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Garnacha. una joya de uva

  • Redacción
  • 2003-10-01 00:00:00

Es una seductora con muchas facetas: dulce, recia, elegante, fuerte. Es, además, la joya de nuestra enología. Un periodista francés dijo en cierta ocasión que el nombre de este varietal en gabacho -Grenache- suena «como si su hogar fuera un separée recubierto de terciopelo en el Barrio Latino en París: un ser casi de seda llamado Garnacha». Pero no es una diva, «sólo» es una variedad de uva tinta. A pesar de ello es apretada, dulce y sensual. Fascina a primera vista, circunstancia que la hace sospechosa, pues quien atrae tan extravertidamente con sus encantos enseguida resulta sospechosa de ocultar, tras la fascinante fachada, quizá sólo banalidad. Por su frutosidad llena y jugosa incluso se la acusa de no ser una verdadera europea, sino, en espíritu, un ser del Nuevo Mundo del Vino. Evidentemente, con tinte peyorativo. Y cuando, a mediados de los años ochenta, la autora inglesa Jancis Robinson publicó su guía de las variedades de uva del mundo, su valoración, de escaso tino, rezaba así: «Generalmente sólo mediocre, puede emplearse, no está de moda». Se impone el carácter En el mundo del vino hay un montón de masoquistas: gente que cree que un vino sólo puede ser bueno cuando se tardan años en entenderlo. Toman al pie de la letra el lema de «el verdadero arte ha de doler». Como la Garnacha no provocaba tal dolor, adquirió la etiqueta de «mediocre», bajo la cual sufrió especialmente en el sur de Francia. Su descrédito comenzó hace 25 años, cuando todos se dispusieron a perseguir de repente a la superestrella Syrah. Incluso los vinicultores más empedernidos se doblegaron a los dictados de la moda. Un productor de Châteauneuf-du-Pape recuerda: «Cada vez que le explicaba a un comerciante o periodista que un gran Châteauneuf-du-Pape debe ser una mezcla, me preguntaba por las variedades involucradas. Si nombraba la Garnacha en primer lugar, me ganaba una sonrisa despectiva, como diciendo: ‘A éste olvídalo, ya vemos que no tiene ni idea’». En Cataluña fue sustituida expeditivamente por variedades internacionales como Cabernet-Sauvignon y Merlot. Y en La Rioja fue profanada para suavizar a la áspera Tempranillo. Aquellos tiempos verdaderamente no fueron buenos para la Garnacha. Y eso que la Garnacha casi consigue algo parecido a la cuadratura del círculo: ya de joven engatusa y, no obstante, demuestra carácter. Que hoy pueda disfrutar del reconocimiento que merece, se lo debe a algunos vinicultores concretos. A aquellos que confiaban más en su intuición que en el juicio de terceros. Los que nunca perdieron el respeto ante una cepa antiquísima que crece desde hace 80, 90 o incluso más de 100 años sobre piedra caliza, granito o pizarra. Porque sólo tres factores son los decisivos para que esta variedad produzca, bien un vino adocenado y soso, bien un elixir de calidad superior: la cepa debe ser lo más vieja posible, la cosecha escasa y el suelo implacable. Tan solo entre Francia y España se calcula que aún quedan cerca de trescientas mil hectáreas plantadas de Garnacha de edad venerable, todas ellas esperando que los vinicultores les extraigan lo mejor de su espíritu y carácter. España: Garnacha suculenta La Garnacha, durante siglos la reina del viñedo español, en los últimos tiempos ha sufrido un grave retroceso, por causas ajenas a su calidad intrínseca. Enológicamente maltratada por culpa de producciones enormes que debían abastecer de graneles a un mercado de consumo, fue perdiendo terreno en favor de otros varietales de más fama. Un entorno más exigente, provocó el abandono de miles de hectáreas de Garnacha que no daban la talla. Sólo un grupo de visionarios supo ver que tras aquella superabundancia absurda se escondían los mismos aromas y estructura que hacían grandes a los grandes vinos. Afortunadamente hemos llegado a tiempo. La tendencia al irresponsable arranque de garnachas se ha detenido. No obstante, de ser el número uno de las variedades tintas en España ha pasado a la tercera posición, tras la Tempranillo y la Bobal. Priorat, el sueño de los visionarios Cuántas veces se ha contado ya la historia de cómo el Priorato despertó de su sueño centenario. Casi demasiadas veces. Pero por suerte, las historias del vino nunca se acaban, aún se están escribiendo. Este último capítulo de la saga del Priorat pertenece a la Garnacha. Cuando los vinicultores René Barbier, Carles Pastrana, Josep Lluís Pérez y compañía, hace veinte años, redescubrieron el agreste mundo del viñedo inclinado en Cataluña, formularon una tesis: para hacer vinos de nivel mundial había que completar las variedades tradicionales Garnacha y Cariñena con Cabernet, Merlot y Syrah. Hasta hoy, la mayoría de los vinos se hacen siguiendo esta filosofía. Una categoría aparte son esos vinos espesos y carnosos, claramente marcados por la Garnacha. En el Clos Martinet, de Josep Lluís Pérez, en el Gran Clos del Celler Fuentes, en el Geta Lupia de Rafael Bordalás y en el Clos Erasmus de Dafne Glorian hay alrededor de un 50 por ciento de Garnacha. Pero este varietal alcanza la excelencia en el pequeño viñedo de Álvaro Palacios del que procede L’Ermita, uno de los vinos españoles más elogiados (y más caros), con un 90%, aproximadamente, de garnachas centenarias. Generalmente se trata de uvas procedentes de viñedos antiguos con una cosecha diminuta. En general, en las nuevas generaciones de los vinos del Priorat, la Garnacha pasa a desempeñar el papel principal aún más claramente, como por ejemplo en el vino varietal Cartoixa de la bodega Scala Dei. Sin duda, aún queda mucho potencial por descubrir en las viejas plantaciones de Garnacha. Como le ocurre a algún que otro miembro de la cooperativa agrícola de Poboleda, que cultiva calladamente sus viejas cepas, sin comprender todavía cabalmente el tesoro que posee. Ahora, en el proyecto Mas Igneus, los afamados enólogos Josep María Albet y Josep Pujol se han unido a la cooperativa para desenterrar este tesoro. Los primeros y asombrosos resultados son el Costers y el FA 112. Ambos vinos poseen más de un 80 por ciento de Garnacha. No hace falta ser profeta para pronosticar que esta uva aún no se ha mostrado en toda su grandeza. La uva omnipresente Pero no vayan a creer que la gran Garnacha reside solo en el Priorat. Allí simplemente hicieron la admirable labor de liberarla de las cocinas y, con un trabajo concienzudo, elevarla al rango de princesa dueña del zapatito de cristal. Que no es poco mérito. Pero esta estupenda variedad, a la que la mayoría de los especialistas sitúan en España su patria y nacimiento, se encuentra prácticamente allá donde el clima requiera uva tinta. Todavía es en la península y Baleares donde su reino ocupa la mayor extensión de viñedo. De aproximadamente 400.000 has. que se calcula hay en el mundo, 86.000 todavía forman parte de nuestro patrimonio vitícola. En el pasado debió de tener una influencia notable en el gusto que imperaba en la época, porque esta variedad se encuentra en todas las comarcas donde hay viñedo. El paisaje de la España vitivinícola no se concibe sin la variedad o variedades características de la comarca, con el acompañamiento inevitable de la Garnacha. El mudéjar, compañero de viaje Tiene la provincia de Zaragoza el honor de sustentar la mayor concentración de Garnacha de España y posiblemente de mundo. En su extremo occidental, las Denominaciones de Origen Cariñena, Campo de Borja y Calatayud forman una condensación de viñedos donde la Garnacha es reina y señora. Son tierras duras, de clima riguroso, ambiente que parece suavizar el arte mudéjar, pura filigrana en torres, templos y palacios. A fuerza de coincidir durante tanto tiempo variedad e inspiración, arte y vino parecen hechos el uno para el otro. Acaso la sencillez de los materiales empleados en el exterior, ladrillo y argamasa, y la esbelta línea o la trama geométrica, nos recuerden la estructura del vino y su comportamiento en el paladar, donde la suavidad del tanino y su dúctil carnosidad ponen la nota suave pero de innegable carácter. Ahora estas D.O. se quitan el polvo acumulado durante años, siglos quizá de inanición. En la actualidad elaboran vinos que demuestran la grandeza de una uva injustamente olvidada, como el «Tres Picos» de Borsao, el «Coto de Hayas Garnacha Centenaria» de Aragonesas, o el «Castillo de Maluenda Cepas Centenarias», por poner algunos ejemplos. Y ahí está el triunfo de un vino nuevo de Cariñena en Vinexpo, en esa especie de premio-concurso llamado «Découvertes». Es el «Care», nuevo vino de Cariñena, del afamado enólogo Jesús Navascués. En el Somontano, después de pasar el relumbrón de las variedades «supernovas», ha surgido, producto de viejas garnachas, el «Secastilla». Pedro Aibar, director y alma mater de Viñas del Vero, con su saber hacer lo ha elevado a la categoría de estrella. Navarra, el gusto por el rosado Alberga la comunidad foral más de 5.700 has. de Garnacha, donde se ha empleado desde el boom del rosado que, por su frescura y sensualidad, acaparó fama y fortuna. Para hacer los vinos de guarda, o los grandes vinos, los navarros han preferido recurrir a las variedades foráneas, con las contadas excepciones de rigor. Existe pues un dilema en Rioja, donde toda la fama la acapara tradicionalmente la Tempranillo. Y no es fama injusta, siempre que no se desprecie a otras variedades consideradas de segunda fila. Entre ellas nuestra Garnacha, la que siempre ha desempeñado un papel primordial en aquellos famosos vinos. Tanto que hasta ahora de ella había plantadas más hectáreas que de ninguna otra. La joya escondida de Méntrida Le sigo los pasos muy atento, porque sé que algún día no muy lejano nos dará muchas satisfacciones. Porque demasiado tiempo espera ya esta hermosa dama en Méntrida, aguardando al caballero que la salve de las procelosas garras del granel. Y eso que las condiciones para triunfar son muy ventajosas. Sobre las arcillosas tierras de aquella comarca, más de 10.000 has. de viejas cepas esperan al distinguido paladín que se atreva a elevar su figura a los altares del triunfo y la distinción. Otro tanto pasa en la sierra de Madrid y en la vecina Ávila, donde sus tierras pizarrosas y su clima extremo ofrecen todo un mundo de sensaciones aromáticas y gustativas. Ya hay proyectos y quizás dentro de poco realidades. ...y todo el Mediterráneo Es en la franja costera mediterránea donde más se diversifica su labor. En Cataluña, donde participa en los estupendos vinos de guarda (como el «Grans Muralles» de Torres), hasta en el cometido de dotar de color a los cavas rosados, ahora en alza. Es la gema valiosa de la nueva D.O. Montsant, de Tarragona y de Terra Alta. Llega a Castellón y Utiel-Requena. Aquí, en Utiel, los Gandía le han asignado la difícil prueba de dotar de suavidad al vino estrella de la casa, el «Generación 1», un nuevo vino de alta expresión que viene a elevar el horizonte, bastante plano todavía, de los vinos valencianos. Si se pasa el desierto que para ella supone el sureste, con el oasis de la Marina Alta, donde es llamada «Giró» -nombre al parecer traido por los nuevos pobladores mallorquines que sustituyeron a los moriscos cuando se consumó el desastre de su expulsión-, vuelve a renacer una vez atravesada la estepa alicantina y murciana, dominada por una exuberante Monastrell en su hábitat ideal. La Garnacha aparece de nuevo en Granada, en Albondón o en las Alpujarras, donde Manuel Valenzuela la trabaja y empareja con las variedades foráneas de alta fama. Y en Extremadura resiste dignamente el embate de las ya inevitables Tempranillo, Merlot y, cómo no, Cabernet. Vienen, pues, buenos tiempos para este humilde varietal, desde que el Priorat lo lanzara a la fama curándolo del estigma de la vulgaridad.

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