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Verdicchio el legado de Bonaparte

  • Redacción
  • 2002-11-01 00:00:00

No hay un solo restaurante en la costa adriática donde no se encuentre el Verdicchio, un vino blanco ligero embotellado en ánforas de aspecto griego. Pero también merece la pena descubrir los demás productos de las Marcas, una región de Italia central que presenta una enorme diversidad. Es una de las regiones menos conocidas de Italia: las Marcas limitan al norte con la Emilia Romaña, al oeste con la Toscana y Umbria, y al sur con los Abruzos; al este se encuentra el mar Adriático. Así, en la región se encuentran preciosas calas, pero también paisajes de colinas o escarpadas zonas de montaña, pueblos blancos junto al mar o aldeas medievales de montaña, bosques y pastos de ovejas o campos de cereales… y, naturalmente, también viñedos: en las Marcas hay 21.000 hectáreas de cepas. El territorio de la vid se extiende desde las colinas situadas junto al mar hasta la falda de los Apeninos en el interior. El Verdicchio sigue suponiendo casi tres cuartas partes de la producción regional. Sin embargo, cada vez son más los tintos significativos con denominación DOC, tales como el Rosso Conero o el Rosso Piceno. En ellos predomina la uva Montepulciano, una variedad propia de la costa adriática que no tiene nada que ver con la localidad toscana del mismo nombre. Además, en ambos vinos puede existir una parte de Sangiovese. También existen diversas zonas DOC más pequeñas, que están cobrando cada vez más importancia, como Lacrima di Morro d’Alba, donde se obtiene un tinto vigoroso y afrutado, los Colli Maceratesi, o la zona del vino blanco Falerio dei Colli Ascolani. Boccadigabbia: Cepas con historia Elvidio Alessandri apunta orgulloso al paisaje de colinas en el sur de las Marcas, donde al lado de la costa se extienden campos de cereales y bosques sólo interrumpidos ocasionalmente por el verde intenso de un viñedo. «Mi padre compró las tierras», cuenta, «directamente a su majestad el Príncipe Luigi Girolamo Napoleone Bonaparte, último heredero de la corona imperial y descendiente directo de Napoleón III». En su día, Napoleón Bonaparte recibió las tierras de manos del Papa, y durante mucho tiempo después de la muerte del emperador francés permanecieron en posesión de su familia. Como prueba, Alessandri muestra una losa con el nombre de la finca, Boccadigabbia, decorada con la N de Napoleón y la corona imperial. «Entre 1800 y 1900 todavía había aquí unas 100 bodegas», sigue contando el vinicultor, «y quizás vuelva a ser así algún día». Y es que, según nos asegura, el sur de las Marcas está en auge, y cada vez son más las pequeñas propiedades que vuelven a elaborar su propio vino. Y, curiosamente, no sólo se embotella Rosso Piceno, el principal vino con denominación DOC de esta zona. La tradición napoleónica hizo que en esta parte de la costa adriática también se extendieran cepas francesas: sobre todo Merlot, pero también Pinot nero y Pinot bianco. Sólo queda una minoría de ellas, pero por lo menos Elvidio Alessandri las ha vuelto a plantar en su finca. Por lo tanto, en los viñedos de Boccadigabbia, que caen suavemente hacia el sur, existe una gran variedad: La Castelletta es un elegante Pinot grigio elaborado con una pequeña proporción de Pinot bianco y Pinot noir. El Montalperti es un Chardonnay bien estructurado madurado en acero, mientras que el Saltapicchio es un Sangiovese criado en barrica. Il Girone, un Pinot nero elegante que también se madura en toneles de madera de pequeño tamaño, no sale al mercado hasta los tres años de crianza. El buque insignia de la producción de Boccadigabbia se llama Akronte: este Cabernet Sauvignon de pura casta pasa entre 18 y 20 meses en toneles de roble francés: es un gran vino con cuerpo y estructura. Pero el corazón del vinicultor pertenece a los antiguos vinos de las Marcas. «Nuestra fuerza está en las cepas autóctonas», dice Alessandri. Con su finca Villamagna, comprada tan solo en 1996, situada en las colinas próximas a Montanello a unos 25 km. de la costa, defiende esta línea más tradicional. A una altitud de 200 metros sobre el nivel del mar crecen la Verdicchio y la Maceratino, dos uvas autóctonas. Ambas se utilizan en el Monsanus, una interpretación de lo que debe ser en el futuro un blanco de las Marcas: permanece algunos meses en barricas francesas nuevas y se convierte así en un vino buen estructurado, pleno y armonioso. En Villamagna también se vinifica un Rosso Piceno. Este vino a base de un 60% de Montepulciano y un 40% de Sangiovese madura hasta 14 meses en pequeños toneles de madera francesa. Y eso le hace bien: resulta meridional, vigoroso y armónico. Garofoli: Ser, más que parecer El territorio vinícola más importante de las Marcas se extiende a lo largo del río Esino desde el pueblo de Jesi –en el traspaís de Ancona– hasta Macerata. Se divide en las tres zonas de producción de Castelli di Jesi, Castelli di Jesi Classico y Matelica. En las tres se cultiva prácticamente sólo Verdicchio. Esta uva proporciona generalmente un vino relativamente sencillo, discretamente frutal, que se envasa en botellas inspiradas en las ánforas griegas. «Nosotros también empezamos con ánforas, pero fuimos los primeros que envasamos un buen Verdicchio en una botella normal. Nuestra divisa es ser, más que parecer», explica Carlo Garofoli. Este hombre de pequeña estatura, con un poblado bigote es el dueño de la propiedad Garofoli, fundada en 1901. La bodega se encuentra en la planicie situada a los pies de Loreto, un lugar de peregrinación, y tiene vistas directas a la basílica de la «Santa Casa». Tiene el encanto de los años 60 y 70: los depósitos de cemento se dan la mano con toneles de cerveza de los años 30 reconvertidos; desde la unidad de envasado traquetea una pequeña cinta transportadora de madera que lleva los cajones de botellas hasta el almacén. Sin embargo, Garofoli tiene la intención de modernizar la bodega a partir del año que viene. «Sobre todo porque en la cava apenas tenemos ya sitio». Carlo Garofoli posee 42 hectáreas. Además, compra uvas en el exterior para producir sus dos millones de botellas. Pero tanto en sus propias cepas como en las ajenas insiste en una limitación estricta de la producción. Los principales vinos de la propiedad proceden de la zona de Castelli di Jesi: tanto los viñedos como una de las plantas de elaboración se encuentran en la Serra de’Conti, en plenos montes del Verdicchio. Junto a los Verdicchios más sencillos, Serra del Conte, Macrina y Serra Fiorese, en los últimos años ha sido sobre todo el Podium el que ha hecho furor, y la guía Gambero Rosso le otorgó tres copas. Este Classico Superiore se prensa suavemente, se fermenta a baja temperatura, y experimenta una crianza de 15 meses en acero y otros cuatro en botella. Presenta un bonito color amarillo dorado, y en boca es redondo y complejo con tonos de miel. Garofoli explica: «Nuestros vinos siempre se pensaron para el paladar, y no para la nariz». Este vinicultor también se ha labrado un nombre con su spumante a base de uva Verdicchio. Anualmente sólo se envasan 15.000 botellas del Metodo Classico Brut Riserva. Este espumoso se incorporó a la gama de la casa desde 1974, y otros dos elaborados con el método Charmat son incluso anteriores, de los años 50. El Passito Le Brume debe su nombre a las nieblas y brumas que se levantan en otoño en las colinas de la ribera del Esino. Se obtiene a partir de uvas Verdicchio de Castelli di Jesi, y fermenta durante unos 40 días en pequeños toneles de madera; posteriormente madura entre 18 y 24 meses en madera y un año más en botella. Alcanza una graduación aproximada del 15% de alcohol. El repertorio de Carlo Garofoli también incluye tintos. Destaca un Rosso Conero llamado Grosso Agontano: se trata de un Riserva complejo que llena la boca, elaborado al 100% con Montepulciano, criado durante 19 meses en barrica y otros 12 meses en botella. La denominación de Rosso Conero se deriva del Conero, un monte que surge del mar al sur de Ancona. Mientras que en la ladera del Adriático existen hermosas calas con playas ideales para el baño, la ladera del interior está plantada de viñedos. El Rosso Conero se obtiene fundamentalmente de la uva Montepulciano, aunque también está permitida una pequeña proporción de Sangiovese. A partir de dos años de crianza, fundamentalmente en barrica, puede denominarse «Riserva». La madera pule el vino dándole un carácter casi aristocrático. Umani Ronchi: Una «mina de vino» Un Rosso Conero Riserva –el Cúmaro– es también uno de los vinos más importantes de la bodega Umani Ronchi, en Osimo, en el traspaís del Monte Conero. La empresa fue fundada en 1955 por Gino Umani Ronchi, y adquirida pocos años después por la familia Bernetti. Aunque sigue estando especializada en Verdicchio, la propiedad también dispone en la actualidad de viñedos en otras zonas. Son sobre todo las variedades tintas las que están cobrando una importancia creciente para Umani Ronchi: de las 170 hectáreas de viñedos, 100 están plantadas con Verdicchio y 70 con uvas tintas. Especialmente para los tintos, se ha instalado en plena montaña, detrás de la sede en la carretera estatal 16, una bodega modernísima construida con criterios ecológicos. Su construcción de columnas de acero, que soportan la techumbre y los seis metros de tierra situados encima de la misma, recuerda a una mina. «Es una mina de vinos», ríe Michele, que representa a la segunda generación de la familia de vinicultores. Está especialmente orgulloso de su nueva cava de barricas, inaugurada el año pasado. El pequeño tonel de roble tiene tradición en la casa: en 1985, Umani Ronchi fue la primera empresa en utilizarlo para criar un Rosso Conero. Por lo demás, el enólogo de la finca es uno de los asesores vinícolas más conocidos de Italia, Giacomo Tachis. Bajo su supervisión se producen anualmente 4,5 millones de botellas, de las que se exportan un 80%. Las cepas tintas de Umani Ronchi rodean las instalaciones de la empresa al pie del Monte Conero. El Cúmaro se elabora con un 100% de Montepulciano. Un tercio madura en barricas nuevas, otro, en barricas de un año, y otro, en barricas de dos años. El vino de 1998 es muy denso, elegante y bien estructurado. También el San Lorenzo se elabora exclusivamente con uvas Montepulciano. Este vino tradicional y afrutado, con taninos limpios, madura en dos terceras partes en grandes toneles de madera y en un tercio en barricas viejas. En 1994 surgió el vino de culto Pelago («mar» en griego). Contiene un 50% de Cabernet Sauvignon, un 40% de Montepulciano y un 10% de Merlot. La mitad envejece en maderas nuevas, y el resto, en madera de un año. Allí permanece unos doce meses, tras lo cual pasa otro año en botella. El resultado es un vino de color púrpura con reflejos violáceos, elegante y suave, con una gran estructura. Ya en su primer año, el Pelago fue designado uno de los mejores vinos del año en la cata de Londres; la de 1998 también es una añada muy buena. Los blancos de Umani Ronchi proceden de los viñedos de la zona clásica de Verdicchio en Castelbellino. Allí se elaboran Verdicchios de diferentes matices: el Villa Bianchi representa el tipo aromático, joven. El Plenio, que se comercializa como Riserva después de 24 meses de crianza en depósitos de acero y botella, constituye una versión más fina y plena, elaborada con uvas del mismo viñedo. El Casal di Serra, de color dorado, bien estructurado y aromático, con las notas amargas típicas del Verdicchio, procede de una única tierra, bajo el pueblecito de Serra de’Conti. El vino permanece dos meses sobre las lías, y un pequeño porcentaje envejece en barrica. La Monacesca: Nacido de la sal Alrededor de los pueblos de montaña de la zona de Castelli di Jesi se encuentran las bodegas de Verdicchio más famosas, como Fazi Battaglia –los «inventores» del ánfora–, Bucci o la bodega cooperativa de Jesi. Pero últimamente éstas se enfrentan con una competencia cada vez mayor de una pequeña zona situada en el curso superior del Esimo: la zona del Verdicchio di Matelica. El 80% de la producción local corresponde a la bodega cooperativa, y el restante 20% se reparte entre media docena de vinicultores. Sin embargo, la cantidad de vino es sólo la cuarta parte de la de la bodega cooperativa de Jesi. «Pero los vinos no pueden compararse», dice Aldo Cifola. «En el Paleolítico, aquí había un lago salado. El terreno es muy claro y mineral, y esos tonos se reflejan en el aromático Verdicchio di Matelica». Según él, éste tampoco tiene mucho en común con los vinos de las tierras costeras. «Aquí, el clima es casi continental. Las montañas evitan cualquier influencia marítima». La finca de Cifola, llamada La Monacesca, se encuentra en una colina a la entrada de la localidad de Matelica. En 27 hectáreas –la familia posee un total de 84 hectáreas de tierra cultivable– se producen 120.000 botellas de Verdicchio, 20.000 de tinto y 7.000 de Chardonnay. La primera cosecha, naturalmente de Verdicchio, se embotelló en 1975. Las cepas crecen a 400 metros sobre el nivel del mar, distribuidas en torno a un antiguo monasterio benedictino con una pequeña iglesia, mencionada por primera vez en el año 876. Sin embargo, en su interior no se encuentran tesoros del arte románico, sino un curioso cuadro del siglo XVII cuyo original se encuentra en el museo de Matelica: muestra a Cristo, con la cruz a cuestas, en una cuba de pisar uva, donde la sangre de sus heridas se mezcla con el mosto. «Es una interpretación muy libre de la eucaristía», opina Aldo Cifola. La Monacesca se permite el lujo de tener dos enólogos: Roberto Potentini es responsable de los blancos, y Fabrizio Giufoli, de los tintos. El Verdicchio sencillo es floral, muy afrutado y aromático. El Verdicchio Riserva llamado La Monacesca sale al mercado al cabo de dos años. Su sabor es típico de la variedad: vigoroso, bien estructurado, con tonos de miel y final de almendras amargas. «Este vino no debería tomarse hasta pasados tres años», recomienda el jefe. El producto de primera categoría se llama Mirum, un nombre que evoca a Casimiro Cifola, fundador de la bodega y padre del actual propietario. Aunque se elabora con un 100% de Verdicchio, el vino se vende como IGT Marche Bianco. El vinicultor explica: «Con esta denominación pretendemos destacarnos de los Verdicchios más sencillos en ánfora». Las uvas para el Mirum se cosechan a finales de octubre; el vino fermenta 20 días y permanece con los hollejos hasta la primavera. Después de la fermentación maloláctica madura seis meses en depósitos de acero y otros seis meses en botella, lo que le proporciona un aroma pleno. Huele a almendras tostadas, cedro y miel, y en boca resulta vigoroso y equilibrado. El Chardonnay Ecclesia debe su nombre a que el viñedo está situado bajo la iglesia. Es un vino mineral y acidulado, muy concentrado en boca. «El mundo no necesita un Chardonnay más», afirma Cifola, «así que lo hemos hecho diferente a la moda actual». El único tinto de la propiedad es el Marche Rosso Camerte, elaborado a partir de un 70% de Sangiovese y un 50% de Merlot, con una producción de 1,2 kilos por cepa. El Merlot se vendimia a mediados de septiembre, y el Sangiovese, a mediados de octubre. Los dos vinos maduran por separado en barrica durante medio año, tras lo cual se mezclan y pasan una vez más a pequeños toneles de madera. «Nuestro objetivo era hacer un vino como el que ya existió en el pasado en las Marcas», dice Cifola, «y ha resultado tal como lo imaginábamos». Reluce con un color rubí intenso, huele a fruta madura, y es rico y pleno en boca. Por lo demás, ambas uvas fueron importadas: la Sangiovese es un clon de Montalcino-Sangiovese-Grosso toscano, y el Merlot lo trajo Cifola de Francia. Y es que ya los herederos de Napoleón sabían que los vinos franceses se dan bien en Las Marcas.

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