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Inclinados y con carácter

  • Redacción
  • 2000-04-01 00:00:00

Entre los amantes del vino circula la leyenda de que un vino sólo sabe realmente bien cuando se ha visitado al vinicultor, cuando se sabe cómo trabaja, dónde han crecido las uvas y qué es lo que come el hombre con su familia los días de fiesta. Y la verdad es que, en gran parte, tienen razón, pues lo que se conoce bien, se puede comprender mejor. Comprender el vino es importante para beberlo, al menos en el caso de aquellas botellas que deben proporcionar satisfacciones más allá de lo cotidiano.
Lo cual es aún más válido aplicado a los vinos de viñedos inclinados, por diversas razones. Quien haya visto alguna vez dónde crecen estos vinos, difícilmente podrá olvidar el valle, la vista hacia arriba, la belleza de la unión entre naturaleza y antiquísimo paisaje cultural. Quien haya estado arriba, pisando el suelo escurridizo, pedregoso y empinado, puede hacerse una idea del esfuerzo que supone cuidar los viñedos para arrancarle a la ladera, año tras año, uva sana y madura. Basta con mirar al suelo para darse cuenta de hasta qué punto también la cepa tiene que retorcerse por entre las piedras hacia el subsuelo de la ladera. Y si el día es claro y el sol calienta las probablemente oscuras rocas, el suelo y el aire, se hace evidente por qué las uvas allí maduran de otra manera que en el llano.
Presentamos a nuestros lectores algunos vinos típicos de toda Europa: demuestran que los vinos de viñedos inclinados a veces, pero no siempre, se cuentan entre los vinos famosos de su tierra. Algunos están casi olvidados. Pero en cada uno de ellos está capturado un pedazo de eso que distingue al vino de todos los demás alimentos: la lucha del hombre con la naturaleza, y el arte de transmitirnos muchos detalles de esta lucha en el sabor y olor del vino en la copa.

Décima 1999, B. José Manuel Rodríguez, España
De entre las cinco subzonas de la Ribeira Sacra, es la legendaria Amandi la más emocionante y escarpada. El acceso a muchas cepas es tan difícil, que obliga a vendimiar desde el río en barcos. En uno de los lugares más empinados está la finca Doade. La ladera es tan despeñadiza, que en ella sólo pueden trabajar personas con nervios de acero y totalmente carentes de vértigo. La finca pertenece a José Manuel Rodríguez. Es uno de los pioneros en la lucha por la recuperación de esta importante zona de cultivo, que produce vinos tan originales y tan distintos del resto de España.
Una de las virtudes de Manuel es su fidelidad a la variedad Mencía, que le regala un brillante rojo-violeta y su olor genuino: una cascada de aromas primarios. El sabor de frutillas rojas y flores está coronado por un fuerte y depurado toque de hierbas frescas. El sabor es especiado, los taninos suaves, redondos. La acidez armónicamente equilibrada le da frescor y deja una impresión de auténtica frutalidad.

Singerriedel 1998 Riesling Smaragd,
Franz Hirtzberger, Wachau, Austria
Si los viñedos inclinados entre Dürnstein y Spitz aún siguen pudiendo explotarse es gracias al trabajo de los monjes. Éstos se dieron cuenta de que sólo podían evitar que la tierra fuera arrastrada por las aguas mediante terrazas en las montañas. En Singerriedel, uno de los viñedos superiores de Wachau, Hirtzberger ha vuelto a cultivar poco más de una hectárea en barbecho en el transcurso de los dos últimos años.
El Riesling de Singerriedel, modélico, vigoroso, vinificado con uva muy madura, presenta un fino aroma de albaricoque sobre un fondo meloso de botritis. Un sutil tono mineral y la complejidad de este vino de delicada estructura nerviosa ilustran su origen sobre suelos de roca primitiva desmoronada. Sus 14 grados de alcohol, 9,5 gramos de acidez y 8,5 gramos de azúcar residual forman una unidad perfecta. Este vino no desarrollará su auténtica calidad hasta dentro de unos años.

Sfursat 1995, Nino Negri, Chiuro, Veltlin, Italia
Los valtelineses, al pie de los Alpes réticos, aprovechan el aire otoñal, claro y frío, para secar carne de res (bresaola) y para producir un vino tinto con alto contenido de alcohol: el Sforzato o Sfursat, como se llama en el dialecto local. Durante unos cien días, las uvas Nebbiolo se esparcen en pequeñas cajas o sobre esterillas de junco, en una buhardilla abierta; así pierden agua y ganan azúcar y extracto.
En el valle del Adda sopla con frecuencia un viento fuerte del lago de Como o bien del puerto de Stilfserjoch. Éste reduce el peligro de podredumbre en los viñedos más empinados y expuestos de la región cultivada. Unas uvas perfectamente sanas son condición imprescindible para la producción de un vino de paja. En Chiuro, Nino Negri ha elaborado este Sfursat en grandes barricas de madera de roble. Es bien perceptible la frutalidad concentrada de este tinto seco.

Domaine de la Rectorie,
Marc et Thierry Parcé, Cuvée Léon Parcé
Los viñedos de Banyuls bañan sus pies en el mar. Las fuertes tormentas y los vientos impetuosos arrastran una y otra vez la poca tierra que sujetan las terrazas, convertida en polvo durante largos periodos de sequía.
En tan pintoresco lugar crecen las uvas que producen el vino de Domaine de la Rectorie. Thierry y Marc Parcé se cuentan entre los vinicultores más comprometidos de esta Denominación. Uno de los mejores vinos de la finca es el Cuvée de la Rectorie, un tinto dulce de Garnacha negra, al estilo de un Vintage Port. Es un concentrado de fruta y jugo, la más pura expresión de un terruño en el que la uva tiene que sufrir, con aromas de fresa, cereza, chocolate, vainilla y especias exóticas, aterciopelado y lleno en boca, abocado áspero y de estructura plena. Al estar elaborado de manera menos oxidativa, se realza especialmente la expresión del terruño.

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