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Myanmar: La virgen sedienta

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  • Redacción
  • 2013-12-02 10:32:47

Myanmar está en pleno auge. Desde su apertura política y económica, el país está cambiando vertiginosamente. El vinicultor francés François Raynal, que cultiva allí la vid desde hace doce años, observa la evolución con satisfacción y preocupación a la vez.
Texto y fotos: Daniela Meyer

Una niebla húmeda y pertinaz flota sobre el lago Inle, situado entre las montañas y las verdes colinas del estado de Shan, en el corazón de Myanmar. Por la mañana, con las primeras luces del día, se instala viscosa sobre los poblados de palafitos, unas pequeñas cabañas sobre zancos de bambú en medio del lago. Los pescadores birmanos, célebres por su técnica única de la pierna de remo y red cónica, se deslizan sobre el agua como sombras en sus estrechas embarcaciones. Aquí y allá, muchachas jóvenes se lavan la larga melena negra en el lago. Monjes budistas vistiendo su hábito rojo óxido, con los cuencos para las limosnas colgados al hombro, avanzan en pequeños grupos por la orilla. Sobre las plantaciones de caña de azúcar, bananeras y viñas, brillan gruesas gotas de rocío y entre hojas de palmera relucen los tejados dorados de innumerables pagodas. Un lugar místico. Virgen, misterioso.

Pero, ¡un momento! Hay algo que no encaja en esta imagen por lo demás coherente. ¿Viñedos? ¿Qué hacen aquí? François Raynal está acostumbrado a la sorpresa de los visitantes que llegan por primera vez al Red Mountain Estate, la mayor bodega de Myanmar, la cual gestiona. “Contemplan el paisaje tropical, los rostros asiáticos y, de repente, cepas en medio de todo ello”, dice el francés. “Sé que a primera vista resulta extraño.” Raynal, que llegó de Champagne hace doce años para trabajar en Myanmar, está visiblemente orgulloso de que allí, entre el monzón, la estación seca y la eterna lucha contra los hongos y un sinfín de sabandijas, crezca algo digno de ser prensado para hacer un vino decente. 

Cuando en 2001 aceptó un empleo en la bodega Myanmar Vineyard, a 25 kilómetros del lago Inle en Aythaya, muchos pensaron que se había vuelto loco. Dicha bodega, fundada en 1998 por el alemán Bert Morsbach, era entonces la única del país. La vinicultura en una dictadura militar tropical necesariamente tiene que acabar en desastre, profetizaban sus amigos y compañeros.

 

¿Regresar? Impensable

Pero Raynal no cejó en su empeño. “Me aburría”, dice a sus ahora 39 años; había estudiado el oficio en Nantes y trabajado anteriormente en Hungría, Turquía, Chile, Nueva Zelanda, California e Israel. Descubrir una de las últimas zonas en blanco del mapamundi era toda una aventura. Hoy este país, que durante medio siglo estuvo aislado política, económica y culturalmente del resto del mundo, es su hogar. Volver a Europa, impensable. “Desde que vivo aquí, cada vez que viajo a Francia me doy cuenta de lo poco corteses y hospitalarios que son muchos europeos”, afirma. Y que ya casi no puede ir a un restaurante allí sin asombrarse del mal servicio, el ajetreo generalizado y los gestos malhumorados de los camareros y algunos comensales.

Posiblemente le atrajo lo opuesto: la paz y amabilidad de los birmanos, su sonrisa, que también dirigen siempre a los foráneos, y por ello se enamoró del país y sus habitantes. “Desde el principio me di cuenta de que Myanmar es especial, de que aquí aún se pueden mover muchas cosas”, comenta. Porque la gente todavía se toma tiempo para su trabajo, para su familia y para conocer a otros.

 

 “Sabía que podía hacerlo mejor”

Siempre creyó que un día el país se abriría y se desarrollaría política y económicamente. Así fue, según comenta, como surgió el deseo de despedirse de su primer empleo en Myanmar Vineyard para crear algo propio. “Estaba convencido de que podía hacerlo mejor”, dice con confianza en sí mismo. Quería acercar la nueva bodega aún más al lago para poder aprovechar el turismo que comporta con más efectividad para la comercialización del vino. Además, le disgustaba que en Aythaya no se produjera exclusivamente vino birmano, sino que también embotellaran vino sudafricano. “Me parecía poco claro”, relata el francés, “yo quería concentrarme únicamente en la producción de vino de la región y venderlo como experiencia turística especial.”

Era un experimento temerario en tiempos en los que apenas llegaban turistas a Myanmar y no había ni Internet, ni cajeros automáticos, ni siquiera teléfono en el país. “En esa época me sentía muy aislado, como en un viaje al pasado.” A largo plazo, estas circunstancias lo han vuelto más sereno y quizá también algo excéntrico, opina Raynal.

En 2002, Raynal empezó a ayudar en la construcción de una nueva bodega a Nay Win Tun, hombre de negocios y propietario del Ruby Dragon Group, un consorcio mixto que incluye sobre todo industria de la minería y producción, agricultura e industria alimentaria. La finca había de llamarse Red Mountain. Nay Win Tun, posiblemente uno de los hombres más ricos de Myanmar, que considera chic ser propietario de una bodega como objeto de prestigio, aportó el capital y Raynal, los conocimientos específicos. De modo que Nay Win Tun visita la bodega una o dos veces al año para probar el vino y, por lo demás, da carta blanca al francés. “Una sinergia perfecta,” afirma Raynal, “y el negocio va muy bien”.

Sobre todo desde que, a finales de 2010, la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi –llamada simplemente The Lady en Myanmar y venerada como una santa– fuera liberada tras 15 años de arresto domiciliario. El nuevo comienzo, el cambio que conllevó, se percibe en todo el país. Los taxistas llevan fotos de su heroína pegadas en el salpicadero y hay banderines con su retrato delante de los puestos callejeros de comida. La esperanza de los birmanos de un Myanmar libre se ha convertido en realidad. El Gobierno del nuevo presidente Thein Sein, un antiguo general que ocupó el cargo en febrero de 2011, pone en marcha reforma tras reforma. Se han levantado las sanciones internacionales económicas y comerciales contra Myanmar. En abril de 2012 se convocaron nuevas elecciones y desde entonces también Aung San Suu Kyi está en el Parlamento. En ciudades grandes como Rangún, Mandalay o la capital, Maypyidaw, el ambiente es de fiebre del oro. Bancos, empresas, aventureros y turistas llegan al país a raudales. En 2012 llegó un millón de visitantes de todo el mundo y en 2013, según las estimaciones, la cifra aumentará en otro medio millón.

 

Monjes en el McDonald’s

Los que llevan tiempo viajando por Myanmar y ya conocen el país y las gentes tienden a considerar este desarrollo demasiado rápido y descoordinado. Junto a venerables pagodas, surgen como setas los hoteles elegantes. Como actualmente faltan camas para el aluvión de visitantes, están construyendo donde haya sitio. Las habitaciones que hace uno o dos años costaban veinte euros por noche, ahora cuestan cien. Los monjes, de repente, van a comer a McDonald’s, las vendedoras de los puestos del mercado beben Coca-Cola, las jóvenes birmanas cambian su tradicional falda cruzada por escuetos pantalones cortos. Y las hordas de americanos gordos, chinos ruidosos y japoneses haciendo fotos invaden lugares tan singulares y sagrados como la histórica ciudad imperial de Bagan o la mundialmente famosa pagoda de Shwedagon, de más de 2.500 años de antigüedad, en Rangún.

Es la cara oscura del cambio, del progreso económico. Raynal espera que se mantenga dentro de ciertos límites y que beneficie sobre todo al país y a sus gentes. “Myanmar es como una virgen”, explica, “íntegra, inocente, algo ingenua. Pero también sedienta de cambio y aventura.” Y se nota: la gente tiene mucho que recuperar, ya no quiere vivir al día ni seguir renunciando. Quiere disfrutar de su nueva libertad.

Para este vinicultor francés, el desarrollo, sobre todo el boom del turismo, es una bendición. Alrededor del lago Inle están surgiendo decenas de hoteles y restaurantes, que incluyen en la carta de vinos su Red Mountain como especialidad local. “Los visitantes que llegan aquí son sobre todo europeos, que beben vino con la comida y disfrutan probando cosas nuevas”, sostiene Raynal. Calcula que su negocio se duplicará en los próximos dos o tres años. Ya en 2011 superó el umbral de beneficios y, desde este 2013, Red Mountain está anotando un balance positivo.

En total, su bodega tiene capacidad para producir medio millón de botellas , todas para el mercado interior y quizá en el futuro para otros países asiáticos. Raynal no tiene intención de introducirse en el mercado internacional. “Hoy día hay vinos franceses, italianos e incluso chinos en todas partes”, explica, “pero el nuestro solo se vende aquí.” Quiere seguir siendo especial; lo que quiere embotellar es un bello momento, el recuerdo de unas fantásticas vacaciones, un país singular.

Raynal se está preparando para el asalto y ya ha ampliado el viñedo en 55 hectáreas. En las laderas de las colinas que descienden hacia el lago, allí donde hasta hace poco proliferaban las plantas tropicales autóctonas, hoy crece un total de 75 hectáreas de vid en hileras ordenadas, 5.000 plantas por hectárea, todas importadas de Italia y Francia. Entre los edificios que albergan la bodega, los modernísimos tanques y los equipos de embotellado, ha construido un restaurante con vistas al valle y al lago. Para acompañar la comida, se pueden probar cinco vinos de su paleta por 3.000 kyat (unos 2,30 €), vinos que hoy, cuatro años después de su primera cosecha, realmente son buenos.

Todavía siente escalofríos cuando se acuerda de sus primeros intentos. Hasta 2005, Raynal solo había estado experimentando, y luego plantó un majuelo. En 2009 vendimió. “Los primeros vinos que hice eran imbebibles, ácidos a más no poder”, recuerda. Después tuvo la idea de producir un vino dulce para el mercado local. “Caí en el prejuicio de pensar que a los asiáticos les gustan las bebidas dulces”, explica sobre su ocurrencia. Desde entonces, en la bodega de Raynal duermen empolvándose 20.000 botellas de esta edición. “A veces, algún europeo compra alguna como vino de postre, pero a los birmanos no les gusta nada, prefieren las bebidas secas.”

Ahora que el vinicultor conoce la cultura local, ya no comete tales errores. Aun así, plantar vino en Myanmar es todo un reto: Raynal le extrae a sus plantas entre tres y cinco toneladas de uva por hectárea, muy por debajo de algunas zonas europeas. Y hasta ahora, no ha podido averiguar por qué allí las cepas dan menos uvas. A pesar de todo, está satisfecho. Sauvignon Blanc, Muscat, Tempranillo, Pinot Noir, Petit Verdot, Syrah, Cariñena... Así enumera las variedades que ha podido cultivar con éxito hasta la fecha.

 

Emancipación en la práctica

Raynal produce entre 100.000 y 120.000 botellas al año. El vino más asequible, el Chenin Blanc, cuesta 7.500 kyat (al cambio, apenas 5,70 €). El más caro, un Chardonnay, alrededor de 20 €. Lo cual corresponde aproximadamente al salario mensual de uno de sus 53 empleados en Red Mountain, un salario que,  con la antigüedad y la experiencia, puede llegar a los 60 euros. Y la bodega se hace cargo del alojamiento y manutención. Los jornaleros, sobre todo mujeres, que van a la granja para la vendimia o la poda y cuidado de las plantas, reciben 1,50 € al día. “Puede parecer poco”, admite Raynal, “pero suele ser más del doble de lo que pagan en las plantaciones de caña de azúcar, donde trabaja la mayoría de las mujeres de esta región.” Además, asegura haber equiparado los salarios de hombres y mujeres, permitiendo así a las mujeres cuidar mejor de sí mismas y de sus hijos. Raynal fomenta el empleo femenino, como por ejemplo a la birmana Naw Naw Aye, que estudió francés e inglés en Rangún y actualmente es jefa de Marketing y se ocupa de la difusión de los vinos y la atención a los visitantes a la bodega.

“Los turistas son un factor que juega a nuestro favor”, constata Naw Naw Aye, de 33 años, “pero tampoco podemos olvidar que cada vez más birmanos se interesan por el vino.” Según comenta, son sobre todo los hombres de negocios locales los que, desde hace algún tiempo, acuden a las catas, y muchos agricultores de la región están empezando a plantar cepas. “La venden como uva de mesa, pero algunos también están experimentando con la vinicultura. Y esto va en aumento.” Naw Naw Aye cree que Myanmar puede desarrollarse con la misma velocidad que su gran vecino, China, tanto económica como socialmente. “En China nadie bebía vino hasta hace algunos años, y hoy el vino es de lo más chic; la industria vinícola está en pleno auge”, declara la jefa de Marketing con los ojos brillantes.

Cabe esperar que la influencia del gusto occidental se limite al vino para que en unos años no tengamos que encontrarnos, en lugar de palafitos en el agua y pescadores de red cónica deslizándose en sus embarcaciones de madera, un cartel rojo y blanco con la inscripción Kentucky Fried Chicken surgiendo de la fresca niebla matinal sobre el lago Inle.

 

Turismo en Myanmar

Los críticos ya hablan de la turistificación de Myanmar. De hecho, actualmente la demanda de viajes a Myanmar supera la oferta. Los turistas que no hayan reservado habitaciones de hotel y vuelos locales podrían tener dificultades para encontrar algo una vez allí. Los precios de los alojamientos han llegado a multiplicarse hasta por más de diez. Por consiguiente, el nuevo Gobierno ha declarado prioridad nacional el sector del turismo.

Por una parte, el país se beneficia económicamente. Al fin y al cabo, los ingresos generados por el turismo no dejan de subir: de 164 millones de dólares estadounidenses en 2006, hasta 254 millones en 2010, y el año pasado 534 millones. Por otra parte, esta vertiginosa evolución deja a muchos birmanos por el camino. En el lago Inle, por ejemplo, pueblos enteros se ven desplazados por las instalaciones hoteleras. Y en Bagan, a pesar de las protestas de sus habitantes, se están construyendo complejos turísticos en suelos para ellos sagrados. El número de turistas que han volado en globo aerostático sobre la histórica ciudad imperial, con sus más de 2.000 edificios sacros conservados, en cuatro años se ha triplicado, llegando a las 8.024 personas. Si en 2004 solo esta atracción generó unos beneficios de 515.000 dólares, hoy son casi dos millones. Según los cálculos, en este año recorrerán el país 1,5 millones de visitantes extranjeros, medio millón más que en 2012. Pero a pesar de todo esto, hay muchos senderos en Myanmar aún por descubrir. En comparación, Tailandia, su país vecino, recibió más de 22 millones de turistas en 2012.
Fuente: Ministerio de Hoteles y Turismo de Myanmar / Ministerio de Turismo y Deporte de Tailandia

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