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Ribera del Júcar, el amanecer de una denominación

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  • Redacción
  • 2015-09-03 17:53:53

Dentro del mayor viñedo del mundo, el manchego, un puñado de personas convencidas de las posibilidades de sus majuelos, quisieron comenzar una andadura en solitario para mostrar el perfil de los vinos tocados por la ribera de un río mediterráneo de pura sangre. La Ribera del Júcar es una comarca donde hay mucha tela que cortar.

Texto: Antonio Candelas / Fotos: Heinz Hebeisen

 

El río Júcar, cuya vida comienza en los Montes Universales en plena Serranía de Cuenca y que recorre un buen trecho de sus casi 500 kilómetros regando y cincelando el terreno con el paso de sus cristalinas aguas, decidió en 2003 apuntarse a la larga lista de ríos españoles con vocación enológica. Su ribera da nombre a una Denominación de Origen joven, de pequeñas dimensiones y de una exclusividad microclimática que tiene como actor principal el curso de este río. Formada por los municipios conquenses de Casas de Benítez, Casas de Fernando Alonso, Casas de Guijarro, Casas de Haro, El Picazo, Pozoamargo y Sisante, en la actualidad existen siete bodegas, en su mayor parte cooperativas, que luchan por ir aumentando el porcentaje de vino embotellado con respecto al granel y que fueron fundadas a mediados o finales de los años cincuenta del pasado siglo. En unos tiempos en los que era difícil colocar las uvas de los agricultores en las bodegas del momento, se hizo necesaria la creación de este tercer pilar sobre el que todo municipio debía asentar casi por inercia su peso institucional: el ayuntamiento, la iglesia y la cooperativa. Así lo manifiesta Julián Carretero, gerente de la Cooperativa La Magdalena de Casas de Haro, que ha pasado de sus 60 socios iniciales allá por los años de posguerra a los aproximadamente 300 actuales con unas 1.600 hectáreas de viñas. Se marcan como objetivo seleccionar las parcelas con mayor edad y mejor expresión enológica para los vinos de sus diferentes gamas. De hecho, el Tempranillo, muy valorado por los críticos en las últimas añadas, se saca de viñas de más de 30 años. Julián nos transmite la necesidad de comunicar lo especial de un terreno marcado por la simbiosis entre la ribera, el suelo y el microclima definido en él, así como la búsqueda de un elemento diferenciador de la zona, por lo que junto con las comarcas de Manchuela y Utiel-Requena están poniendo en valor el potencial que atesora la uva Bobal dentro de las variedades autóctonas de las denominaciones mediterráneas de interior.

 

El tintero manchego

La casi transcendental soledad que se siente cuando vas atravesando la implacable llanura manchega se ve alterada por la presencia de un terreno eminentemente fluvial, cubierto por cantos rodados, que son los que van a estar a los pies de unas cepas en muchos casos viejas y retorcidas por el paso del tiempo por cuyas venas corre savia tinta que irá coloreando las uvas a lo largo del caluroso verano, únicamente calmado por la frescura del rocío de la mañana. Este era el tintero de La Mancha, los viñedos donde se concentraba la mayor parte de uva tinta en aquellos tiempos en los que en la comarca vecina predominaba la uva blanca Airén en todos sus extensos majuelos. Pero no era solamente esta cuestión la que se planteó en los 90 cuando se solicitó la diferenciación de la gran Denominación de Origen manchega. Las diferencias climáticas y edafológicas que marcan siempre los terrenos aluviales era el principal argumento para solicitar la creación de una comarca con identidad propia. Nos cuenta Juancho Villahermosa, representante de la Denominación de Origen Ribera del Júcar, que se trata de la primera D.O. con la única vocación de promocionar los vinos que bajo su amparo se elaboran. El trabajo de calificación y certificación se cede a una empresa privada convenientemente acreditada por ENAC (Entidad Nacional de Acreditación), un modelo de gestión que hace que los recursos de los que puedan disponer, tanto humanos como económicos, se centren en la promoción que tanta falta hace. Como bien dice Juancho, es una D.O. real, manejable, con una identidad única y bien definida. Tanto es así que desde el Cerro el Cabezo en Pozoamargo se pueden visualizar las 9.000 hectáreas de la zona en su totalidad. Desde allí, la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza ejerce de vigilante de la comarca y da nombre -como es costumbre- a la cooperativa del pequeño municipio pozoamargueño, de no más de 350 habitantes. Su gerente, José Miguel Jávega, nos habla con orgullo del devenir de la institución cooperativista formada en la actualidad por 95 socios, nada menos que casi un tercio de la población. Ya a mediados de los años ochenta del siglo pasado decidieron dar un paso de calidad embotellando parte de la producción bajo la marca Hoya Corrales, que pasaría a llamarse Casa Gualda en los noventa y que ha ido asentándose en diferentes mercados con muy buenos resultados. No deja de ser un homenaje a César Jareño, la persona que devolvió a la uva Tempranillo el protagonismo que había perdido en la zona debido al arranque de viñedo perpetrado en los años setenta. Como al resto de personas involucradas en el mundo del vino, a José Miguel le preocupa el bajo número de botellas que se descorchan en nuestro país. Ante este problema hace una interesante reflexión de la que los organismos oficiales bien podrían toma nota: “El vino es la única bebida que puede servir de cortafuego al consumo indiscriminado de bebidas alcohólicas de otra naturaleza”, ya que la educación de los sentidos y la puesta en valor del vino son piezas fundamentales para fomentar el consumo responsable, por lo que sería conveniente destinar más recursos a la comunicación y promoción del vino. Sin salir del término municipal de Pozoamargo nos topamos con el palomar de la Finca Buenavista donde Javier Prosper, presidente de la D.O., elabora vino en su proyecto familiar Bodegas y Viñedos Illana. Con casi 100 hectáreas dedicadas al cultivo de la vid y otras tantas dedicadas a la huerta y al cereal, ésta es la única bodega particular que embotella vino con el sello de la Ribera del Júcar. Propiedad de la familia desde el siglo XVII, el terreno nos habla de todas las actividades agrícolas que se han llevado a cabo a lo largo de todos estos siglos, con zonas que se han ido despedregando para facilitar las labores de la tierra. Durante años, la uva de sus viñedos era molturada en la cooperativa de Pozoamargo, pero tras estudiar las posibilidades de un proyecto individual decidieron elaborar sus propios vinos. Cuentan con diez variedades, siete tintas y tres blancas, con participación importante de Tempranillo y Bobal. Javier es consciente de que el objetivo primordial de la bodega es el de conseguir domesticar las variedades para obtener unos vinos que expresen la finura indiscutible de este particular terruño. Y lo están consiguiendo.

 

A orillas del río

En toda la comarca, la altura de los viñedos ronda los 750 metros de altitud sobre el nivel del mar y el perfil del terreno es eminentemente fluvial con estructura arcillosa, con limos y cubierto por esos guijarros tan característicos que cumplen dos facetas fundamentales para la uva: drenar el agua caída en los meses lluviosos y reflejar la luz del sol para conseguir una mejor y más lenta maduración del fruto. La profundidad de los suelos es otro factor que favorece la calidad de las uvas, puesto que las raíces rebuscan nutrientes entre los horizontes edáficos sin miedo a toparse con la roca madre. Desde la Cooperativa de San Ginés de Casas Benítez al río hay 2.000 metros en línea recta. Es la instalación vitícola más cercana al Júcar y todas las viñas que alimentan sus tolvas proceden de un suelo fundamentalmente cascajoso y con fondo arcilloso, lo que confiere una impermeabilización del terreno muy agradecida sobre todo en los meses de verano. Juan Carlos Cabrero, director comercial de la cooperativa, afirma que la cercanía al río favorece la diferencia de temperatura entre el día y la noche, llegando a haber una horquilla térmica de hasta 25º C. De esta forma, las uvas maduran completamente de manera pausada, permitiendo la síntesis de los polifenoles y aromas varietales que van a marcar la diferencia en una uva de calidad. Entre los activos más valorados por Juan Carlos dentro de la asociación cooperativa benitense destacan las viñas de Bobal, que con sus 70 años de vida, plantadas sobre pie franco y con un régimen de secano, son capaces de dar vinos con amable estructura e intensidad refinada. Medio millón de botellas salen al mercado con la distinción de Ribera del Júcar, la mitad para el mercado interior, la otra mitad con destino a diferentes países. Sorprende el hecho de que el 25% de su producción embotellada aterrice directamente en el archipiélago canario. No deja de ser una forma de exportar el vino dentro de nuestras fronteras, donde los turistas de distintas nacionalidades disfrutan simultáneamente del turismo y de los tesoros enológicos que tenemos.

 

Monjes entre las viñas

Llegando a la localidad de Casas de Fernando Alonso por la carretera que une Minaya y San Clemente nos encontramos con la Cooperativa Purísima Concepción. En la entrada nos llama la atención la silueta de una cabeza de monje en cuya parte inferior se nos indica la orden a la que pertenece, Teatinos. Además de ser una de las marcas con la que comercializan parte de sus vinos embotellados, resulta ser un término que se puede ver repetido en un paseo por las calles del pueblo, dando nombre incluso a negocios comerciales. Esta simbología monacal responde a la relación que tuvieron estos monjes en la fundación del núcleo poblacional, que dependía en sus comienzos de San Clemente, así como en la plantación de las viñas. Es más, el gentilicio de sus habitantes, como no podía ser de otra forma, es teatineros. La cooperativa es una de las mayores de la zona, con más de 200 socios, y procesa unos 15 millones de kilos por campaña. Julián Girón lleva la gerencia de la cooperativa y nos explica que la apuesta por la elaboración de vinos basados en criterios de calidad comienza en los últimos años del milenio pasado cuando se acometen reformas y cuantiosas inversiones. Entre las muchas referencias que se elaboran bajo la gama de Teatinos, nos llama la atención un blanco con tradición en la comarca. Una tradición que encuentra sus raíces en aquellas plantas de Moscatel de Grano Menudo intercaladas entre las cepas de uva tinta y que se recogían al final de la vendimia con un fruto sobremaduro y por lo tanto con buena concentración de azúcares y aromas. Con esta materia prima se hacía un dulce que únicamente daba para el consumo interno. Hoy, se elaboran con parada de fermentación y, entre los blancos de esta tierra de tintos, es el de mayor consumo y reconocimiento.

Concluimos nuestro viaje por tierras conquenses en el seno de esta comarca ribereña, Sisante, donde la D.O. tiene su cuartel general y donde por supuesto cuentan con una cooperativa que lleva el nombre del patrón de la localidad, Cooperativa Nuestro Padre Jesús Nazareno. Comenzó siendo una almazara y posteriormente se construyó la bodega. En la actualidad tienen capacidad para molturar siete millones de kilos de uva, dando en los últimos años un empujón tecnológico a sus instalaciones para ofrecer mayor garantía de calidad a las elaboraciones puestas en el mercado.

Las diferentes civilizaciones han mantenido siempre el mismo criterio a la hora de establecer sus asentamientos: en las riberas de los ríos, por la fertilidad de sus tierras, por la fácil disponibilidad del líquido elemento, por el alimento que nace de sus aguas y en muchos casos por ser una vía de transporte. El nuestro no es una excepción y el Júcar ha cumplido y sigue cumpliendo a la perfección con su papel socializador, en torno al cual han ido naciendo pueblos que trabajan la tierra para sacar el fruto con el que poder alimentarse. Hortalizas, cereales y uvas. Unas uvas que son puestas en los lagares como ofrenda de agradecimiento al generoso río que consigue dibujar con su curso un escenario ideal para salvaguardar unos vinos sinceros, expresivos y con mucha raza. Estos son los vinos de la Ribera del Júcar.

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