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Palace Hotel de Bussaco, El vino del Palacio de un Rey

  • Redacción
  • 1997-06-01 00:00:00

Un bosque, un hotel-palacio y una bodega. Las tres cosas a la vez es Bussaco, uno de los lugares más bellos de Portugal, cerca de Coimbra, en la zona vinícola de Bairrada, en el corazón del país. El bosque lo domina to-do. En su único claro se levanta el majestuoso hotel, y en sus sótanos silenciosos y oscuros se cría uno de los vinos más curiosos de Portugal. Elaborado artesanalmente, envejecido en madera de roble portugués, es potente y afrutado. No se vende en ninguna tienda, no tiene distribuidores, solo se puede consumir en el Hotel Palace de Bussaco o en alguno de los otros cuatro hoteles de lujo que el emprendedor prócer portugués Alexandre de Almeida construyó a principios de siglo.



El origen del bosque se pierde en la noche de los tiempos. Se sabe que a partir de 1629 los monjes carmelitas descalzos se instalan en la zona, levantan un pequeño monasterio y se dedican a cuidar el entorno y ampliarlo. Buscan el Paraíso, y plantan y cuidan todo tipo de variedades y especies arbóreas, robles, cedros, árboles americanos y tropi-cales, construyendo un auténtico jardín botánico. Lo acotan y lo amplían, y trabajan en las huertas, en las viñas y en engrandecer su Paraíso. Consiguen hasta una bula papal que decreta la excomunión para todo aquel que ose derribar un árbol.
En 1810 el bosque de Bussaco entra en la historia de Portugal. Las tropas napoleó-nicas que ocupan el país se enfrentan a los portugueses y al Duque de Wellington. En el feroz combate cuerpo a cuerpo los franceses llevan la peor parte, y, aunque en su retirada asaltan Coimbra, es el principio del fin de la ocupación imperial de la Península Ibérica. Wellington, antes del combate, se alojó en el convento carmelita y se paseó, al parecer, analizando su estrategia por aquel bosque impresionante. Escenas de la batalla quedaron inmortalizadas en los preciosos azulejos típicos portugueses que decoran la recepción del hotel.
El 28 de mayo de 1834 se promulga un decreto que disuelve todas las órdenes reli-giosas en Portugal. Los monjes, como Adán y Eva, salen de su paraíso, que ahora, más de 130 años después, se mantiene en absoluta plenitud: árboles de hasta seis metros de perímetro de tronco, paz, quietud y espesura por doquier.
En el único claro del bosque está el hotel. A finales de siglo, el príncipe Fernando pone sus ojos en la “mata” de Bussaco y convence a su hijo Luis, en ese momento Rey de Portugal, para que construya en la zona un pabellón de caza. La idea definitiva no es cazar sino levantar una construcción singular. Pero es a principios de siglo cuando el ministro de Obras Públicas, Emidio Navarro, decide atacar definitivamente las obras. El arquitecto Luigi Manini se encarga de la construcción en 1898: iba a ser el palacio del rey. Su estilo es imitación del manuelino, pero lleno de arcos, ojivas festoneadas, gárgolas, escalinatas, tremendamente barroco y recargado, pero acogedor y delicioso en medio del bosque. El rey Manuel II logró pasar allí unas vacaciones, sus últimas en Portugal antes de ser destronado.

En 1917, el antiguo pabellón de caza de la monarquía portuguesa se con-vierte en hotel de lujo bajo la propiedad de Alexandre Almeida. Este hombre emprendedor, natural de un pueblo cercano a la “mata”, inventor de máquinas de café y mi-llonario, se hace cargo del hotel y lo engran-dece. Viaja por Europa viendo otros hoteles lujosos, y comprueba que en alguno de ellos sirven vinos con la marca del mismo hotel. Le parece una idea espléndida, sobre todo teniendo en cuenta que su Palace de Bussaco está enclavado en plena comarca vinícola de Bairrada. Rápidamente en los sótanos, protegidos de la luz, de los cambios de temperatura y de las vibraciones, excava una bodega en donde instala las primeras barricas de “carvalho”, roble portugués, con sus botelleros. La primera cosecha de Bussaco sale en 1923, pero es a partir de 1942 cuando sus vinos adquieren fama, al ponerse José do Santos al frente del hotel y de la bodega.
El hotel dispone de 20 hectáreas de viñas donde planta uvas blancas de las variedades María Gomes, Bical, Moscatel y Rabo de Ovelha, y tres variedades tintas: Baga, Bastardo y Portugués Azul. El vino se fermenta en el cercano pueblo de Curia de forma totalmente tradicional, sin filtros, sin tecnología de frío, sin ninguna concesión a la modernidad. Do Santos aseguraba que el filtrado arranca la fruta del vino. Una vez terminada la fermentación, el vino se conduce a la bodega del hotel donde comienza su envejecimiento. Tanto el blanco como el tinto pasarán por la madera.
Una pequeña puerta disimulada en los bajos del hotel da paso a la bodega. Al entrar, un par de mujeres lavan las botellas de vino al grifo, con agua y arena del río. “Las botellas usadas se lavan aquí a mano y luego se vuelven a rellenar y etiquetar, también a mano, con el nuevo vino que contienen”, explica Joao de Castro, actual director. Luego se sigue adelante hasta llegar a las barricas, con sus buenas condiciones de temperatura y humedad. Hace unos años todo pareció peligrar. El artífice del vino, el que lo cuidaba día a día, el que recorría Bairrada buscando vinos artesanales de alta calidad cuando su cosecha se quedaba corta, José do Santos, falleció. ¿Qué hacer? Bussaco, un vino calificado de la denominación Bairrada, de prestigio, no podía desaparecer. Se contrató a un enólogo profesional que en los momentos importantes asesora sobre el proceso a seguir, pero el día a día lo sigue llevando un colaborador de Do Santos, Silverio Pires, el capataz de la bodega, que ya lleva 25 años mimando todos los días el vino. “En la barrica utilizamos dos tipos de madera, explica el señor Pires, la de carvalho, o roble portugués, y el roble americano. A mí me gusta más el roble portugués, pero su madera es más escasa y cara”. Durante tres años, el vino tinto estará envejeciendo en la barrica. El blanco permanecerá solo un año. Después de trasiegos y catas, el vino, si tiene calidad, se embotella. Do Santos exigía que no se sirvieran los tintos hasta por lo menos cinco años después de la cosecha, que es cuando consideraba que empezaba su mejor momento. Pasado ese tiempo, merecen entrar ya en la carta del hotel.

Aproximadamente se hacen unas 60.000 botellas al año: la mitad de tintos y la otra mitad de blancos. Los otros cuatro hoteles de la firma reciben sus cargas de Bussaco y únicamente en ellos se puede beber este vino.
En blancos, entre las cosechas más interesantes está la de 1987: un vino de aroma resinoso, muy típico de los Bairradas al envejecer, que presenta aromas afrutados con tonos terciarios muy buenos; este es un vino con mucha vida por delante. En el 82, otro clásico de los blancos, encontraremos un aroma muy intenso con notas de banana, muy equilibrado en boca y con mucho tiempo para envejecer. De cualquier manera, entre las cosechas más famosas de estos vinos está la de 1977 donde en nariz aparecen aromas muy complejos y recuerdos de frutos secos y tabaco; o la de 1967, un vino con aromas de compotas y recuerdos de banana, y que en boca aparece muy equilibrado de acidez y corpulento. Un vino magnífico es también el 1944, la cosecha más antigua de que se dispone en la carta. Un vino que aun se mantiene con vida, lleno de aromas terciarios.
En cuanto a los famosos tintos uno de los más intere-santes es el 85: un vino de color picota con ribetes violáceos, donde en aroma sobresale el varietal de Baga. En boca, los taninos están aun casi sin pulir, lo que da idea de que estamos ante un vino que durará largo tiempo. El más famoso, sin embargo, es el 62 tinto, potente de color, muy complejo en nariz, que tarda en abrirse, entregando luego todas sus potencialidades. Es un vino redondo, con taninos bien envueltos y un equlibrio perfecto. Muy elegante.
Solo por probar algunas de estas mara-villas merece la pena adentrarse en el corazón de Portugal. Allí no solamente hay un lujoso hotel recargado de arte y rodeado de un parque que es un lujo de la Naturaleza. También se acude para esperar la hora de la comida o la cena en el señorial comedor o en alguna de sus terrazas y poder pedir desde un Bussaco del 45 hasta un Bussaco del 91, el más joven; o los dos, si, tiene curiosidad por estudiar su evolución.
La gastronomía
Estando la zona de la sierra a su alrededor, el cabrito y cor-dero son los platos más típicos, que se toman en “chanfaina de Bairrada”, es decir, guisados. También se hacen “a la serra-na”, o sea, asados en horno de leña. Sin embargo, el asado más típico de la zona es el cochinillo, que se sirve entero y crujiente. Otra especialidad de la tierra es el “coelho” (conejo) cocinado con vino de Bussaco. El “Bacallao” (bacalhao), en sus variedades al horno o dorado, se sirve aquí con éxito, aunque es típico de todo Portugal. La cercanía del puerto marinero de Figueira da Foz surte a la zona y al hotel de buenos pescados como rodaballos o lubinas.
El dulce más típico es el “tocino de cielo”, de fama parecida al exquisito arroz con leche requemado.

La habitación doble del Palace Bussaco para dos personas en temporada alta (verano, Semana Santa, Navidad) cuesta de 26.000 escudos (unas 20.000 ptas.) a 30.000 escudos por noche. En temporada baja, oscila entre los 20.000 y 23.000 escudos. Con la pensión completa, desayuno, comida y cena, los precios en temporada alta son de 48.000 escudos para las dos personas y de 40.000 en temporada baja. Los lectores de Vinum que se presenten como tal recibirán un vino de bienvenida, podrán visitar la bodega, se les buscará una habitación superior por el mismo precio, si el hotel está en condiciones de hacerlo, y se les regalará una botella de vino de Bussaco para llevarse a casa.

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