capacidad de guarda a los vinos superiores de Madeira. Gracias a la brutalidad con la que se le trata en su juventud, el madeira se vuelve inmortal: así describió en cierta ocasión Hugh Johnson este “vino masoquista”. Efectivamente sólo el madeira hace posible que incluso una botella abierta sea perfectamente deliciosa a lo largo de décadas.

Vino de moda Colheita
Hasta mediados de los años 90, el antaño tan orgulloso madeira estaba viviendo un progresivo ocaso. Ya hacía tiempo que se había convertido en sinónimo de vino barato para guisar, y el número de Casas que lo comercializaban iba en permanente descenso. Entonces llegó a esta pequeña isla la familia Symington, que hasta entonces había tenido éxito sobre todo en el negocio del vino de Oporto, y se hizo cargo paso a paso de la mayoría de las acciones de la Madeira Wine Company con marcas comerciales como Blandy’s, Cossart Gordon & Co. y Leacock & Co. Desde entonces, la calidad ha ido mejorando ostensiblemente. Además, con el llamado Colheitas han creado un nuevo tipo de madeira, cada vez más demandado. El Colheita es un madeira de añada que se comercializa pocos años después de la cosecha, porque no necesita –como el vintage– madurar primero veinte años en barrica y después dos años más en la botella. Otras Casas de Madeira, como Barbeito, ya están apostando por este nuevo estilo de madeira. Además, esta isla portuguesa espera a largo plazo otra revalorización de su más famoso y también más importante producto de exportación con una modificación de las reglamentaciones, según la cual a partir del año 2002 ya no se podrá exportar vino a granel (hasta ahora, nada menos que 2 millones de litros anuales o el 40 por ciento de una cosecha). Con ello, se espera evitar en el futuro que el madeira se embotelle y se venda en otros países, sobre todo en Francia.

El supercru del futuro
En lo que respecta a los valiosos vinos superiores de Madeira, ha sido sobre todo la pequeña y exclusiva casa comercial Henriques & Henriques en Câmara de Lobos la que ha abierto nuevos caminos. La familia, descendientes de Dom Alfonso Henriques, primer rey de Portugal (1139 a 1185), está establecida desde el siglo XV en ese pequeño pueblo a unos 10 km al oeste de Funchal. En 1994 se construyó allí una nueva bodega que reúne con sofisticación la preparación tradicional del vino de Madeira y las modernas técnicas de vinificación. Debido al derecho de sucesión napoleónico y, más tarde, por la reforma agraria llevada a cabo tras la Revolución de los Claveles de 1974, la familia perdió la mayor parte de sus terrenos, viéndose obligada a adoptar el papel de la clásica casa comercial de Madeira. Pero con ello no quiso darse por contento el actual patrón, John Cossart. Su visión, tan simple como lógica: “Quien busque consecuentemente la calidad, necesariamente tendrá que disponer de cepas propias.” Con sus 17 hectáreas, Henriques & Henriques actualmente es la única Casa de Madeira que posee viñedos propios. El orgullo de la firma es el viñedo llamado Quinta Grande, de 10 hectáreas, plantado en enero de 1995. A unos 700 metros sobre el mar crecen allí las cepas, en estrechas terrazas con espacio para una sola hilera. No sólo se han plantado las variedades conocidas Verdelho, Sercial, Boal y Malvasia Cândida, sino también la Terrantez, en peligro de extinción. En los últimos diez años Henriques & Henriques ha invertido más de seis millones de dólares en bodega y viñedo. Lo que pretende con ello John Cossart es, entre otras cosas, producir un vino que en el futuro se haga cargo del papel principal entre los madeiras de prestigio. “Sobre la base de alguna de las últimas o próximas cosechas crearemos con el Quinta Grande un vintage de viñedo individual. Pero como el vino ha de madurar un mínimo de 25 años en barricas y en botella, la primera cosecha saldrá al mercado en 2025”, dice Cossart.

“No plastic, only money” ("Plástico no, sólo dinero")
Paseando por el centro histórico de Funchal, en la Rua dos Ferreiros, directamente junto al número 107, donde entre montañas de recuerdos increíblemente cursis la familia D’Oliveira, de hecho, vende vinos raros e interesantes a precios humanos, a veces se encuentra un portal semiabierto. Entra el sol resplandeciente e ilumina unas viejas barricas con inscripciones de tiza de trazo fuerte. Allí Artur de Barros, ágil e impulsivo a sus 62 años, reina en su mundo de madeira, mundo en el que no ha cambiado ni el más mínimo detalle en las últimas cinco décadas. “Vengan, vengan, aquí no hay estufa, no hay calor artificial”, nos cuenta mientras subimos la escalera, haciendo crujir los escalones hasta un desván lleno de telarañas donde vemos barricas a media luz, tan viejas y frágiles que no nos atrevemos a tocarlas. “Diez años se queda el vino aquí arriba, luego sigue madurando en la bodega”, dice Artur. De nuevo abajo, hace huir rápidamente a un americano que pretendía pagar una botella con tarjeta de crédito en su bodega. “No plastic, only money” (plástico no, sólo dinero), le dice a gritos, seguidos de una sombría carcajada.
Al observar con atención se comprende que, aunque el lugar parezca un museo, se trata no obstante del verdadero entorno vital y laboral de un hombre que obviamente no ha participado en los últimos decenios. Escucha la música cascada procedente de una radio de tubo marca Standard Electric. Y tiene que teñir a mano las dos últimas cintas del mastodonte negro que es la máquina de escribir en la que mecanografía las facturas con sus dedos nudosos. Sobre el sofá está colgado el retrato de su abuelo, que se encontraría tan a gusto en su antigua oficina hoy como cuando seguía sentado personalmente en la butaca de gastado cuero marrón. Lo que finalmente me llevé de allí fue un “Malvasia Extra Reserva ABSL”. La verdad es que podría haberme ahorrado la pregunta sobre la edad del vino: “Lo hizo el abuelo”, susurra Artur quedamente.

PS: Sigo sin saber qué pensar exactamente de Artur de Barros. ¿Se trata de un astuto hombre de negocios que pone en escena a la perfección el show nostálgico? ¿O bien es un verdadero conservador del Santo Grial del madeira tradicional? En este mundo del vino isleño nunca se puede estar seguro. Cuando llamé por teléfono a Vinhos Barbeito unas semanas después para hacer algunas preguntas sobre el vino de 1795 en barrica, de repente me dijeron que ese vino ya no estaba en la barrica y que tampoco se vendía, sino que se hallaba en la bodega particular de la familia. Al expresar mi asombro por tan rauda transformación en el mundo del madeira, por lo general tan estoico, me respondieron: “Si realmente tiene usted interés por una de esas botellas, a lo mejor sí que se podría hacer algo.”

Productores de madeira

Los siguientes productores merecen una visita y ofrecen posibilidad de cata:

MADEIRA WINE COMPANY S.A.
Rua dos Ferreiros, 191
9000-082 Funchal
Tfno.: +351 291 74 01 00
Fax: +351 291 74 01 01
Gran variedad de vinos, sobre todo de las marcas Blandy’s y Cossart Gordon. Colheitas interesantes (por ejemplo, el Blandy’s Malmsey de 1994), pero también magníficos vintages (por ejemplo, Cossart Gordon Bual de 1908).

HENRIQUES & HENRIQUES
Estrada de Santa Clara, 10
Sítio de Belém
9300-145 Câmara de Lobos
Tfno.: +351 291 94 15 51
Fax: +351 291 94 15 90
Oferta de alto nivel, desde “Finest Dry” hasta “Full Rich”. Se muestran perfectamente compuestos sobre todo los varietales de 10 y 15 años de Sercial, Verdelho, Bual y Malvasia. Vinificación innovadora y moderna.

VINHOS BARBEITO LDA.
Estrada Monumental, 145
9000-098 Funchal
Tfno.: +351 291 76 18 29
Fax: +351 291 76 58 32
Distribución laberíntica en un viejo edificio almacén mirando al mar. Especializados en viejos vintages a precios moderados. Entre la oferta se encuentran el Malvasia de 1834 y el Bual de 1863 por unos 400 € cada uno. Vintages de los años 1900, 1901 y 1910 por unos 200 € cada uno.

PEREIRA D’OLIVEIRA VINHOS LDA.
Rua dos Ferreiros, 107
9000-082 Funchal
Tfno.: +351 291 22 07 84
Fax: +351 291 22 90 81
Clásica empresa familiar. En la imponente casa señorial, el vino lamentablemente se ofrece entre montañas de recuerdos terriblemente cursis. Pero no se dejen amilanar por ello: la oferta de viejos vintages es enorme y se remonta hasta la añada de 1850 (curiosamente se trata de un Verdelho casi seco). Precios muy razonables.

ARTUR DE BARROS E SOUSA LDA.
Rua dos Ferreiros, 109
9000-082 Funchal
Tfno.: +351 291 22 06 22
La bodega de estilo antiguo más bonita de toda Madeira. Artur Barros es tradicionalista hasta la médula, lo que a uno puede gustarle o no. Todos los vinos maduran por el procedimiento Canteiro. Interesantes son los varietales “Extra Reserve” largamente madurados (también en la botella). No se les ocurra pretender pagar con tarjeta de crédito...

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