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David Abreu: el duende

  • Redacción
  • 2001-11-01 00:00:00

«TRABAJO EXCLUSIVAMENTE CON PERSONAS PARA LAS QUE LO MEJOR ES LO MÍNIMO ACEPTABLE»

Qué tipo más loco. Durante toda una mañana nos lleva en su polvorienta camioneta a toda velocidad por las pistas llenas de baches que surcan las colinas de Howell Mountain, atravesando a veces bosques, a veces matorral pedregoso. Al mismo tiempo, azuza a sus empleados por radio y teléfono móvil. Una y otra vez nos paramos junto a futuros viñedos, en los que las excavadoras apartan enormes piedras y sus empleados mejicanos introducen en la tierra los plantones de Cabernet para futuros grandes vinos de culto. Cada vez que ve a sus «bebés» se pone nervioso, sus brazos gesticulantes abandonan el volante y sus ojos castaño-verdosos recorren el paisaje como pelotas de pimpón. «Veis, éstos son los suelos, esto es arcilla roja, magnífica, lo mejor para hacer vinos superiores», exclama este duende, que no es otra cosa que la auténtica «eminencia gris» detrás de los vinos de culto. Con sus 110 empleados, la David Abreu Vineyard Management Company garantiza la calidad de las uvas que dan fama mundial a los propietarios de los distintos viñedos.
Sus increíbles conocimientos son consecuencia de centrar su atención en un solo terruño. Abreu trabaja únicamente en un radio de pocos kilómetros de donde vive, St. Helena, y se ciñe rigurosamente a las variedades clásicas de Burdeos. Pero en este campo estrechamente delimitado, sus exigencias son enormes: «Trabajo exclusivamente con personas para las que lo mejor es lo mínimo aceptable». Pero ¿qué es lo mejor? Abreu enumera: viñedos inclinados orientados al sur o al oeste, una densidad de plantación de 7.500 cepas por hectárea (distancia entre las cepas: 1 metro; distancia entre las hileras: 2 metros), cultivo en Guyot doble, una zona de fructificación mantenida muy baja (a la altura de las rodillas), no más de cinco toneladas de cosecha por hectárea, una poda rigurosa de las hojas, vendimia manual sólo entre la medianoche y la salida del sol, porque, según dice David: «Como mejor sabe la uva es si te la comes en el campo a las cinco de la mañana».
En su casa en St. Helena se encuentran las señales características de ese caos animado inevitable cuando se tienen hijos y, además, ambos padres tienen un trabajo que los absorbe. No hay nada representativo, excepto un enorme armario de madera de cerezo que David Abreu descubrió en un mercadillo en París y compró inmediatamente. En algún lugar de su oficina hay una raqueta de tenis que no toca desde hace mucho. También hay un panel cubierto de fotos pinchadas que cuentan nada menos que la historia completa del vino de culto en Napa Valley. Se ve a David Abreu al lado de Chuck Wagner, juntos en Caymus, cuando todo empezó. Y se le ve fotografiado con todas esas caras que en estos últimos años han logrado la fama y puntos Parker: en una fiesta de la vendimia, en la celebración de un nuevo viñedo... Lo que Abreu tiene allí, en la pared, se parece a un álbum de familia.
Ya en 1980 David Abreu intentó hacer vino por primera vez. Se le hizo vinagre. La del 87, finalmente, fue su primera añada «de verdad». Desde los 90, su Cabernet Sauvignon Madrona Ranch también se cuenta entre los vinos de culto. Y David acaba de iniciar su propia carrera. Este año ha terminado su impresionante viñedo en la Howell Mountain, al que le seguirá Thorevilos Vineyard. Y los planos para su propia bodega están prácticamente terminados. Al final de nuestra arriesgada visita guiada por las colinas de Napa Valley aterrizamos abajo, en la llanura, en medio de St. Helena, junto a un cementerio con capilla donde Abreu ha plantado un viñedo similar a un Clos. En el impresionante portón de entrada está el nombre de su hijo: «Rico-Matteo Abreu Vineyards». Ese será su cuarto vino, nos dice, dejándonos asombrados. Nos ha estado desmenuzando las excelencias de los viñedos inclinados durante cinco horas, ¿y ahora dice esto? «Os prometo que también puede convertirse en un gran vino. En las colinas tenemos fantásticas posibilidades, evidentemente. Por otra parte, en vinicultura no hay reglas absolutas. Lo mejor es que volváis en 2004 y probéis el vino».

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