- Redacción
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- 2002-09-01 00:00:00
La más pequeña y nueva de las islas Canarias, la avanzadilla volcánica hacia el Oeste, allá donde la tierra acaba, es toda ella una Denominación de Origen de vino. Aún así, la superficie de viñedo se salpica en apenas 277 kilómetros cuadrados, en valles y laderas poco elevados, en terrenos soleados con temperaturas templadas y constantes durante todo el año, con esa bonanza que oscila entre los 18 y 28 grados bajo la caricia de los vientos alisios. Un microclima que asegura una muy temprana madurez de la fruta pero que, en contrapartida, se lleva por enfermedades, exceso de humedad o vendavales más del 10% de la uva, en su mayoría blancas de la variedad Vijariego que se ha rebautizado como Verijadiego, uva que adquiere aquí unos aromas montaraces que evocan hierbas silvestres, un paseo balsámico.
Tres zonas diferenciadas producen vinos sensiblemente distintos. Son El Golfo, Echedo y El Pinar. En El Pinar vegetan en la montaña, entre 500 y 800 metros de altitud sobre tierras fértiles; Echedo es, por el contrario, un espléndido circo de conos volcánicos que han regado el suelo de cenizas oscuras, de picón, viñas mirando al norte sobre la tierra que aquí se conoce como jable. Pero la mayoría de la producción se concentra en el norte, en El Golfo, en un territorio que produce vinos dulces naturales. Como en todas las islas hay variedad de cepas puras y plantación a pie franco, gracias a que no les afectó la filoxera.
La Denominación de Origen se instituyó como tal en 1994, y se sustentaba apenas en un par de bodegas elaboradoras. Los vinos son en su mayoría blancos tranquilos, pero las bodegas embotelladoras mantienen un catálogo completo, con rosados y tintos jóvenes y con alguna callada experiencia de crianza en barrica. La Verijadiego y la Bremajuelo les aportan una graduación alcohólica en torno a 13º, y la juventud resplandece en unos tonos pajizos en los blancos y deslumbrantes violáceos en los tintos.
Poco ha cambiado en una larga tradición vitivinícola que impregna la vida, el calendario y las fiestas de las gentes del lugar. Se remonta a la plantación de las primeras cepas por las hombres de John Hill, en 1526. Ellos y los genoveses, los portugueses, los germanos, los franceses... más los colonos venidos de distintos rincones de la península, sobre todo del noroeste, de Galicia y León, importaron sus cepas que el tiempo se ha encargado de modificar hasta configurar un catálogo edafológico propio que se traduciría luego en elaboraciones originales de vinos y aguardientes que viajaban a La Habana. Ahora, la mitad de la producción es para consumo local, pero la tendencia habrá de cambiar si la recuperación del viñedo sigue el ritmo que le ha imprimido el Consejo Regulador en los últimos diez años, en los que se ha duplicado el número de viticultores y la superficie de viña y han crecido hasta ocho las dos bodegas iniciales.