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Carlos San Pedro

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  • Laura López Altares
  • 2018-12-14 00:00:00

Es el alma de Bodegas y Viñedos Pujanza (D.O.Ca. Rioja), y el vino corre por las venas de su linaje desde hace cuatro generaciones. El precioso pueblo de Laguardia, donde la viña es una cuestión de piel, ha forjado el destino de este apasionado bodeguero.


C onocí a Carlos San Pedro una mañana del primer otoño, con la silueta de Madrid y su cielo imposible (aquel día anunciaba tormenta) asomándose tras las viñas más insólitas que había visto en mi vida: las que crecen en la azotea del Hotel Wellington. No nos habíamos encontrado antes, pero yo había seguido muy de cerca su trayectoria: rostro de Bodegas y Viñedos Pujanza, cuarta generación de una estirpe de viticultores, elaboradores y comerciantes de vino de Laguardia –en el corazón de Rioja Alavesa–, un hombre apegado a su tierra, tan cerca de la mía. Me apretó la mano con firmeza, y reconocí en su rostro la marca de quien vive con intensidad. No me equivocaba. "Hay quien se dedica a la viña porque no le queda más remedio, pero yo creo que la viña te tiene que apasionar", sentencia. Y lo hace con su voz profunda y su sonrisa sempiterna. Y le crees...


El pueblo que respira vino
Parecía inevitable que el destino de Carlos acabase unido a las hipnóticas viñas riojanas; y aunque él no se identifica con ese determinismo, reconoce que fue el camino natural: "Era muy probable, tenía que suceder así porque todos mis recuerdos de niño están asociados al vino. No puedo pensar en ningún recuerdo de infancia que no sea con la bicicleta, con la moto o con olor a vino (porque vivíamos encima de la bodega). Es cierto que lo vives desde muy niño y al final te va enganchando". Haber crecido en un pueblo como Laguardia, entre murallas y viñedos, ejerce una bella y poderosa influencia: "Yo creo que dónde naces, dónde vives y cómo se respira vino en Rioja, marca. Siempre digo que en España hay grandes vinos en muchísimas zonas; pero donde de verdad se vive y se respira el mundo del vino es en pueblos como el mío. Somos 1.500 habitantes y casi 100 bodegas, ¡es una barbaridad! Entonces allí, ya te puedes imaginar, pides una cerveza y te miran...". Ríe fuerte y brinda ("¡con la mano derecha, que con la izquierda da mala suerte!", advierte a esta ambidiestra despistada), y nos cuenta la importancia que tiene el vino en su vida, más allá del trabajo: "Disfruto del vino siempre. No puedo imaginar una reunión con un amigo, una fiesta, ni un momento de relax sin una copa de vino delante". Y matiza su sana devoción por el vino: "No soy ningún alcohólico, pero sí que es cierto que todos los momentos buenos en mi familia, en mi zona, en todas las celebraciones, las fiestas... hasta en los momentos tristes hay una botella que compartir".


Para las gentes que habitan Laguardia el vino es una cuestión de piel, de raíces, y en Bodegas Pujanza siempre han mirado hacia la tierra para encontrar el alma de sus vinos: "El secreto para hacer vinos con alma es que no hay secreto. Al final, esto es un continuo aprendizaje y cada uno va poniendo su granito de arena, pero la esencia de un vino con personalidad está atrás". Silenciosa y agazapada entre las 40 hectáreas de viñedo que rodean Bodegas Pujanza, a altitudes considerables dentro de la D.O.Ca. Rioja (el viñedo Finca Norte alcanza los 720 metros). La bodega, situada a los pies de la Sierra de Cantabria, cumple veinte años este 2018, y sus vinos hablan de esa historia: "Yo empecé en la bodega a los 25 años, con las ideas muy claras: queríamos que la viña fuese protagonista. Sabíamos dónde queríamos llegar, pero entonces no teníamos los conocimientos que da la experiencia para llegar ahí. Ahora es el momento, tras veinte años de historia, de elaborar las mismas viñas, prácticamente con el mismo equipo… ¡yo creo que mis canas están también ahí! (risas)". Aunque humilde, admite que le cuesta verse reflejado en sus vinos: "Yo no me veo, pero es verdad que la gente que me conoce dice que sí. Siempre una parte de tu personalidad y de tu estado de ánimo (no es lo mismo trabajar cuando estás eufórico que cuando estás triste, o preocupado) llega a la botella. Yo creo que mis vinos ahora son un reflejo de mi madurez".


Cuando le preguntamos por su vino más personal, no duda en elegir al más rebelde de todos ellos:  "El vino que más satisfacciones nos ha dado es Pujanza Norte [Tempranillo],  nos entendimos desde la primera añada; pero el que más me motiva y al que más cariño tengo es Valdepoleo [Tempranillo], el viñedo de mi padre, donde más estamos evolucionando: me está dando muchos quebraderos de cabeza, pero también muchas satisfacciones. Este año no bebo otra cosa, estoy como loco". Casi tan loco como lo está por sus retorcidas viñas: "La parte que más me gusta de mi trabajo es el campo: seguirlo, verlo, intentar entenderlo. Desde que brota la viña hasta que descorcho una botella con un amigo: eso es lo que me gusta de verdad. No me gusta viajar, me gusta pasar el mayor tiempo posible entre viñas". Y llega el momento de las confesiones: "Para mí la única parte dura del trabajo es pagar a los bancos (risas). Yo no me veo como un empresario al uso, es cierto que tengo una empresa, que muchas familias vivimos de Pujanza, pero lo que menos me gusta de la empresa es precisamente la empresa". ¿Habrá relevo generacional en casa de los San Pedro? "Mi hijo de quince años me dice que le recomiende qué estudiar,  y yo le digo que haga lo que le guste de verdad; pero todo lo que yo voy a aprender en una vida entera se lo voy a pasar en dos años". Apostamos por un largo y próspero legado.  


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