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Paternina: Días de sueño y oro

  • Redacción
  • 1999-06-01 00:00:00

Las raíces se asientan en el subsuelo de La Rioja, en Ollauri, en un laberinto de galerías excavadas hace un siglo, 40 metros más abajo de la sencilla y auténtica fachada de piedra. Ese botellero es el alimento de las ramas que reverdecen, del nacimiento de la gran bodega de trabajo, en Haro, de la pujante situación económica de la sociedad que regenta Marcos Eguizábal y que consiguió un espectacular crecimiento del 56% sobre el ejercicio anterior y, sobre todo, de una despierta visión capaz de renovar aún un catálogo de vinos estable y reconocido.

El Clos, alta expresión

Así, con un estilo artesanal, mimado como si fuera la opera prima de una pequeña bodega, ha nacido un moderno vino de autor, el Clos Paternina. Y así, tal como reflejan las imágenes, se cuida, desde la materia prima, la primorosa viña, las podas, la producción limitada en busca de la mejor calidad de uva, hasta el control diario para elegir el momento óptimo de vendimia, el transporte delicado en cajas, la elaboración por separado y la guarda.
Para ese paso, tan importante en su “educación”, la bodega ha estrenado una nave y barricas nuevas. Un hermoso salón aislado y climatizado donde el visitante puede seguir el paso a paso del benjamín y curiosear en las anécdotas del pasado de una bodega histórica. Allí, en las vitrinas se exhiben añosos documentos del fundador, del Marqués de Terán, su sello, sus útiles de escritorio, instrumentos de bodega y alguna que otra reveladora factura de días de vino y rosas, de sus escapadas parisinas y sus lujosos carruajes. En contraste, la sala da paso a otra destinada a botellero, sorprendente y colorista, pintada con tierras de Valencia, donde se apilan, cerrados con candado, los jaulones con los vinos más valiosos. Y junto a ella, la moderna sala de cata, abovedada y luminosa en torno a dos grandes mesas de mármol, lavabos encastrados, lámparas matizadas para escudriñar los tonos y los brillos de cada copa... donde cada detalle original ha sido diseñado para la concentración y la apreciación confortable, silencio y paz, como el vino requiere.
Ritmo y movimiento

El silencio solo que quiebra en esa feria en la que han invertido 450 millones de pesetas, la gigante sala de embotellado con dos líneas de 12.000 y 6.000 botellas por hora.
En el centro, como un puente de mando, el laboratorio aislado tras los cristales, y aquí y allá, los corchos que ascienden enloquecidos en serpentinas espirales, las botellas que giran como caballitos de madera, los operarios aislados en sus cascos rojos, el acero que refleja la vorágine como un sueño de espejos deformantes...
La magnitud impone su ritmo, como impone la estética de la nave de depósitos, pulcra, aséptica, eficaz y totalmente automática, recién ampliada de 60 a 100 para elaborar anualmente lo que el tiempo transforma en millón y medio de litros de Reservas y 600.000 de Grandes Reservas. Un crecimiento que sigue en paralelo la nave de barricas, donde los “combos” en que se apilaban tradicionalmente se han convertido en ingeniosas y robustas literas de cinco alturas con capacidad para 60.000 toneles. Reverdece así la producción que el pasado año alcanzó un millón de cajas, de las que mas de la mitad se exportan a todo el mundo.
Y mientras, la empresa añade a la división de Jerez y a los brandies Conde de los Andes, cuna del Duque de Alba, 70 ha. de viña, de Tinta fina, junto a Quintana del Pidio para nutrir la nueva bodega en la D.O. Ribera del Duero.
Marcos Eguizábal, el benjamín de una saga de catorce hermanos, dinámico y emprendedor, falso octogenario, cumple así con creces los sueños de su abuelo y de su padre, cuando vendían vino en pellejos por los alrededores. Y para divulgarlo, acaba de ver la luz Matices, la revista, el medio de comunicación del Club Vinoteca Paternina hacia los socios y aficionados y una acogedora tienda y degustación a la puerta de la bodega de Haro.

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