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Grupo Alejandro Fernández

  • Redacción
  • 2005-12-01 00:00:00

Aún no ha olvidado los tiempos en que recorría Castilla mostrando las novedades de utillería agrícola, y conserva, como retazo de historia, alguna publicidad de esa época, inserta en traqueteantes coches de línea. En tan corto trecho, Alejandro Fernández ha desarrollado su autémtica vocación y ha forjado un imperio vinícola que se convirtió en el abanderado, en el mascarón de proa, de la expansión del nuevo vino español a la conquista del mundo. Por vía intuitiva Alejandro Fernández y su primer Pesquera se adelantaron a poner en práctica el catecismo de la nueva enología, ese que reza: «en principio fue la uva». Con esos principios vio la luz un personal y rotundo Ribera del Duero, estructurado y frutal desde la primera vendimia, un vino elegante, sabroso y contundente en sí mismo, por encima de la madera que determinaba el concepto de calidad en esa época, un vino que se convertiría en ejemplo para el camino de la enología en el último cuarto de siglo, es decir, en los tiempos más florecientes de la historia del vino español, más aún que en tiempos de los romanos, más que aquellos en que Shakespeare cantaba al Oloroso. Lo más sorprendente es que Alejandro Fernández no es enólogo, sino que se define como hombre de campo hecho a sí mismo. Siempre tuvo unos rodales de viña, como cualquiera en Castilla, esa modesta herencia familiar que venía en el mismo lote que las normas básicas para hacer vino: «se coje la uva, se echa al lagar, se pisa y se espera hasta que se convierta en vino». Han pasado más de 30 años desde que naciera la empresa, en 1972. En este tiempo el milagroso lagar primitivo ha crecido y se ha multiplicado. Alejandro puede cantar «cuatro esquinitas tiene mi viña» puesto que a la elaboración de Pesquera se ha sumado Condado de Haza en Ribera de Duero, Dehesa la Granja en Zamora, y El Vínculo en Castilla-La Mancha. Todos ellos son hitos en la ruta de las buenas uvas, de la Tempranillo avara y vieja, aunque se llame Tinta de Toro, Tinta del País o Cencibel. Hace ya tiempo que se incorporó a la empresa familiar la nueva generación. Las cuatro hijas de Alejandro y Esperanza, que crecieron mecidas por el ritmo de las prensas, a la sombra de los pámpanos y envueltas en los aromas de vino, se han repartido labores y responsabilidades. Lucía, Olga y Mari Cruz se ocupan de las bodegas, la gestión y la administración, mientras Eva, la enóloga, comparte con su padre la dirección técnica de toda la casa. El autor, a sus 73 años, mantiene intacto su talante de pionero, su ingenio buscador y visionario y su infatigable actividad. Por cuarto año consecutivo se rindió homenaje al vino y la cultura en el magnífico escenario que es el «château» Condado de Haza, con su conjunto de edificios castellanos rodeados por viñedos. Participó la Orquesta Sinfónica Rusa Voronezh, dirigida por Ramón Torrelledó y, continuando la línea iniciada el pasado año, el programa incluyó piezas populares de autores españoles y una muestra de Cante Flamenco a cargo de Carmen Linares. La novedad de esta edición del Concierto de Verano fue su carácter benéfico. Por primera vez se cobró la entrada y la recaudación se destinó a la investigación a través de la «Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer» de Valladolid. Condado de Haza se va convirtiendo así en una muestra de arte y solidaridad, una avanzadilla de cómo el mundo del vino se transforma en mecenas y promotor de arquitectura, música, artes plásticas y ciencia, es decir, un signo de su importancia empresarial y sensibilidad social. Pero, ante todo, Condado de Haza es el personal homenaje de Alejandro Fernández y de la castellana de este castillo, su hija Olga, al padre Duero y a la viña. A esas cepas que se extienden desde la ribera, desde el horizonte de chopos, hasta los mismos pies de las 3.000 barricas de crianza. Un monumento caprichoso y placentero. El «Río Padre Duero» ha marcado durante milenios estas tierras, aportando arenas y gravas sobre el fondo de calizas y arcillas, un suelo bien drenado pero pobre, lavado, con materia orgánica muy escasa. Una concentración parcelaria La bodega se alza, sólida y monumental, abrazada por una viña que es un canto a la tenacidad, a la obstinación. El terreno, uno de los mas codiciados de la zona, reúne mas de trescientas parcelas minúsculas compradas a otros tantos pequeños propietarios. Con habilidad y paciencia, Alejandro fue completando el pago La Valera, Los Frailes, El Castillo, Santa Cruz..., un rompecabezas que cubre 200 has. circundantes y otras 50 un poco más lejos. Prácticamente todo se plantó desde 1987, antes de empezar la obra de bodega, un año más tarde, tal como se cifra en la fachada. Los materiales de construcción son antigüedades recicladas, desde la piedra de los muros a las tejas o a las chimeneas que presiden el comedor, en la planta alta, concebido como sala de acogida para grupos de visitantes. Allí, incluso el hermoso horno del que salen los asados típicos de la tierra, los reyes del menú, se ha construido a la usanza antigua y, cuando el barro de la bóveda se torna blanco por la temperatura se convierte en una atracción. La fuerza de la Tinta del País Pero sin duda la mayor atracción es el rojo en las copas, el potente Condado de Haza del que salen anualmente unas 300.000 botellas, y que desde la primera cosecha comercializada en el 93 es una excelsa muestra, una descarada exhibición de la fuerza de esta tierra, de la Tinta del País -la Tempranillo- y de la sabiduría y experiencia de su autor. El resultado, en la copa, conserva la exquisitez de la fruta madura y la elegancia y la profundidad de una comedida madera. Se suele calificar Dehesa de la Granja como un regreso de Alejandro Fernández a la tierra, a las raíces, pero lo cierto es que él nunca se alejó, y lo que supone la puesta en pie de esta magnífica finca zamorana es un canto a la naturaleza, plasmado en una obra tan real como simbólica. Dehesa La Granja es, como anuncia su nombre, una amena estancia de 800 hectáreas en la que tiene cabida un extenso y añoso encinar, una dehesa que ha criado reses bravas y ahora coge 300 vacas Limousin lamiendo al sol sus terneros, 2.000 ovejas para leche y corderos que son la base para el proyecto de una quesería, una cochiquera de cerdos negros, los justos para el embutido de la familia, y tierras de labor regadas por el Guareña, y, por supuesto, un viñedo. Hace más de setenta años que los anteriores propietarios erradicaron la última cepa, y tampoco se veía ni una por estos contornos. Sin embargo, el subsuelo de la casa de labor y del gran patio es una bodega horadada hace trescientos años. Son 3.000 metros de pasadizos laberínticos, túneles amplios, altos, con inteligentes respiraderos, con escaleras de forja que comunican directamente con la vivienda y bocas espaciosas hacia el camino. Es la labor de pico y pala de más de cien obreros a lo largo de más de 16 años y es, como no podía ser menos, lo que encandiló a Alejandro cuando buscaba una tierra para hacer un vino en la zona de Toro. Por razones de política económica, y por su personal talante, no está inscrita en ninguna D.O. sino que se rige por sus propias normas, en busca de la originalidad de un pago propio. Desde finales de siglo se han plantado 150 has. de cepas, seleccionadas entre el Tempranillo mas idóneo, mimadas por el sol y por el gotero, y abonadas naturalmente con estiércol de las ovejas propias, Ahora, cuando han superado los cinco o siete años, está a punto su vida fructífera. Pero la viña no fue lo primero. Antes aún fue el saneamiento de la bodega, localizar alguna humedad y resolver la fuga, revocar algunos muros con la solidez del cemento, tal como se hizo antes en Condado de Haza, la otra bodega familiar en Ribera del Duero. Medio millón de botellas Y así se fueron apilando 3.000 barricas nuevas y entre 350.000 y medio millón de botellas, aunque está preparada para 700.000 litros. Un tino abierto en el frente, como un escenario al fondo de un pasadizo, y un cuarto donde se apilan maderas de cubas viejas, desguazadas, es lo que queda del pasado. Lo demás es la ejemplar restauración de una impresionante casona castellana en torno a un patio. Cal y teja, cal y ladrillo árabe, vigas de maderas viejas traídas de la otra bodega, la manchega de Campo de Criptana, envuelven la innegable belleza de la eficacia, de lo útil. A un lado, la casa; enfrente, la bodega de elaboración, excavada para que la altura que precisan los depósitos de acero no desentone en el entorno; en el centro, una nave de barricas; frente a la viña, otra y la zona de embotellado; en una esquina, la plaza de toros, el tentadero; y a un lado, los que fueron corrales de selección de reses. Bien merece una visita que se puede concertar, incluso con la posibilidad de comer. Y por supuesto, de beber y beber bien, vinos, como todos los de la firma, diferentes y personalísimos. Vinos elaborados con la intuición y la experiencia de Alejandro Fernández y la técnica de su hija Eva, la enóloga, sin automatismos ni camisas de refrigeración, ni cerebros centralizados, sino la mirada vigilante de los artífices. Es vivo, intenso, aromático, equilibrado, complejo, apto para disfrutarlo joven o para madurar en botella. Las dos Castillas El Vínculo Bodega El Vínculo, en tierras de La Mancha, toma su nombre de la antigua bodega paterna allá en el Duero. De modo que es un homenaje a los antepasados, a su herencia y a su buen hacer vinícola y también un «vínculo» entre las dos Castillas Un nuevo Quijote llegó a Campo de Criptana desde la otra Castilla, se llama Alejandro Fernández y en vez de lanza trae una botella de vino bajo el brazo. Acudió buscando buen Tempranillo, igual que a Toro o a la Ribera, y la encontró bautizada como Cencibel. Han pasado poco más de cinco años desde que, recorriendo las viñas de La Mancha como un sabueso a la caza, descubrió una monumental bodega cerrada hace decenios, y decidió restaurarla y empezar a elaborar las uvas de los alrededores, de cepas viejas y casi olvidadas. Cuentan en la taberna que en la primera vendimia pagó las uvas de algún viticultor multiplicando por cinco el precio oficial. Eran uvas de cepas que apenas habían producido cinco o seis kilos. En la vendimia siguiente, la del 2000, el paisano estiró la poda y llegó a producir hasta doce kilos.... que tuvo que vender a la cooperativa porque no se acercaban a las exigencias de calidad de El Vínculo. Y es que todo aquí está diseñado con exigente cuidado. Sorprende a primera vista la estética de la bodega, un caserón de tono vainilla asomado a una vía de ferrocarril propia, una vía hoy muerta que recuerda la manificencia del pasado, cuando la casa era «La Exportadora». El buen anfitrión Pepe Pérez Bustos, entusiasta, enamorado de la bodega y de su pueblo, es quien ejerce de anfitrión con las visitas, y de señor de la bodega, de las obras que ponen en pie sueños, como un comedor diáfano, con vigas de 10 metros donde acoger y agasajar a quienes se acerquen a visitar sus dominios. Bajo su sabio gobierno las botellas de El Vínculo viajan desde esta ínsula a todo el mundo; la casona ha duplicado su capacidad con una nueva nave como almacén, una posible sala de exposición, en el patio, brillantes depósitos bajo las tejas y en ciernes el diseño de una regia la escalera de piedra envejecida, como las chimeneas, para dar acceso a las zonas nobles. Mil barricas inauguraron un estilo de crianza, nunca visto por estos pagos. Una impresionante nave de guarda a la que se asoma una coqueta sala de degustación, que recuerda el viejo comedor de una casa de muñecas. Tampoco eso se vio por estos pagos, ni la rotunda mesa de nogal, ni los reposteros con amorcillos cargados de racimos, ni el tapiz que reproduce una escena de vendimia en cuévanos. Y esto, que es también el despacho, se ha convertido en punto de peregrinación de los buenos bebedores del vecindario, y van llegando, con el maletero abierto, a por unas cajas o unos magnum de verdadero lujo para la bodega de casa o para la merienda con los amigos. Y esa venta, que supone en cifras apenas nada es, sin embargo, el más profundo reconocimiento, el de los conocedores locales que aprecian esta forma diferente de hacer el vino de esta tierra, con mimo desde la uva hasta la copa. La fórmula inmutable de la casa que ha conseguido, también aquí, un vino pleno, carnoso pero alegre, un vino para beber y comer, para disfrutar y comentar. El Vínculo Avenida Juan Carlos I , s/n 13610 Campo de Criptana (Ciudad Real) España Tel./Fax 926 56 37 09 elvinculo@elvinculo.com El Pater Familias Pesquera El Grupo de Bodegas de Alejandro Fernández elabora anualmente 1.800.000 botellas, de las que la mitad salen de la bodega madre -o padre-: Pesquera. Pero sobre todo, de allí procede el estilo y la experiencia con que han seleccionado y rigen las 670 has. de viñedo, las naves de barricas de las cuatro bodegas, que suman la cantidad de 16.000 unidades, todas de roble americano, y las nueve marcas de vino que comercializan. La bodega ya ha cumplido 30 años, y esa historia ha propiciado recientemente una memorable sesión de cata vertical de 20 vendimias de Pesquera, del 75 al 99, para refrescar la memoria de los especialistas catadores, para comprobar en la copa la potencia que aún conserva vivos a vinos tan añejos y para admirar lo que tiene de excelso la buena vejez, basada en la buena uva y en la acertada elaboración. Ya lo descubrió milagrosamente el gurú Robert Parker quien llegó a compararlo con un Pétrus. Mucho ha llovido desde aquel bendito día, pero la bodega no se ha dormido en los laureles, más bien al contrario, ya que, cosecha tras cosecha, recibe por unanimidad reconocimientos, como el Premio Nacional de Gastronomía, y altísimas puntuaciones, tanto para los Pesquera Crianza y Reserva, que maduran en barrica 18 y 24 meses, como para su hermano Janus, una selección de alcurnia que se convierte en Gran Reserva con 30 meses de barrica. Esa larga maduración ha obligado a reunir 5.500 barricas, una cifra muy elevada para una bodega que elabora un mimado viñedo de 150 has. Elaborar a ojo y de oído Alejandro nació en Pesquera de Duero, en 1932, de familia agrícola y vitícola, con una básica experiencia en la vinicultura. De modo que allí, en el pueblo al que rinde homenaje su marca y su etiqueta, aprendió a hacer vino «a ojo y de oído», a escuchar el ritmo de la fermentación, a distinguir la intensidad de un color tinto con más precisión que un cromatógrafo. Aún así, cuando empezó a hacer su propio vino, impuso condiciones muy personales como una selección rigurosa de uva de alto grado y perfecta madurez. No vinifica un grano que tenga menos de 13 grados, y lo hace con un estilo que ha creado escuela, con maceraciones largas que extraigan color y cuerpo, sin escatimar tiempo ni remontes, ni paciencia, ni ingenio para encontrar soluciones. El éxito es indiscutible y global. Pesquera exporta el 40 por ciento de la producción a un público fiel y a otro curioso y admirador que ha oído hablar, que ha leído los halagadoras comentarios de los críticos internacionales. Y así, su vinos llegan sobre todo a Estados Unidos, Alemania, Suiza, Reino Unido, México, Japón y Polonia. Pesquera Calle Real, 2 47315 Pesquera de Duero (Valladolid) España Tel. 983 87 00 37 Fax 983 87 00 88 pesquera@pesqueraafernandez.com

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