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Mencía: en tierras fronterizas

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  • Redacción
  • 2018-09-12 00:00:00

Quien busca el origen de la Mencía se encuentra envuelto en un viaje siguiendo la estela de los ríos Miño, Sil y sus afluentes. Un paisaje salvaje que no deja indiferente, que captura y enamora. Entre León y Galicia, descubriendo El Bierzo, Valdeorras y Ribeira Sacra, encontramos las cepas más antiguas de la Penísula Ibérica. Se sabe que fueron los romanos quienes la plantaron; los monjes los que la cuidaron y mejoraron; la filoxera la que casi termina con ella; y la fuerza de bodegueros y enólogos ya bien entrado el siglo xx la que la ha convertido en una de las joyas de nuestro país. A trazos la descubrimos, entre tierras fronterizas.


Mencía
La planta no es muy productiva y, aunque presente una buena acidez de entrada, hay que estar muy pendientes a la hora de vendimiarla porque cualquier alteración en el racimo puede disminuir su virtuosa frescura. No es una uva fácil de elaborar, pero bien trabajada da unos vinos de excepcional factura.Localizada mayoritariamente en el noroeste de la Península se piensa que aunque el origen puede ser francés llegaría hasta nuestro país a través del Camino de Santiago. De racimo pequeño, compactibilidad media y uvas pequeñas, esta variedad destaca por tener la capacidad de mostrar como pocas la sensación mineral en los vinos. Su delicada expresión frutal y floral hace que haya que trabajar la crianza con mesura para que el roble no enmascare su personalidad.





Se sabe, por alguno de esos escritos con más de 2.000 años de Plinio el Viejo y Estrabón, que algunas de las primeras cepas de la península Ibérica fueron de Mencía. Los romanos la introdujeron, los monjes la mejoraron y la filoxera casi consiguió acabar con ella. Tuvieron que pasar los años para ser testigos del revivir de esta uva, a la que un grupo de enólogos y bodegueros han colocado en la cima de la viticultura española.


Según cuenta la historia, en el momento más próspero de la Mencía, el vino se trasladaba por la Vía Romana dirección a la Roma Imperial para el beneplácito de los emperadores. Se tienen pruebas fiables de que las viñas ocupan esa linde invisible que separa la actual Castilla y León de Galicia, lo que hoy conocemos como El Bierzo (derivado de la ciudad prerromana Bergidum), Ribeira Sacra y Valdeorras. Al declinar el Imperio… cayeron las viñas. Sin embargo, durante la Edad Media, la explotación del campo de vid y la introducción de nuevas técnicas en la elaboración del vino en esta zona llegó gracias a la fundación de monasterios a lo largo de la Ruta Jacobea. El vino no solo era el alivio de la sed del peregrino que ambulaba por el Camino de Santiago, sino un alimento indisoluble en la dieta del momento y una valiosa moneda de cambio.
Cuando en el siglo xix llegó la filoxera, los campos de vides comenzaron a desaparecer. Entonces, con el paso de los años, la viña se sustituyó por campos de gramíneas. Hasta que a mediados del siglo xx un grupo de viticultores comenzó a impulsar aquella tierra rica en historia y propicia para elaborar alguno de los grandes vinos de nuestro país –como más adelante se ha demostrado–. Los ochenta fueron el renacer de la Mencía y el inicio de un nuevo epígrafe en la historia del vino de nuestro país.


Hay quien la conoce como Loureiro Tinto, Negra, Negro o Tinto Mollar. Hay quien defiende que a pesar de la mano maldita de la filoxera, quedaron cepas de Mencía en Castilla, con lo que se puedo volver a cultivar, manteniendo así la historia de un vino de esta tierra. Sin embargo, hay muchos que defienden que la Mencía era la Cabernet Franc adaptada al noroeste de la península Ibérica. Sin embargo, a esta última teoría se le enfrentó un estudio del ADN en el que se demostró que ambas uvas, aunque con ciertas similitudes, nada tienen que ver.


La Mencía es de un intenso color frambuesa y sutiles notas violáceas. Una atractiva tonalidad en copa que nos lleva a un delicioso paraje de flores, frutos rojos y minerales en nariz. En boca, es una explosión de exotismo. Aterciopelada, golosa y permanente. Es una uva idónea para jóvenes atractivos, para tintos con alma dulce y, como se ha demostrado a lo largo de los últimos años, para vinazos madurados en barrica.



¿Dónde crece la Mencía?
Desde las mágicas tierras rojas de Las Médulas o los verdes vírgenes de Los Ancares, el río Sil y la poderosa uva Mencía emprenden su curso, tinto y excelso. Si siguiéramos los ríos que bañan las tierras de vid, descubriríamos un paraje hermosísimo de viña, historia, cultura y arraigo. Descubrirla, sorprendernos con sus vinos, supone navegar a un lado y otro de una tierra fronteriza. Así, se emprende el viaje: la puerta de El Bierzo, la mágica tierra roja de Las Médulas es el ejemplo prístino de lo que el agua, en conjunción con el ingenio, es capaz. Los restos romanos de la más extensa y osada explotación a cielo abierto dejan adivinar los ríos de oro, las explosiones de agua que alimentaron las arcas del Imperio. Cañones, oquedades, cuevas como largas bóvedas guardan memoria de un sistema salvaje para extraer a la tierra sus secretas riquezas. Lo primero era canalizar las aguas hacia el yacimiento y después embutirla en las tripas de la montaña hasta que la presión insoportable explotara, abriendo nuevas vías. Ruina montuim llamaron con todo acierto al sistema.


No es menos mágica la otra puerta, hacia el Noroeste, la Reserva Nacional de Los Ancares, bosques vírgenes donde la imaginación excita el rugido de las fieras, donde la vida se desliza secularmente tan pausada y oscura como el humo que deja escapar el techo de las pallozas. Y entre una y otra, un intrincado camino de aguas: el Barbia, el Cua, el Ancares, el Valcarce, el Barjas, el Selmo, el Oza, el Boeza, el Cabrera… unen sus fuerzas para engrosar el Sil. Entre sus ramas se enredan Bembibre, Ponferrada, Villafranca y crece esplendorosa la uva Mencía, revelación de los vinos tintos.


Aquí no hay bodegas subterráneas, no puede haberlas porque el agua aflora y los viñedos huyen hacia las cumbres más permeables para extraer allí, de la tierra seca, su enjundia, su densidad, su carácter telúrico. Una nueva viticultura ha transmutado en vino el oro y, esta vez, con visión profundamente ecológica, extraen de las profundidades esa gema que son los nuevos vinos de El Bierzo.


La historia de El Bierzo no sería entendible sin los escritos de Cayo Plinio Segundo, Plinio el Viejo (23-79 dC). Procurador del erario público en la época de Nerón, de él hemos heredado la Historia Natural, un tratado de 37 libros en los que encontramos referencias a la necesidad de una minería responsable y sostenible a propósito de Las Médulas y las explotaciones romanas de oro en El Bierzo. En ese legado valiosísimo de Plinio encontramos también conclusiones y enseñanzas sobre la viticultura, el vino y la bodega.
Desde entonces hasta hoy, la zona ha pasado por tiempos prósperos, años de penuria y épocas de bonanzas. Pero en esta tierra, ha habido unos años clave, que fue la llegada de los ochenta y esa nueva generación de bodegueros y enólogos fascinados por las particularidades de las viñas de Mencía que crecían en esta zona. Todo esto hizo que por un lado se creara la D.O. Bierzo (año 1989) y, por otro, que los vinos de El Bierzo dieran un salto cualitativo en calidad que allanó el terreno para su futura exportación.


Hoy en día, casi el 75% de la uva que se cultiva en El Bierzo es de la variedad Mencía. Dentro de la D.O. se encuentran 22 municipios de la provincia de León y tiene registradas 3.683 hectáreas de viñedos. Las montañas cubren cerca del 60% de la superficie de la comarca, dibujando una complicada orografía y rodeando la hoya berciana, una depresión del terreno por donde discurre el río Sil, afluente del Miño y única salida de la región hacia Galicia. El accidentado relieve de la región, con valles encajados y profundas gargantas, favorece la existencia de parcelas poco accesibles donde pueden encontrarse viñedos viejos, incluso de la época anterior a la plaga de la filoxera.


El cambio
De aquellos vinos ligeros de antaño -fruto de producciones excesivas-, se ha pasado a vinos concentrados gracias a un trabajo más riguroso en la viña. Son tierras ricas en pizarra, con inclinaciones vertiginosas y orientaciones favorables. Parte de la grandeza de estos vinos es su buena acidez, favorecida desde la viña por los grandes contrastes térmicos entre las horas de la noche y las del día.


El detonador de esta revolución fue el desembarco de Álvaro Palacios que, con su sobrino Ricardo al frente, han creado escuela. Pero la vocación vinícola y el amor al terruño son aquí ancestrales. Bodegas como la del emprendedor Prada a Tope, con su restaurante y hotelito Palacio de Canedo; como Pérez Caramé, ecologista avanzado, o como las cooperativas, con la de Cacabelos al frente, apostaron por esta tierra y esta uva desde siempre, pero es ahora cuando una nueva generación de visionarios revoluciona a fondo la viticultura y la enología.


Las pruebas están a la vista: los viñedos de Arganza, de Canedo, de las alturas de Villafranca, de Castroventosa son cuidados vergeles o laderas imposibles que hay que arar con mula. Buena parte de la labor de estos nuevos pioneros se puede calificar de arqueología, tal es su empeño en descubrir y restaurar viñas centenarias ocultas bajo la maleza, desde que se abandonaron en fecha inmemorial. La restauración consiste en vivificar la tierra con labores manuales y abonos animales elaborados respetando los ciclos lunares y, en fin, dejando que la naturaleza, los pájaros, las mal llamadas malas hierbas, cumplan su función en el ciclo vital.


De allí sale fruta, pura fruta, madura a la perfección, que ellos saben preservar joven o con un refinado toque de barrica de roble. Todo eso, flores en el campo, higueras, juncos, cepas primorosas, caminos imposibles, es lo que deslumbra al viajero, entre copa y copa de Corullón, de Castro Ventosa, de Dominio de Tares, Valtuille, Tilenus... Y entre la atracción del paisaje y la tentación monumental, la sobria iglesia mozárabe de Peñalba, el monasterio precisterciense de Carracedo, los castillos de Villafranca y Ponferrada o la entrañable herrería de Compludo.


Sí, El Bierzo es tierra de Mencía; al igual que las vecinas Valdeorras y Ribeira Sacra. El vino tinto gallego se apoya fundamentalmente en esta variedad, abrazada por el clima atlántico, y el resultado son soberbios vinos tintos que de jóvenes ofrecen un hermoso color púrpura. Los racimos sueltos, compactos, tienen bayas elipsoidales de intenso color azul violáceo, la piel gruesa y la pulpa jugosa. Sus vinos están bien cubiertos, resultan equilibrados, frescos y ácidos, con aroma frutoso y elegante, y muy sabrosos. Tan solo hay que dejarse llevar, perseguir la estela de una Mencía ejemplar y conocer la Galicia más vertiginosa y sorprendente; el interior exultante de belleza. Primera parada: Valdeorras.



Galicia de interior
La entrada a la comarca ourensana de Valdeorras es dramática, con el símbolo de Montefurado donde los romanos y su ingenio minero perforaron la montaña junto al cañón del río Sil con un túnel capaz de dibujar un nuevo cauce y que el agua depositara allí su riquezas doradas. Poco más allá, O Barco y todo Valdeoras es de color negro, de pizarra purísima, que a base de exportación y construcción ha producido tanta riqueza como el mismo oro. Esa pizarra es la que da a los vinos de esta zona una inconfundible elegancia mineral.
En esta zona encontramos lo que podríamos decir que es el techo de Galicia, Peña Trevinca, a 2.127 metros de altitud. El variado paisaje es una invitación permanente al paseo, el deporte y la pura contemplación. Las Serras de Cereixido, dos Cabalos y Encina da Lastra son espacios naturales protegidos y constituyen un paraíso vegetal y ornitológico. Pero más que las sierras, es el embalse el que confiere al paisaje su peculiaridad. Un pequeño territorio, pero tan pleno, tan cuajado de atractivos y memoria, que no tiene fin. Las rutas por las bodegas de Valdeorras son una muestra de un sector en auge, en potente desarrollo, donde se combinan desde pequeñas adegas familiares con la viña en torno a la casa, botelleros como palomares o como ancestrales cuevas, hasta las elaboraciones más vanguardistas y las marcas exportadoras.


El paisaje es recóndito y misterioso. A sus intrincadas corredoiras apenas llega el sol que filtran los castaños, y en cada recodo espera un recuerdo romano, una ermita románica, una aldea inesperada o un claro donde el sol se mece sobre un plano de agua mansa.


Se sabe de la elaboración del vino en esta tierra desde la época romana. Ellos fueron los que vieron este lugar como un paraíso idóneo donde plantar las viñas y elaborar excelentes vinos. En 1945, se reconoció la Denominación de Origen Valdeorras y hoy en día es una de las zonas más ricas y sorprendentes de la Galicia interior. Nueve municipios trabajan en pro de la exaltación de la vid: A Rúa, A Veiga, Carballeda, Larouco, O Barco, O Bolo, Petín, Rubiá y Vilamartín.


Cualquier época es buena para descubrir la zona, pero una de las mejores maneras de sorprenderse con sus históricas cuevas-bodega es a través de las múltiples fiestas del vino que se celebran durante todo el año: la de las Cuevas de Vilamartín (en agosto) y la de las Cuevas de Seadur (en Semana Santa). Dos celebraciones donde es posible visitar las diferentes bodegas, beber los vinos más característicos de la zona y enamorarse de una tierra repleta de leyenda.


Seguimos nuestra ruta dirección a una de las tierras más mágicas de Galicia: la Ribeira Sacra. Situada entre Ourense y Lugo, está bañada por dos ríos encañonados que esculpen un paisaje majestuoso. En 1991, se comenzó a perfilar la Ribeira Sacra como denominación. Primero nació como vino de la tierra que tenía más de mito que de experiencia mercantil, con mucha ilusión y con un gran potencial en sus manos.


Hoy, los viñedos de la Ribeira Sacra mantienen el equilibrio en terrazas imposibles al borde del precipicio. Las cifras dicen mucho de lo que vale un trozo de viña, incluso una cepa para el esforzado viticultor. Las 2.50o hectáreas acogidas a la D.O. se reparten entre 20 municipios situados a lo largo de las riberas del Miño y del Sil, en el sur de la provincia de Lugo y norte de Ourense. La variedad más extendida es la Mencía, que aquí es diferente, fresca, incomparablemente perfumada.


Se dice que hace más de dos mil años los césares del Imperio Romano ya bebían vino de esta tierra de leyenda. También los eremitas de la Edad Media se sintieron fascinados por la Roboyra Sacrata, un rincón de paz y silencio que invitaba a refugiarse en la oración y favorecía el ascetismo. En los siglos xi y xii se fundaron numerosos monasterios –esta región acoge la mayor concentración de arte románico de Europa– y fue entonces cuando los monjes medievales introdujeron el cultivo en terrazas para poder labrar aquellos infranqueables montes.


Sin duda, la Ribeira Sacra es distinta, salvaje, esculpida en aquellos taludes rocosos por los feroces cauces del Sil y el Miño, los dos ríos que al llegar a estas tierras se unen. Cuando se pisa estos lugares, descubres que estás entre los viñedos más espectaculares y difíciles de trabajar del mundo.



Vides heroicas
Por su disposición tan especial, la Denominación de Origen adopta formas irregulares, generalmente siguiendo el curso de los ríos o sus afluentes. No todas las viñas de un municipio pueden ser acogidas en el seno de la D.O., necesitan unas condiciones específicas (fundamentalmente deben estar plantadas en pendiente).


Es así como sus vinos han logrado captar ese vértigo y vitalidad, y aportan una forma original al panorama vinícola internacional. Llevan desde el tiempo de los romanos (si no antes) trabajando esos socalcos de imposible desnivel, de vistas espectaculares, de esfuerzos sin cuento para arañar a la tierra una materia prima de excelente calidad.


Estamos en una zona cuyas viñas están catalogadas como viticultura heroica. Las viñas en pendientes, los cultivos se realizan en bancales, donde para extraer el fruto hay que ayudarse del trabajo humano. Un rincón en el mundo único, con una vendimia espectacular y un fruto que parece tocado por los dioses.
La nueva cara de Ribeira Sacra son bodegas con mejor tecnología, nuevos inversores llegados de todos los rincones de España y elaboradores independientes con ideas nuevas. Es de esas comarcas vinícolas consideradas como “emergentes”. Sus vinos son florales, profundos y muy originales. 



Bodegas para perderse

¡Que no te lo cuenten, vívelo! Para ello, comienza a trazar la ruta por las bodegas y paraje de vid y descubre entre copas la Mencía. ¡Buen viaje!


BIERZO
Peique
www.bodegaspeique.com


Prada a Tope
www.pradaatope.es


Almázcara Majara

www.almazcaramajara.com


Aníbal de Otero
www.anibaldeotero.es


Camino del Norte

www.caminodelnortevinos.com

Godelia
www.godelia.es

Del Abad

www.bodegadelabad.com


Pittacum
www.terrasgauda.com

Dominio de Tares

www.dominiodetares.com

Losada Vinos de Finca

www.losadavinosdefinca.com


Bodegas Estefanía
www.mgwinesgroup.com

Cuatro Pasos
www.cuatropasos.es

Vinos Guerra
www.vinosguerra.com

Casa Rojo
www.casarojo.com



VALDEORRAS
Joaquín Rebolledo

www.joaquinrebolledo.com


Viña Costeira
www.costeira.es


Viña Somoza
www.vinosomoza.com


Valdesil
www.valdesil.com



RIBEIRA SACRA
Algueira
www.adegaalgueira.com


Regina Viarum

www.reginaviarum.es

Adegas Moure
www.adegasmoure.com


Finca Míllara
www.fincamillara.com


Vía Romana
www.viaromana.es


Adega Cachín
www.adegacachin.com


Ponte da Boga
www.pontedaboga.es


Dominio do Bibei
www.dominiodobibei.com





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