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Ríos de Vino: VII. La cuenca del Segura

  • Ana Lorente
  • 2008-01-01 00:00:00

Ramblas, avenidas, correntías, avalanchas, riadas... El río Segura, contra lo que podría indicar su nombre, más que un cauce firme es una cuenca errática, a ratos amenazadora, casi siempre enclenque, y siempre dramática y controvertida. Como la historia fronteriza de su tierra polícroma, entre la meseta y el mar, entre moros y cristianos. En materia de vinos lo excelso es su secano, copas con historia secular y hasta milenaria, restauradas gracias a la potencia que extrae la vieja tierra y la nueva enología en Denominaciones pujantes como Bullas, Jumilla, Almansa, Alicante, Yecla... Segura: La cuenca de la polémica Se podría hablar de un nacimiento bicéfalo. El Segura, como tal, viene de la sierra de su nombre, de una cueva que vierte por azar hacia un lado del monte, mientras que la otra caída genera otro río, el Guadalquivir. Pero más al norte, y en una cascada mucho más espectacular, nace el río Mundo que será su hermano mayor, su afluente más generoso, ya que cuando se encuentran, a las afueras de Calasparra, no solo le cede su nombre sino un caudal mucho mayor que el del cauce madre. Solo la generosidad del Tajo en el trasvase supera a este afluente. El nacimiento del río Mundo, en la Sierra de Alcaraz, es un paraje declarado Parque Natural, y lo maravillosos es trepar desde la explanada de Los Chorros, ascendiendo 300 metros la rompiente de la catarata, entre tejos, pinos, acebos y una rara planta carnívora, hasta la cueva de la que surge el río subterráneo. Es allí donde en época de deshielo se produce el llamado Reventón, una espectacular salida a presión que inunda los alrededores. Vale la pena adentrarse siguiendo el agua y a la luz de una linterna a lo largo de más de 100 metros, hasta la pared dedicada al espeleólogo Cornelio Richard. Últimamente, por el exceso de visitantes y el desastre que dejan atrás, hay que pedir permiso previo en la delegación de Medio Ambiente de Albacete. La Mancomunidad de la Sierra El otoño se hace sentir en la Sierra del Segura. Después de un par de jornadas de conferencias sobre micología, el restaurante La Alberquilla se encarga de poner en la mesa los mejores ejemplares de la recolección de este año, especialmente generoso, en un menú donde alternan con bocados ecológicos o artesanales de la zona, como corderos y cabritos de la Cooperativa, quesos de Letur, dulces, mermeladas de Nerpio, frutos secos y, en la cocina, siempre, aceite virgen de la Denominación de Origen Sierra del Segura. Los olivos de Picual están a punto para la recolección, casi toda la aceituna ha cambiado de color, y después del envero se muestra plenamente madura. En unos días, movidas con palos o vibradores, las ramas dejarán caer los frutos sobre mantas en el suelo, para que no se ensucien y lleguen a la almazara en perfecto estado. De ahí saldrá el jugo inconfundible de la D.O., amarillo verdoso, con olor a manzana y a tomate, y con el medido punto amargoso de la variedad. La Mancomunidad agrupa 12 municipios, desde los llanos manchegos a la huerta murciana, donde la más larga historia humana se hace presente. Hay huellas prehistóricas en los abrigos de Ayna o Nerpio, una sucesión de torres árabes en Bogarra, Molinicos, Yeste, Pedro Andrés o en la expresiva Moropeche, y por todas partes un puñado de arquitectura religiosa con amenas ermitas como las de Yeste o Liétor. Aquí pervive el pasado, y para demostrarlo nada como la encina milenaria de Elche de la Sierra cuyo tronco mide más de cuatro metros de ancho, o el famoso Plantón del Covacho, a las afueras de Nerpio, un nogal que ha cumplido 500 años y que ha crecido hasta los 6 metros de diámetro y acaricia el cielo con sus ramas. Entre los frescos bosques, el Segura se represa por vez primera en el embalse del Cenajo donde la arquitectura industrial de la construcción de la presa se ha convertido en acogedor hotel, un refugio desde el que emprender paseos por la naturaleza o curiosear en las artesanías locales. En Telares Taibilla cinco mujeres recuperan el arte del tejido en telar tradicional, y pretenden dejar huella impartiendo cursos sobre telar y tapiz. Y un zapatero, Mandala Shoes, en Elche de la Sierra se moderniza con diseños de cuero de curtición vegetal que garantiza que todos los residuos son biodegradables, y presenta zapatos confortables recomendados para alérgicos. Y en el mismo pueblo fabrican estufas balcánicas que sirven para calefacción y horno de cocina. Y en el paseo interminable, una parada en la tumba del cartaginés Amílcar Barca, en Elche, del que se dice que murió ahogado en el río, o un picnic en el Batán de Bogarra, un paraje ameno entre agua y plantas. En Férez, el órgano del S. XVIII, firmado por José Llopis, ha sido restaurado recientemente con su decoración barroca, y ofrece conciertos, como el otro, más deslumbrante, el de la iglesia de Liétor, tan bien conservado como sus casas solariegas. No hace falta más atracción que el paisaje urbano. Ayna, encaramada en su mirador, tienen una ubicación prodigiosa. Letur conserva su precioso trazado musulmán, con calles talladas en piedra. En Molinicos se ha recogido un museo del níscalo y de las setas en general. En Riopar la Oficina de Turismo ocupa una nave de la histórica Real Fábrica de latón, con cédula de Carlos III. Y en Yeste, un encantador Museo etnológico transporta a la dura e ingeniosa actividad humana de otros tiempos. Los dos ríos, casi paralelos, se hermanan cuando el Mundo se remansa en el embalse de Camarillas, que tiene el encanto de su lecho de piedra. El encuentro es fronterizo, en la pedanía de Las Minas, entre Hellín de Albacete y el municipio de Calasparra, en Murcia, entre los vinos de Jumilla y Bullas y el arroz. El Segura es el río más controvertido de España, su nombre se asocia con sobreexplotación, contaminación, utilitarismo, robo y mercado negro del agua, y se ve envuelto constantemente en el escándalo de construcciones abusivas, empleos espurios, piscinas y campos de golf. Sin embargo la visión del Segura y la gestión del agua en Calasparra no puede ser más idílica. De hecho, los vecinos ni siquiera pagan el agua, son sus dueños desde los Reyes Católicos. El río envuelve con un meandro los arrozales ribereños, y donde se eleva la ladera crecen huertos de frutales. Para entender el preciso funcionamiento de ese ecosistema vale la pena acudir al Museo del Arroz y a las explicaciones de Juan García, “Juan el de los Polos”, que regresó a su pueblo para encargarse vocacionalmente del mantenimiento de lo que fue la Casa de los Condes de San Juan. Allí, frente a una descriptiva vista aérea, señala la distribución de las 10.000 has. de arrozal, de las que sólo la mitad se cultivan anualmente, mientras la otra mitad se reserva en barbecho para el año siguiente. Los campos rectangulares se anegan desde una acequia de origen romano perfeccionada por los árabes. Por el leve desnivel, cuando el arrozal se vacía antes de la cosecha, desagua en el río. Y para ello el agua no ha de llevar ningún aditivo pernicioso, de modo que el cultivo ha de hacerse sin abonos ni fitosanitarios químicos. Pero aún hay más. El valle donde se asienta el pueblo, en un alto, bajo el castillo, es una fosa que atesora agua, inmóvil desde tiempos prehistóricos. De modo que excavaron 18 pozos en un alto para poder bombearla desde 120 m. de profundidad al cauce si escaseara alguna vez. Los arroceros de Calasparra tienen a gala su labor, tanto que el edificio más emblemático del pueblo, la torre del Reloj, la construyeron a sus expensas, suficientemente alta como para poder verla y medir el tiempo de riego de cada campo. Y allí pervive, con el mecanismo intacto desde 1609, al que dan cuerda una vez por semana. Tan fuera del tiempo como los métodos de cultivo de su arroz Bomba, la siembra a voleo, la siega con hoz y las espigas al hombro... ¡Y aún dicen que el arroz es caro! Las rutas del vino De Calasparra a Cieza, en Almadenes, llega el agua del Quipar desde el embalse de Alfonso XIII, y el camino de otoño se viste de hojas de oro desde el suelo a las copas de los melocotoneros. Otro tanto si se toma el camino del norte, hacia Jumilla, a lo largo de la Rambla del Judío, donde poco a poco los árboles dorados se tornan viñas rojas. El pueblo es tan árido como el castillo que lo corona, pero en los últimos tiempos su impersonalidad va cobrando estilo, sin más que conservar las viejas casas populares y vestirlas de colores caprichosos, como en la calle frente a la primitiva bodega de García Carrión. Jumilla es nombre de vino desde tiempo inmemorial. De hecho, en uno de sus numerosos yacimientos arqueológicos acaban de aparecer estos días péndulos iberos tallados con motivos alusivos a la uva. La D.O. ocupa suelos pardos y calizos de Murcia y Albacete, capaces de preservar las escasas lluvias de la zona y mantener la humedad precisa para las cepas. Suelo avaro y clima duro, entre las heladas de invierno y los 40º del estío, son los mimbres de esa personalidad inconfundible del vino que se define como “terruño”. Así creció siempre la Monastrell local, y ahora, mimadas con vanguardistas riegos por goteo y sabia viticultura, se adaptan variedades nobles globales como la Cabernet, Merlot, Sirah, Petit Verdot, y las blancas Chardonnay, Sauvignon o Moscatel de grano menudo. Los visionarios de esta transformación, los promotores de la moderna viticultura y enología que hoy cosecha reconocimiento internacional fueron, en el último cuarto del siglo pasado, los Carche de Agapito Rico, que ahora ha trasladado su quehacer a Alicante; o la revolución de la histórica cooperativa, transformada en Bodegas San Isidro, la mayor de la D.O.; o la incorporación de Casa de la Ermita con Marcial Martínez como director técnico; García Carrión y sus Vinos de Familia; o los hijos de Sánchez Cerezo con Casa Castillo; el iluminado e imaginativo Paco Selva capaz de sacarle al poderoso sol levantino un dulce tan complejo como el Olivares; o las tres viejas familias que reunieron las 500 has. de Luzón. Así suele ser, en general herederos de familias de larga tradición viticultora que, con inversiones generosas y conocimiento enológico moderno han conseguido extraer la potencia de la uva y la tierra. De entre todos surge la figura de Miguel Gil, el que fuera presidente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen, hombre capaz de elaborar vinos que en Estados Unidos se coticen a más de ciento cincuenta dólares la botella, hazaña impensable hasta hace cuatro días para un vino de esta tierra. El momento en que sus vinos se lucen en todo su esplendor es en las Jornadas Gastronómicas del Vino, “En su punto”, al final de la vendimia, cuando restaurantes primorosos como el Loreto, donde oficia Irene López, vuelcan en el plato, con talante racial o refinado, el sabroso recetario de esta zona fronteriza, es decir, sabrosa caza, cabrito, contundentes migas, torrás con sardinas y gazpachos galianos, pero también doradas, merluzas, mouse de higos o mermelada de Monastrell. La Sierra del Carche, que enmarca Jumilla, se ha convertido en escenario de ocio deportivo. Menudean rutas para pedalear en bicicleta de montaña, plataformas para lanzarse en ala delta, parapente y simas y cuevas para los amantes de la espeleología, como la de La Yedra, con 22 metros de profundidad, y la de Los Cachorros, que desciende 63 metros de desnivel. El paisaje y los viñedos están salpicados por los Cucos, una construcción rural, dedicada principalmente a albergue o refugio temporal, que edificaba el propio agricultor casi siempre sin argamasa de ningún tipo, a “piedra seca”. Hay muchos por los alrededores y el mejor no solo del pueblo sino de toda la región es el Cuco de Zacarías, cerca de la pedanía de la Alberquilla, construido totalmente mediante este sistema. Dentro del pueblo la colección privada de Juan Carcelén se abrió al público en 1970 como Museo del Vino, en el que se exponen herramientas y útiles de poda y vendimia, antiguas vasijas y medidas de vino, prensas de uva, bombas, cubas, toneles y las herramientas de tonelería, además de un aula de cata y biblioteca. Bodega Mayor del Reyno La historia, el proceso se repiten a pies juntillas en la vecina Yecla y también a lomos de Monastrell sobre profundos suelos calizos. Sus vinos, apreciados en tiempos de Felipe II que la nombró “Bodega Mayor del Reyno”, son hoy una pequeña D.O. con menos de 7.000 has. donde triunfa la Garnacha, Tempranillo, Merlot, Cabernet, Sirah, Malvasía... y donde elaboran 11 bodegas acogidas a la D.O. Aquí el detonante de renovación, la visión de la capacidad de guarda, de la crianza en madera, de la viticultura actual... salió del magín de Ramón Castaño y sus 350 has. de viñedo, y se ha afianzado en las competentes elaboraciones de bodegas como Casa de las Especias, el Wrongo Dongo de Jorge Ordóñez, en Bodegas Juan Gil, o el rejuvenecimiento de la cooperativa La Purísima. En el pueblo se ha difuminado la imagen que contemplara su más ilustre observador, Azorín, que pasó infancia y adolescencia en el internado de los escolapios y lo recuerda con su habitual precisión: “La ciudad despierta. Las desiguales líneas de las fachadas fronterizas a Oriente resaltan al sol en vívida blancura. Las voces de los gallos amenguan. Arriba, en el santuario, una campana tañe con dilatadas vibraciones. Abajo, en la ciudad, las notas argentinas de las campanas vuelan sobre el sordo murmullo de voces, golpazos, gritos de vendedores, ladridos, canciones, rebuznos, tintineos de fraguas, ruidos mil de la multitud que torna a la faena. El cielo se extiende en tersa bóveda de joyante seda azul. Radiante, limpio, aparece el pueblo en la falda del monte. Aquí y allá, en el mar gris de los tejados uniformes, emergen las notas rojas, amarillas, azules, verdes, de pintorescas fachadas...” Siguen en pie, aunque envueltos en el batiburrillo urbanístico actual, las iglesias y monumentos, del Renacimiento acá. En la Vieja se recoge el Museo de la Semana Santa, la celebración por excelencia de todos los rincones murcianos; y en la Casa de Cultura, una curiosa exhibición: 73 reproducciones de los cuadros de El Greco realizadas por el artista local Juan Albert Roses. Como un riñón se pega a las dos denominaciones de origen murcianas la de Alicante. Tanto se arrima que en algún caso la mitad de la viña pertenece a Alicante y la otra a Murcia. Alguna de las resecas y blanquecinas ramblas van al Segura, pero esas tierras de Villena, de Novelda, de la partida del Culebrón, son el epicentro de la Monastrell y donde reina el Fondillón, uno de los míticos vinos de Europa. Aunque nos apartemos un poco del curso del río y nos adentremos en los dominios del Vilanopó, ese magnicida (según la leyenda Almílcar Barca perdió la vida en sus aguas) aprendiz de río levantino, merece la pena porque en estos momentos es un hervidero de novedades. En Villena Pepe Mendoza posee sus viñedos; en Novelda se encuentra Heretat de Cesilia donde Sebastien Boudon, un visionario enólogo francés, enamorado del Levante, ha asombrado con sus vinos tan poco característicos. Entre las provincias de Alicante y Murcia, surge como una gran serpiente poderosa y parda la Sierra de Salinas. Y en su falda norte nacen los vinos más modernos de la bodega más preclara de Yecla, la de los Castaño, que en esa fronteriza comarca elaboran el Mira de Salinas, vino que aúna la fuerza de las variedades autóctonas Monastrell y Garnacha tintorera y la personalidad de las divas francesas, Cabernet y Syrah. Los vinos de Bullas, al sur de Calasparra y Cieza han sufrido idéntico proceso. Antes de que su curso llegue a la capital, el Segura recibe las frescas aguas del Mula, afluente vinatero a su paso por la tierra alta de la comarca de Bullas. Ahí trabajan desde hace tiempo sus monastreles las dos Cooperativas, El Rosario y San Isidro, elaboradoras de Las Reñas y Cepas del Zorro y en los años 90, una mujer fue capaz de revolucionar el anclado mundo vitivinícola. Se trata de Pepi Fernández, que con su excelente Partal atrajo la atención del buen amante del vino. De las mieles de un pasado secular que los encumbró a las mesas principales, los vinos de este secano prodigioso salen del olvido y la rutina para alzarse de nuevo a los altares de la crítica y a la valoración del comercio internacional. Ese pasado se remonta a 4.000 años antes de nuestra era, que es cuando se datan los primeros restos arqueológicos de su entorno. Entre ellos una curiosa pieza hallada en Los Cantos, algo que en principio parecía una imagen infantil de Baco, aunque posteriores estudios la definen como un símbolo del otoño mediterráneo. La original se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional. Los nuevos viñedos se sitúan en zonas altas, por encima de los vergeles de frutales y huerta del Valle de Ricote. Son poco más de 2.000 has. diseminadas por vallecillos cuya altitud ronda los 900 metros, que determinan sensibles microclimas y ven nacer vinos de la potencia del Lavia, de Molino y Lagares de Bullas, donde Pedro Martínez (campeón de España de sumilleres y Nariz de Oro entre otros muchos galardones) ha cumplido su sueño: diseñar un gran vino en su tierra. La Ruta del Vino, que muestra el interés de la Denominación por el enoturismo, incluye, además de la visita a las modernas bodegas de elaboración, un paseo por la villa y el Museo del Vino, y un recorrido por las cavas subterráneas donde se situaban, y aun perviven, lagares tradicionales como el de los subterráneos de la casa de los Marqueses de Pidal o la de los Melgares de Aguilar que acoge el Museo del Vino y la oficina de Turismo. El centro de la región, la villa más hermosa, viva y conservada es Caravaca, encaramada a 800 metros y coronada por el monumental santuario de la Vera Cruz. La parte vieja es un laberinto de calles en cuesta donde se salpican iglesias, comercios, bares de buen tapeo y hermosas casonas blasonadas o presididas por un altarcillo central iluminado que por la noche, en la tenue penumbra, destacan en las fachadas como el ojo de Polifemo. Lo sorprendente es que la villa más moderna y activa de la zona vive tan anclada en la tradición que marca su calendario en función de la original fiesta grande de la Cruz, a principios de Mayo. A lo largo de todo el año los talleres artesanos son un bullir de bordados y orfebrería, un secreto de diseños para enjaezar los Caballos del Vino y vestir a las cofradías de Moros y Cristianos. Las cifras cantan, la ciudad tiene unos 25.000 habitantes y al menos 7.000 desfilan como cofrades, y 60 peñas compiten con sus caballos en la emocionante carrera que asciende por la cuesta hasta el Santuario. Cada detalle de la semana larga que dura la fiesta está documentado, y supone un rito inmóvil al que se suma todo el pueblo con pasión y sin reparar en gastos. Los barrios más modestos empeñan su pecunio por la seda bordada que adornará la montura, y los jóvenes son capaces de invertir en su traje real recamado de pedrería más de lo que les costaría un gran coche nuevo. El efecto, naturalmente, no puede ser más deslumbrante, y para quien no acuda en mayo se recoge en el Museo de la Fiesta. Lo que aquí nos ocupa son los llamados Caballos del Vino, que recogen la tradición de una leyenda según la cual, en el S.XII, cercados los cristianos en las murallas y en medio de una epidemia, porque el agua de reserva se había corrompido, salieron burlando la vigilancia y volvieron con odres de vino que sanaron a la población. Una historia ejemplar que vale la pena conmemorar en estas tierras de vino añejo. Camino del mar Desde allí el río se adentra ya en las huertas, desde Mula, Murcia, Orihuela, y hacia su fin en Guardamar. Murcia se abraza a Alicante, y el viajero, cuando pregunta, no sabe en qué lengua le responderán. El agua se recoge en balnearios, parques centenarios y los oasis del gran palmeral en Archena o el de San Antón, en Orihuela, aunque aquí ha sufrido la salvaje invasión de edificios públicos como institutos y centros deportivos. Sin embargo el río, encajonado en el interior de la ciudad, dibuja a lo largo de su cauce paseos modernos y hermosas perspectivas. También se han restaurado los sotos y las norias vecinas, las islámicas de Desamparados. Por una calle peatonal en torno al monumental colegio barroco de Santo Domingo se llega a la casa de Miguel Hernández, un patio humilde del que rebosa una higuera, una fachada encalada tan luminosa como sus versos, unos pocos aperos y fotografías. Y frente a ella, la Fundación Hernandiana que es un bullir de estudiantes y estudiosos de todas las nacionalidades. Fuera, el río riega plantíos de alcachofas en su mejor momento. Dentro, los bares las sirven nada más que repeladas, hervidas y con un chorrito de aceite. Así es la huerta, mudable y generosa cada temporada, resistiendo su ardua batalla frente al ladrillo. Otro tanto pasa en Murcia donde el río que fue juguete urbano hasta los años 40 ya no conserva su imagen alegre más que entre los puentes frente a la pancarta ¡Agua para todos! que preside el Ayuntamiento. Los molinos harineros del Segura se restauraron a fin de siglo, y allí se ha instalado el Museo Hidráulico, memoria de lo que el río supuso para la villa. Villa festiva donde hay que acudir en primavera, en la explosión luminosa, y durante el folklore de la Semana Santa, tan barroca como las imágenes de Salcillo, iconografía que durante el año se conserva en el Museo Salcillo y en el Museo de la Archicofradía de la Sangre. Entre tierras blancas y lunares de huerta el Segura va a morir a Guardamar. Quien quiera contemplarlo hará bien en acudir en invierno, cuando la cuarta parte de la población residente es británica, la ciudad se hace fantasma, abandonada, y apenas un bodoque céntrico hace recordar su amable carácter de pueblo rico. Desde la plaza del Ayuntamiento sale un trenecillo que acerca a la desembocadura y descubre, al paso, esos hitos deliciosos que la multitud turística oculta con su invasión estival. Por ejemplo, la magnifica obra de retención de la duna móvil que en tiempos amenazaba con ahogar en arena las huertas. En 1930 se concluyó el milagro ingenieril de fijarla a base de diques y plantar detrás un extenso pinar que cada año cobra mayor esplendor. Son 800 has. verdes como un lujoso seto que preserva la playa y la ciudad, y que configura el delicioso parque de Alfonso XIII. Guardamar es parada y fonda, sobre todo cuando celebra las jornadas gastrónomicas en torno a sus bocados de alcurnia, el langostino y la ñora, a principios de verano. Los restaurantes, El Jardín, Jaime, Saranda, Manolo... se visten de gala y allí acuden chef foráneos (este año Pepa Romans, de Cas Pepa, de Ondara) a contar sus experiencias y descubrimientos con esos dos ingredientes. Las ñoras, esos sabrosos pimientos de bola, se secan sobre un lecho de arena hasta que pueden engarzarse como cuentas de rosario. Los langostinos, o lo que dé la mar cada día, se subastan en la moderna lonja, justo donde el río dice adiós. Allí Sonia canta los precios de carrerilla, bromea con la clientela y recita los números a la contra en valenciano pero despacito, para que los ingleses no se pierdan. Es menester cruzar el río por última vez, hacia Torrevieja, para encontrar el vino postrero. En La Mata, en el parque natural que abraza las salinas, perviven 200 atahúllas (cada atahúlla equivale a 1118 m2) de viñedo que pertenecen a 9 viticultores que, como Antonio Paredes, rondan los 90 años de edad. Antonio recuerda la gran bodega en la que entró a trabajar a los 15 años, preserva la fórmula de elaborar echando unos racimos en el vino que fermenta, para darle alegría y quizá un punto de aguja, y tiene la satisfacción de ver, con su hija Manuela, cómo esos vinos olvidados aparecen ahora de etiqueta, desde que los mandan a embotellar a la cooperativa de Requena. Salen 700 cajas de un blanco que, en honor al entorno de la laguna, llaman Humedal. Es la última sorpresa en esta cuenca sorprendente. D.O. Yecla ¡Quién conoce Yecla! Por muy absurdo que resulte, todavía hay gente incapaz de localizarla en el mapa. Y no se culpen, pues hasta no hace poco su buena fama vinícola descansaba en una bodega: Castaño. Se encuentra en Murcia, con una denominación de origen que data de 1975, y es la única denominación de origen integrada por un solo municipio: Yecla. Era, y todavía lo es, conocida por sus robustos vinos tintos de la variedad Monastrell (90%). Pero mucho ha cambiado desde antaño. Fue a mediados de los ochenta cuando un grupo de bodegueros privados y cooperativas apostaron por elaborar con nueva tecnología (principalmente, depósitos de acero inoxidable). Así llegó el cambio, vinos más equilibrados, suaves. Entre los más sobresalientes, los últimos vinos de bodegas Castaño, basados en la búsqueda de la frescura, argumento imprescindible en zonas mediterráneas. Y es bastante probable que su equilibrio, sin pérdida de concentración, haya hecho a estos vinos más entendibles para el gran público. Las uvas de calidad se encuentran al norte, en la subzona de Campo Arriba. Aquí, los vinos tienen más estructura que los de otras zonas. El paisaje aparece tosco, de poca pluviometría (300 mm), con suelos de roca caliza, profundos, situados a una altura de entre 400 y 700 metros sobre el nivel del mar. Además de la reina tinta, se dan cobijo la Garnacha, el Tempranillo y las inevitables foráneas, como la Cabernet, la Merlot y la Syrah, ésta última con muy buenos resultados. En blancos todavía no hay nada interesante, aunque sí en rosados y dulces tintos. En total, son once bodegas que alimentan sus lagares de 6.500 hectáreas. D.O. Jumilla Que Jumilla suene más ahora no es cosa del azar. Mucho esfuerzo por parte de los nuevos y viejos viticultores, y un pequeño empujón de la crítica norteamericana han sido el cóctel del éxito. Sin embargo, en el mercado no se percibe un creciente aumento de las ventas, como era de esperar. Aún así, los vinos gozan de prestigio y presencia en los lineales de las tiendas, aunque sólo sea fruto de un puñado de bodegas inquietas y con mucha visión. Es indiscutible que Jumilla ha cosechado una justa fama enológica en los últimos años, con vinos corpulentos, golosos y frutales. Pero las modas y los gustos de los consumidores cambian. Es tiempo de renovación. Algunas bodegas, con visión de futuro, ya están comenzando a elaborar vinos más trabajados en boca, más equilibrados y elegantes. Geográficamente, Jumilla se reparte casi al cincuenta por ciento entre Murcia y Albacete. La característica principal de su clima son sus tórridos veranos, en los que la viña sobrevive a duras penas entre suelos calizos, pedregosos y pobres en materia orgánica. La uva dominante es la Monastrell, que ocupa el 90%, acompañada de Garnacha, Cencibel, Merlot, Cabernet y Syrah. Los blancos, por ahora, no tienen demasiada repercusión. D.O. Almansa Hace algunos años, en uno de nuestros viajes, asistimos a la descomunal transformación de la zona. Apuestas de vértigo con capital derivado, principalmente, del calzado, grandes extensiones de viñedo, y tecnología de vanguardia que dibujaban un futuro verdaderamente alentador. Aquél vino, que servía como pasto para engordar otros tintos de regiones más necesitadas en alcohol y sobre todo en color, quería tener identidad propia. Los inicios fueron fructíferos, como toda novedad, el público quería probar ese elixir oscuro con vapores de bayas negras. El problema, si es que se puede considerar como tal, surgió cuando uno se lo echaba al gaznate. Su sensación tánica poderosa descolocaba al consumidor, el mismo síntoma que advertimos cuando probamos la Tanat de Uruguay o de Madiran, en Francia, con quién se relaciona cierto parentesco. Los enólogos comenzaron a trabajar, para refinar el tacto bucal y obtener taninos más fundidos y armoniosos, y un grado alcohólico más comedido. Así, se buscaban los viñedos en altura, algunos de ellos situados a 700 metros, y el resto resultó tarea fácil, como mezclarla con variedades de tacto más suave (Monastrell o Merlot). Los resultados no se han hecho esperar y los vinos muestran ahora un perfil más definido y placentero, sin perder la identidad, en el mejor de los casos. Ahora queda convencer al público, al los aficionados que buscan vinos de guarda como los que aquí se elaboran: de intenso color, tanino presente, buena acidez y peso de fruta. Cuatro ingredientes indispensables para tal fin. Ramón Castaño mago de la monastrell La bodega Castaño ha escrito la historia de Yecla, así pues hablar con Ramón Castaño ha sido conocer la región. Cuenta que los inicios fueron muy duros: una zona, una uva y unas condiciones realmente difíciles para elaborar vinos sin apellido. Su reto ha sido, y sigue siendo, llevar la denominación Yecla por todo el mundo. Resulta curioso que haya sido la exportación una inyección de moral para la familia Castaño. Se cumple la profecía de que hay que hacer patria en el extranjero para que te reconozcan en casa. Afortunadamente, la balanza se ha equilibrado. El gran reto de Ramón continúa siendo la Monastrell. El primer paso fue conseguir vinos con más fruta y suavidad, domando los taninos. En los últimos años se ha dedicado a la búsqueda de la frescura, un parámetro indispensable para los vinos mediterráneos. Así pues, se trabajó en el viñedo con algo de riego para no estresar al varietal y conseguir la maduración perfecta. Sin embargo, cree que el gran vino no solo se hace con viña vieja, también un pequeño porcentaje de viña joven es necesario para conseguir el equilibrio, como también hace Vega Sicilia. El asunto de las variedades foráneas ha sido siempre un complemento, “realmente era complicado vender vinos de Monastrell en la exportación, cuando nadie la conocía” nos revela. “Ahora este varietal está entre los predilectos de muchos grandes críticos”. Sin embargo, para hacer frente a los tiempos que corren, su próximo reto será crear un vino de una viña de producción alta pero sin perder la calidad. Así, saldrá un vino de precio bajo, con el sello Castaño, un sello de calidad en el sector. D.O. Bullas La región de Bullas pertenece a la comunidad autónoma de Murcia, próxima al Mediterráneo, pero sin influencias marinas notables. Posee catorce bodegas y tiene la gran ventaja de exportar más del 60% del vino producido, que en tiempos tan revueltos son un seguro de subsistencia. Si nos atenemos a este breve boceto, Bullas podría parecerse, salvando las distancias, a Valdepeñas. Dos grandes cooperativas: San Isidro y Nuestra Señora del Rosario produciendo el mayor volumen de la denominación de origen y, al otro lado, pequeñas bodegas que buscan una Monastrell (la variedad mayoritaria) diferente, no solo a la producida por estos dos grandes titanes, sino a la de sus vecinos más próximos, Jumilla o Yecla. Con ese afán, algunos bodegueros han salido en busca de matices diferenciadores que les lleven al Dorado, y los han encontrado. Se trata de viñedos en altura, localizados en la parte más noroccidental de la región, con mayor frescura por la noche y, por lo tanto, mejor acidez natural en el vino. La lenta maduración de la uva dota al producto final de un perfume, mineralidad (principalmente caliza) y frescura que ya son interesantes señas de identidad para la región. Esta sana competencia ya se ha extendido por el resto de bodegas pero quien verdaderamente marcó un antes fue la bodega de Balcona. Su estilo, ahora clásico pero bien entendido, sirvió de estímulo para los nuevos inversores que aguzan su ingenio para enriquecer el panorama vitivinícola. El después todavía está por escribirse. D.O. Alicante Es una de las denominaciones pioneras en España, repartida entre las cuencas del Segura y del Júcar, constituida en 1957. Su zona de producción está situada en un área privilegiada, ente la Meseta y el Mediterráneo, con un clima cálido que proporciona los ingredientes necesarios para crear vinos diferentes, dotados de mucha personalidad. Sin embargo, la realidad no es halagüeña y faltan más entusiastas -que los hay, pero muy tímidos- que crean en Alicante. Realmente, el eco de los grandes vinos es escaso, suenan pocos nombres. El primero, Felipe Gutiérrez de la Vega, con sus magníficos dulces, tanto de Moscatel como del reinventado Fondillón. En tintos no hay duda, Pepe Mendoza es capaz de dotar a la Monastrell con rasgos inimaginables aunque es famoso por sus espectaculares vinos de variedades foráneas. Y, por otro lado, no menos importante pues abastece al gran público, está la bodega Bocopa, con una gama comercial muy bien entendida. Los suelos son sobre todo de caliza con elevada riqueza mineral, muy apreciable cuando la vendimia viene equilibrada (sin mucho alcohol). Las dos variedades reinas son la Monastrell y la Moscatel Romano. También coexisten otras variedades foráneas que se han adaptado magníficamente. Cada variedad está bien definida en las dos subzonas existentes: La Marina Alta y Vinalopó. La Marina Alta se encuentra al norte, con viñedos muy cercanos a la playa, lo que se traduce en una humedad relativa alta, especialmente apropiada para vinos dulces de Moscatel, por ejemplo. En el sur, domina la uva tinta, en altitudes superiores a 500 metros sobre el nivel del mar. Así, de éste cóctel se derivan dos estilos bien diferenciados: los dulces, de la aromática Moscatel o los famosos fondillones, y los tintos (los mejores, por ahora, de uvas foráneas). También se producen blancos y rosados pero de poca relevancia. Pep Aguilar En busca de la identidad A éste enólogo cuesta identificarlo en una bodega porque en realidad es un asesor o “amigo de los bodegueros”, como le gusta definirse. Su periplo empezó con 24 años, junto a Patri Morillo, el otro socio. Ha trabajado en Trío Infernal, Vinya l´Hereu, Heretat-Mont-Rubi, con René Barbier en el Priorato, y otras bodegas. Uno de los proyectos más interesantes es el de Bodegas Almanseñas, en Almansa, que comenzó a la vez que Lavia, en Bullas. Asegura que le seducen mucho los retos de variedades autóctonas como la Garnacha Tintorera que, por cierto, tiene un potencial extraordinario. Las claves, según Pep, son los suelos de la zona, calcáreos con guijarros, el clima extremo, sobre todo el frescor de la noche, y un viñedo privilegiado. Con estos ingredientes solo faltaba no estropearlo en bodega. Su equipo, ahora formado por cinco enólogos, ha llegado a la conclusión, después de cuatro años de pruebas, que con la Garnacha Tintorera no hace falta llegar a maduraciones tan altas como es costumbre. Así, se acentúa menos el alcohol y con ello el sabor amargo propio de la variedad, además de expresarse mejor, que de eso se trata, al fin. La región de Almansa está tan cualificada para elaborar vinos de altísimo nivel, como Priorato o Montsant por poner un ejemplo, que podría competir sin complejos en las mejores plazas. La raíz de su mala imagen ha sido el uso al que se destinaba, cuando se vendía -y todavía se sigue haciendo- como granel para mejorar otros vinos en color o en grado. Según Pep, es hora de demostrar que el patito feo puede convertirse en un cisne. Agenda ACTIVIDADES DIVERSAS Casa Museo de Miguel Hernández. Miguel Hernández, 73. 03300 Orihuela (Alicante) Tel.: 965 306 327 www.miguelhernandezvirtual.com Museo Arqueológico de Siyasa (Patrimonio de la Humanidad Unesco) San Sebastián, 17. 30530 Cieza (Murcia) Tel.: 968 773 153 museo.siyasa@cieza.net Museo del Arroz Mayor, 14. 30420 Calasparra (Murcia) Tel.: 968 745 325 Museo de Semana Santa Plaza de la Merced, 1. 03300 Orihuela (Alicante) Tel.: 966 744 089 jmayor@telepolis.com Museo de la Fiesta C/ de las Monjas, 19. 30400 Caravaca de la Cruz (Murcia) Tel.: 968 705 620 comer Rincón de Pepe Apóstoles, 34. 30001 Murcia Tel.: 968 212 239 nhrincondepepe@nh-hotels.es Alborada Lepanto, 4. 30008 Murcia. Tel.: 968 232 323 Elmurciano69@hotmail.com Casa Sebastián Avda. de Levante, 6. 30520 Jumilla (Murcia)Tel.: 968 781 283 Club Náutico de Guardamar Avda. del Puerto, s/n 03140 Guardamar del Segura (Alicante) Tel.: 966 728 294 www.clubnauticoguardamar.com Hispano Arquitecto Cerdán, 7 Murcia Tel.: 968 216 152 hotel@hotelhispano.net La Zaranda Murillo, 13. 30510 Yecla (Murcia) Tel.: 968 751 671 Restaurante Reyes Católicos Avda. Reyes Católicos, 33. 30520 Jumilla (Murcia) Tel.: 968 781 283 comPRAS DIVERSAS Bodega El Rincón del Sibarita Plano de San Francisco –Mercado de Verónicas 30004 Murcia. Tel.: 968 223 034 Casa Bernal Mayor, s/n El Palmar. Tel.: 968 884 304 DiVinum Selección Avda. de Murcia, 6. 30520 Jumilla (Murcia) Tel.: 968 756 115 www.divinumseleccion.com Enoteca Bodega de la Balsa Balsa, 26. 30180 Bullas (Murcia) Tel.: 968 652 601 consejoregulador@vinosdebullas.es Enoteca Selección Casa Rambla Saavedra Fajardo, 15. 30006 Murcia. Tel.: 968 216 764 DORMIR AC Hotel Murcia Avda. Juan Carlos I, s/n. Murcia. Tel.: 968 274 250 acmurcia@ac-hotels.com Avenida H San Pascual, 3. 30510 Yecla (Murcia) Tel.: 968 751 215 Casa Rural La Alberquilla Yeste (Albacete). Tel.: 625472928 www.laalberquilla.com Hospedería Convento Ntra. Señora del Carmen Corredera, 5. 30400 Caravaca de la Cruz (Murcia) Tel.: 968 708 527 ocdcaravaca@yahoo.es Hospedería Molino de Abajo Paraje Molino de Abajo. 30180 Bullas (Murcia) Tel.: 968 431 383 – 629 672 784 turismo_rural@castillico.com Hotel Casa Luzón Carretera Jumilla-Ontur, Km 17. 30520 Jumilla (Murcia) Tel.: 968 435 489 - 666 506 785 Hotel Pio XII Ortega y Gasset, 12. 30520 Jumilla (Murcia) Tel.: 968 780 132 Silken Siete Coronas Pº de Garay, 5. Murcia. Tel.: 968 217 771 Silken7coronas@hoteles-silken.com

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