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Sáhara. El vino del faraón

  • Redacción
  • 2010-11-01 00:00:00

¿Es posible la vinicultura en un país donde el alcohol está mal visto? En Egipto las costumbres no son tan rígidas, una especie de “Ley del Vino” incluso permite ciertas bebidas de lo más insólitas. Pero también podemos ver algunos esfuerzos serios por producir vino de calidad. Karim Hwaidak hunde sus dedos en el suelo arenoso entre las viñas, aparentemente seco, y saca a la luz un puñado de húmedo lodo. “Tiene demasiada humedad, tenemos que reducir el riego”, explica a sus colaboradores, que lo rodean en posición de firmes, oyendo lo que no es la primera orden que reciben esta tarde. Previamente les ha enseñado lo que hay que mejorar en la poda de la cepa y cómo se forman haces con la madera cortada para que sirvan como plantones. Porque el nuevo faraón del vino, hijo de padre egipcio y madre alemana, aún necesita muchas cepas para plantar sus campos junto a Luxor, a orillas del Nilo, en el corazón de Egipto. Gran parte de sus 250 hectáreas ya está plantada de vid. Hwaidak pasea su mirada perdida por las laderas desoladas de las colinas cercanas, que ya pertenecen al Sáhara. “Dentro de unos años, también quiero plantar vides en aquella zona, a ser posible cepas cultivadas aquí”. Nos encontramos cientos de kilómetros al sur de El Cairo, en una región bien conocida por los turistas por sus visitas a los templos. El inicio de una vinicultura seria allí se debe al esfuerzo de Karim Hwaidak, exitoso profesional del turismo que hace algunos años se convirtió en apasionado vinicultor pese a que oficialmente es musulmán. Entre dos mundos Pero Karim, a sus 52 años, interpreta el Corán a su manera y, además, es ciudadano del mundo. Los primeros años de su vida los vivió en Dortmund (Alemania), luego se trasladó con sus padres a El Cairo y pasó su juventud a caballo entre dos patrias. Hoy vive con su esposa (protestante) y sus dos hijos en la Toscana, donde está empezando a cultivar un viñedo junto a su palazzo para huéspedes. Pero a una escala mucho más pequeña. Porque en Egipto, en términos relativos, los terrenos aptos para la viticultura son baratísimos. En cambio, el cultivo y los imprescindibles equipos de riego son caros. Las regiones situadas a lo largo de los 6.671 kilómetros de longitud del Nilo antaño eran fructíferas gracias a las frecuentes inundaciones. Entonces el hombre intervino en la naturaleza y construyó la presa de Asuán, con la que cambiaron muchas cosas, y no todas para mejor. Actualmente, los campos se riegan por canales o extrayendo el agua de pozos de hasta 200 metros de profundidad. Hwaidak está totalmente seguro de que “a largo plazo tenemos suficiente agua para nuestras viñas, a pesar de la escasez de lluvias”. Viaja a Egipto cada poco tiempo para controlar tanto la evolución de sus dos viñedos como la maduración de los vinos en una gran bodega situada más al norte, en el trayecto entre El Cairo y Alejandría. En el norte del país, la nueva generación de vinos egipcios también ha iniciado su andadura. Antes de que Karim sacara al mercado su primera añada, 2007, las prácticas habituales darían escalofríos a cualquier europeo aficionado al vino: se elaboraba con la variedad sin pepitas Thomson Seedless, de poco o ningún sabor (se cultiva en 440.000 hectáreas por todo el mundo y generalmente se emplea para la pasificación); o bien se vinificaba mosto concentrado importado de España. Las marcas producidas de este modo, como Omar Khayyam, Aida, Grand Marquis (con añadido de virutas de roble), corresponden al nivel de mercancía sencilla de supermercado. ¡Hasta desde Sudáfrica se importan contenedores de uvas a Egipto por barco para vinificarlas! Con ellas se hace la marca Cape Bay. Aunque no se oculta su origen, después de semanas de transporte resulta imposible detectar con el sentido del gusto si las uvas recibidas son de la variedad Merlot o Chardonnay. Ciertamente existen motivos para estas prácticas. El vino importado está gravado con un impuesto de un 300 por ciento, pero no el concentrado de mosto ni las uvas. Pese a ello, el mayor productor de vino del país está cambiando de mentalidad, pues detrás de la bodega Al Ahram está instalada desde 2002 una de las mayores fábricas de cerveza del mundo, el gigante holandés Heineken. Se ha impuesto en Egipto entre las demás marcas de cerveza (con un volumen de ventas de 80 millones de litros) y compró esta bodega de vinos, fundada en 1882 por el griego Nestor Giancalis, nacionalizada tras la toma del poder por Nasser y nuevamente privatizada en 1999. Estaba en un estado lamentable, y de lo que fueron 1.500 hectáreas de viñedo no quedaba nada. La familia Giancalis, a la que entonces le ofrecieron la empresa, la rechazó (si no hubiera sido así, quizá ahora tendríamos Retsina egipcio, como en los viejos tiempos). Actualmente se producen allí 65.000 hectolitros de vino, además de algunos millones de litros de destilados (vodka, ginebra, whisky). Todo ello se vende a través de los hoteles egipcios y en algunas decenas de comercios con licencia. Competencia francesa El responsable de estos vinos es el francés Sébastien Boudry, de 36 años, que estudió Enología en Toulouse. Le permitieron instalar bastante equipamiento técnico moderno, y al menos ahora logra hacer vinos limpios y sin defectos. Pero no lo tiene fácil. “Fermentar el jugo concentrado es un verdadero reto. Las uvas de mesa Thompson no perdonan ni el más mínimo error en la vinificación ni en la crianza”, dice este enólogo, casado con una egipcia. Pero se alegra de poder trabajar cada vez más con uva normal, cultivada en Egipto. Sus jefes se dieron perfecta cuenta de que, desde hacía algunos años, un activo empresario estaba plantando a poca distancia de la bodega Al Ahram variedades de uva como Viognier, Chenin Blanc, Marsanne, Roussanne, Garnacha, Merlot, Petit Verdot, Tempranillo, Chardonnay, Sauvignon Blanc en un terreno donde hasta 2003 crecían pepinos, uvas de mesa y melones. Hwaidak había adquirido 50 hectáreas en la zona. “Estaba harto de los otros vinos y quería levantar una finca vinícola de verdad.” Al principio, no le interesaba ni la crianza ni las ventas: “Lo primero y primordial era que las cepas crecieran bien”. Inicialmente las tuberías de riego tenían una presión insuficiente y las cepas se secaron. Luego la cochinilla dañó las cepas cubriéndolas de una película pegajosa, pero esta plaga se combatió con éxito pelando laboriosamente la corteza de la parte leñosa de las cepas. Los jefes de Heineken le propusieron a este nuevo vinicultor un trato atractivo: debía producir el máximo posible de uvas de calidad y vendérselas a un precio fijado contractualmente sobre la base del precio europeo. Además, obtendría el derecho de uso de la bodega. Hwaidak consideró justa la oferta, firmó el contrato y poco después empezó a actuar también en Luxor. Con el tiempo se ha convertido en un proveedor de uva enormemente importante para Heineken, hasta tal punto que ahora es la gran empresa la que quiere formar parte de su negocio. Para entonces, como muy tarde, habrá amortizado su inversión millonaria en terrenos de viña. Hwaidak, además, quiere elevar el número de botellas producidas en su propia empresa, Sahara Vineyards, desde las actuales 50.000 (añada de 2009) hasta multiplicarlo por diez, pero aun así no será un competidor importante para su gran socio. En la bodega tiene sus propios tanques y barricas. Hoy por hoy, hay tres vinos respetables: Chenin Blanc, Viognier y un Grenache Blanc de Noirs. Los vinos llevan el nombre de su hijo Caspar. Su hija Nermine aún tendrá que esperar para su vino tinto. “Las pruebas que he realizado hasta ahora no han sido del todo satisfactorias”, explica su padre. Para su mujer, Miriam, oriunda de Hamburgo, tiene pensado elaborar en el futuro un vino dulce. Hwaidak ha llegado a la conclusión de que, para lograr una materia prima de buena calidad, es necesario llevar el mando del regimiento con mucha decisión. Le ayuda el enólogo español José Luis Pérez, del Priorat, que una vez al mes controla in situ los viñedos y a los empleados. “Maldicen cada día que estamos aquí”, dice Hwaidak riéndose. Quizá pronto les echen maldiciones también desde otros lugares, pues este emprendedor empresario está reflexionando sobre algunas hectáreas en la península de Sinaí. Y en el vuelo desde El Cairo a Luxor nos encontramos con un aficionado al vino entusiasmado con el trío de vinos Caspar de Karim, que además es latifundista en Siria. Le pregunta si sería interesante para él plantar cepas en Siria. “¿Por qué no? Tenemos que reunirnos para charlar”, contesta. Historia egipcia del vino El 90 por ciento de los egipcios son musulmanes. Y como el Corán es muy restrictivo, no les está permitido consumir vino ni ninguna otra bebida alcohólica. Pero no siempre fue así. La vinicultura en el Nilo tiene una tradición milenaria. Antaño solían plantar las cepas en huecos que rellenaban con lodo del Nilo, una variante muy particular de riego y abono. Ya en aquellos tiempos los dioses y los que eran iguales a dioses, los reyes y los nobles, preferían para sus celebraciones el vino con miel a la cerveza, cuya fabricación ya entonces era conocida. La variedad Chasselas probablemente se plantaba hace 5.000 años, como demuestran los relieves con las correspondientes hojas de vid en el oasis de Fayoum. Y en una pirámide de hace unos 4.800 años se encontró una bodega de vinos. También en la tumba de Tutankamón (hacia el año 1350 a.C.) se conservaba un cántaro de vino. Y mientras Egipto fue provincia romana (hasta el 395), suministraba gran cantidad de vino a Roma. Actualmente crecen vides en una superficie de alrededor de 65.000 hectáreas, pero sólo una pequeña parte se vinifica (un máximo de 100.000 hectolitros). Debido a los preceptos del Corán, los compradores son sobre todo turistas y extranjeros residentes en Egipto.

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