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Empordà-Costa Brava. Volver a empezar

  • Redacción
  • 2004-10-01 00:00:00

L’Empordà, junto a la Costa Brava, deja huella en el caminante, siendo, como es, tierra de paso y cruce de caminos, cuyo destino está ligado inexorablemente al mundo del vino desde hace más de tres mil años. Es muy probable que estos parajes de serena belleza sustentaran las primeras cepas que el hombre plantó en Cataluña. A primera vista, las sierras de Rodes y las Alberas, cerradas, selváticas, continuación de los Pirineos hasta su encuentro con el mar, se muestran como una serranía más cercana, cuya principal altura apenas roza los mil cien metros. Entre sus breñas crece una variedad vegetal sorprendente: viejas encinas junto al pino mediterráneo, robles, genista y buena parte de los alcornoques que, gracias a su acorazada envoltura, han proporcionado fama mundial al corcho de Girona. Por su posición, microclima y, sobre todo, sus variados suelos, se cuentan diferentes «ampurdanes». La montaña, sobre todo las estribaciones de la sierra de la Verdera, ofrece como nota principal terrenos de «sauló» (graníticos o granitos degradados), mientras que el llano es especialmente arcilloso, con abundancia de arena y limo. En una parte de la costa del cabo de Creus aflora la más genuina «llicorella» (pizarra), además de una mezcla de todos ellos y otros elementos que entran en la composición. La sensación que se percibe es de aparente tranquilidad en sus pintorescos pueblos, interesantísimo románico, gótico, arquitectura popular incluso. Aunque como si una plaga hubiese dejado su rastro inmisericorde, ninguno se salva del estrambote de las anodinas edificiaciones turísticas, consumado en épocas no muy lejanas. Lejos quedan las playas masificadas del sur de la provincia, los lugares de «marcha» continuada, reiniciada siempre a partir de las doce de la noche. Desde Rosas hasta la frontera misma, el Alt Empordà se convierte en un remanso de turismo civilizado que busca el placer de la vida en la buena mesa y mejor siesta. No en vano son estas las comarcas que cuentan con más estrellas Michelin de toda España. Un sólido baluarte Perelada puede ser perfectamente símbolo del vino en la región desde hace siglos. A partir de que los monjes carmelitas ratificaron con sus plantaciones los miles de años de raigambre enológica (recuerden que los griegos, grandes entendidos y amantes del vino, fundaron Rosas, Ampurias y extendieron por la región el cultivo de la vid). Esta tradición salió reforzada cuando el castillo de Peralada pasó a ser propiedad de D. Miguel Mateu. Era hijo de Damián Mateu, el hombre insigne que elevó a España a la cabeza de la fabricación de automóviles. Porque este catalán emprendedor, junto a su socio suizo Marc Birkigt, fundó la fábrica de los míticos Hispano-Suiza. Enseguida esta marca tuvo un éxito rotundo, y ya a principios del siglo XX, ganaba en prestigio a Rolls Royce o Bugatti. Los lujosos Hispano-Suiza eran algo más que una máquina de correr, representaban un signo de elegancia y poder para los que lograban poseer uno de sus magníficos modelos. Con el tiempo, Peralada se ha convertido en un centro de turismo muy cuidado. En toda la provincia y aún en Cataluña, existe la tradición de visitar el pequeño pueblo, donde la vida gira en torno a las instalaciones del castillo, de la modesta hostelería y de la comercialización del vino, lógicamente de la bodega. También es la «meca» cultural enológica por su interesante museo, por poseer una de las mejores bibliotecas de España y celebrarse unos festivales de verano al que acuden los artistas más sobresalientes del momento. Muy cerca de Peralada, además, la empresa ha montado un campo de golf y un hotel de lujo, donde la cultura del vino sigue curando estrés y otros males contemporáneos gracias al «wine spa». En estrictas cuestiones enológicas abarcan un amplio espectro, con productos muy diferentes. Durante años, sus elaboraciones más comerciales, como los vinos de aguja «Blanc Pescador», «Tinto Cazador» o «Cresta Rosa» han reportado pingües beneficios a la empresa. Por ello el mérito es doble, en vez de permanecer estancados con sus productos claramente comerciales, han desarrollado un programa muy serio para elaborar vinos de calidad. Javier Suqué Mateu, que representa a la nueva generación de la familia, ha apostado fuerte por estos vinos modernos, tan diferentes. Los viñedos se han multiplicado, con la compra de viñas ya bien crecidas, además de plantaciones nuevas, algunas en sitios casi imposibles, como la preciosa finca de Garbet en donde se ha realizado una obra monumental. Las laderas de pura «llicorella» dispuestas en terrazas se han poblado de vides que armoniosamente descienden desde las alturas hasta la orilla del mar, y se han dotado de dispositivos costosos para aminorar los efectos terribles de la tramontana en aquella cala. Gracias a un microclima especial, las garnachas, sirahs, cabernets o merlots que generalmente ofrecen una brotación más temprana, aquí maduran más tarde que la mayoría del viñedo de la casa. Cuenta Javier Suqué que cada kilo de uva producido en este terreno ha salido carísimo. «Si tuviésemos que comprar la uva sería claramente ruinoso, porque producir un kilo nos cuesta -con los números en la mano- más de seis euros». Es un claro ejemplo de su apuesta decidida por la calidad, de vinos modernizados, de más extracto y color, más carnosidad, extrema delicadeza en la aplicación de la madera... Para que este salto se pudiera llevar a cabo con garantía, se contrató a Josep Lluis Pérez -el de Martinet- que vino a reforzar la labor de los enólogos Delfí Sanahuja y Simó Serra. La nueva bodega de experimentación da sus frutos, y la serie «Gran Claustro» cambia de piel y de concepto. Y no digamos los nuevos, que nacieron ya con esas aptitudes. «Ex-Ex», «Malaveïna», o el «Garbet», de inminente aparición. Y además, debido a una firme política de no encarecer la botella porque da prestigio, sus vinos salen al mercado a precios muy razonables. La luz interior Sobre las tres de la tarde, y en pleno verano, arde de calor el Alt Empordá. En cada recodo del camino las chicharras llevan su paranoico chirrido hasta el paroxismo, da la impresión de que su brío obstinado les llevará a estallar. La sensación de calor se atenúa con la influencia de la brisa salina, cuando se huele el mar, al salir de una curva de la carretera avistamos Llançà, con su pequeño puerto a pie de plaza, en el que los palos de los yates sobresalen esbeltos. Miramar, un buen restaurante a orilla de la playa, salva y repara nuestras fuerzas hasta la hora de visitar una de las bodegas más modernas de la zona: Oliver Conti. Tiene esta casa una historia casi de telenovela protagonizada por los hermanos Oliver Conti. Xavier, director de Tiempo BBDO España (la poderosa agencia multinacional de publicidad) y Jordi, un hombre que pasó por muchos oficios antes de recalar en el mundo del vino. El consejo de un acaudalado amigo con bodega impulsó a Xavier la idea de poseer una bodega para elaborar su propio vino. La paciencia es una de sus mejores virtudes, no en vano es un gran aficionado a la cultura y las artes orientales. Hallar el lugar idóneo para la nueva bodega requería una labor perseverante, pero al fin productiva. El lugar elegido fue Puignau, en un valle abierto cerca de Capmany, un remanso de paz, desde el que se avistan sin esfuerzo las dos cadenas montañosas que dan carácter a la comarca, los Pirineos y las sierras de las Alberas. Desde el principio, Jordi Oliver entró en el proyecto como empleado-director. Allí vivió incluso los tres primeros años hasta encauzar la marcha definitiva de la bodega. Un mérito notable porque era la primera vez que se acercaba al mundo del vino. Viñedos originales, mezcla de las variedades Sauvignon blanc y Gewürztraminer. Desde siempre ha sido un vino diferenciado por el extraño coupage, y sobre todo por su crianza. Como si de un alsaciano se tratase, en su buqué no se aprecia ni un rastro de barrica, criado y mantenido únicamente en botellas, un par de años al menos antes de sacarlo al mercado. Los tintos tienen carácter bordelés, a base de Cabernet Sauvignon y Franc, Merlot y Garnacha. Y para todas las variedades, suelos pobres, silíceos, graníticos y producciones muy comedidas. Desde el principio del proyecto han contado con el inestimable consejo y la ayuda de André Crespy, célebre profesor de ampelografía de la Universidad de Montpelier. Un tesoro escondido Las apariencias engañan. Tras pasar tres veces por la puerta de la bodega de los Fabra, en Sant Climent Sescebes, me negaba a creer que esta casa de aspecto de vieja bodega destartalada, donde a la entrada misma se mezclan los aperos con los fudres de crianza oxidativa de sus viejos vinos, fuese la que elaboraba unos moscateles limpios y aromáticos o las excelentes garnachas dulces que conozco y disfruto desde hace muchos años. Pero el secreto está dentro, en una antigua y misteriosa bóveda medieval, fresca y tranquila, en donde para mi sorpresa encontré relucientes barricas nuevas, de las más famosas y caras de la tonelería francesa. Años ha que conozco a Martí, y desde siempre ejerce de hombre afable y generoso. Masía Carreras es el proyecto de la nueva generación familiar, de Joan, el hijo que hace años levantó vuelo para aprender desde fuera los secretos de las elaboraciones modernas. Así hizo carrera en la universidad Rovira i Virgili, en el Penedès, y en Montpelier después, para llegar cargado de ideas nuevas que se expresaron en vinos alejados de la tradición familiar, aunque se nota que profesa un gran respeto a la historia de la casa. Mantienen en propiedad quince hectáreas de viñedo plantado sobre suelos pizarrosos y de esquistos, donde crecen las variedades Tempranillo, Syrah, Moscatel y, cómo no, garnachas, entre las que se cuentan la blanca, la Garnacha roja, también llamada Lladoner, y la tinta. Todo para elaborar no más de 40-50.000 botellas, según venga la cosecha. Los vinos son muy modernos, blancos de moscatel con el acusado y característico toque amargoso, y tintos con cuerpo y carnosidad. Y los dulces tradicionales que desde hace años son buscados y venerados por los entendidos. El diseño por bandera Estamos en el «Año Dalí». Tal vez por eso no asombre el inmenso retrato pixelado del genio en la fachada principal de la Bodega Espelt, la más moderna y vanguardista del Empordà, por lo menos hasta que los de Perelada levanten la suya. Los Espelt dominan más de 150 has. de viña, y aunque elaboran toda su producción, no embotellan más que sus vinos mejor acabados. Hacen hasta ¡quince vinos diferentes! desde espumosos elaborados con el método tradicional, hasta el honorable y dulce Garnatxa del Empordà al que todas las bodegas desean homenajear. Un equipo joven se encarga de las cuestiones enológicas, con Anna Espelt como directora. Los vinos tienen ese delicado perfil que otorga el diseño, tanto por dentro como por fuera del envase. La imagen de la bodega la ha creado el propio Mariscal. Y es cierto, corresponde inevitablemente al producto que venden. Su joya más preciada es el nuevo viñedo que ahora se encuentra en pleno desarrollo, al lado mismo del parque natural «Cap de Creus». Supone el hechizo de la viña integrada en el paisaje, en aquellos terrenos de vértigo que se precipitan al mar. Es incluso un cultivo ecológico que ha sido recibido con entusiasmo por sus paisanos. En primer lugar, por las obras tan cuidadosas con el entorno, y después porque han conjurado el peligro de incendio que amenazaba al parque natural cada verano, con la limpieza de maleza salvaje del sotobosque. Lluis Espelt, el cabeza visible de la familia, afirma que «estos viñedos darán algún día el vino del El Bulli, puesto que se encuentran muy cercanos, a tiro de piedra de la cala donde se ubica este restaurante». Elaboraciones artesanas Ni pensar quiero el esfuerzo que debe realizar Jaume Serra para que una de sus botellas vea la luz. Sus instalaciones, en plena reestructuración, están diseminadas por toda la finca, de modo que la fermentación se lleva a cabo en un edificio, la crianza en otro…, y así con todas las operaciones. Lo que da gloria ver es el viñedo, bien orientado y protegido -dentro de lo posible- de la «enemiga pública tramontana». Los cipreses, tan abundantes en toda Cataluña, donde se aprecia más que en ningún otro lugar su bello porte, y donde se planta con profusión como ornamento, adquieren en esta comarca un valor seguro de utilidad, porque al abrigo de su larga sombra, altura y espesor, el viñedo sufre mucho menos el empuje salvaje del viento norteño, que aquí adquiere carácter de furioso vendaval en numerosas ocasiones. Jaume es hijo de Simó Serra Pumarola, enólogo de toda la vida de Cavas del Castillo de Perelada. Se ha criado entre toneles, y las enseñanzas de la vida en las bodegas las ha completado con estudios en Burdeos y prácticas en bodegas de Pomerol, donde trabajó con el grupo Noeix, al que pertenece Pétrus. A pesar de su juventud, posee una madurez envidiable que manifiesta con su claridad de ideas, la hondura que muestran sus vinos o frases como ésta: «Para mí, hacer un gran vino es seguir un camino lento. Créeme, me resulta difícil de explicar. Éste (por su tinto Gneis) es un buen vino, al menos eso me parece, y cumple todos los parámetros para que así sea. Pero para considerarlo uno de los grandes ha de mantener el tipo durante diez ó quince años. Y luego, a ver cómo responde. En la mayoría de nosotros, aquí en la zona, existe muy buena disposición, y las condiciones son ideales, aunque me parece que es muy pronto para hablar de grandes vinos». Justo a 300 metros de la Masía Serra se encuentra otra pequeña bodega, Vinya dels Aspres (Viña de los Ásperos) que lleva funcionando tres años, aunque el fruto de sus treinta hectáreas se ha vendido durante años a las mejores bodegas de la zona. El responsable es David Molar, Ingeniero Agrícola, que aplica el buen gusto y una buena madera para elaborar solamente unas 10.000 botellas. El recóndito hechizo A esta tierra también llegan viajeros que han vuelto de todo, esos cuyo lema es llevar siempre ligero el equipaje. Pero resulta obvio que hasta los espíritus más independientes quedan embrujados por esta naturaleza fascinante que les acoge y les dota de identidad. Didier Ginés Soto Olivares es un típico hijo de la guerra. De Granada eran sus padres. Refugiados en Argelia en plena contienda civil, tuvieron que rehacer sus vidas soñando con el momento de retornar a su Andalucía querida. En este ambiente creció Didier, en el que prendió el síndrome de los desplazados. Y así salió a muy temprana edad, desde sus callejuelas de Argel, a correr mundo. A Estados Unidos, unos años, y después a Francia. Este ciudadano del mundo, acostumbrado a encaminarse donde le guiase su imaginación, vivió un período sin existir en los papeles. «Una guerra siempre es un tragedia. Las guerras originan desequilibrios en las personas que luego arrastran toda la vida», nos dice Didier (o Diego, como quiere que le llamen). Y así, en plena comarca de la Selva, cerca del pueblecito de Selva de Mar, al norte de Cabo Creus, en un estrecho valle enmarcado por pequeños montes pizarrosos, ha encontrado su verdadera vocación, su espacio vital, su identidad. En aquella preciosa casa, cuyos orígenes arrancan del siglo XIII, la viticultura es la ley. A ella y a la enología está entregada toda la familia, desde Núria Dalmau, su acogedora esposa, que nos prepara una excelentes cigalitas a la plancha, hasta sus hijos. Hay diez hectáreas de viñedo, garnachas, Sirah, cariñenas, cepaje propio del arco mediterráneo. Además tratan de recomponer y poblar de viña los antiguos bancales que no hace mucho tiempo trepaban hasta lo más alto de aquellos cerros. «Eso sí, respetando cada pino, cada olivo, cada árbol en suma, crecido aquí antes de que llegáramos nosotros. Hacemos la viticultura biodinámica, que consideramos un puente entre la naturaleza y el arte de vivir, donde, naturalmente, entra la elaboración del vino». Así se explica Diego mientras nos muestra desde lo alto de un otero la magnífica posición de la bodega, la casa, los viñedos, el valle mismo. La bodega se llama Mas Estela, que en plena reestructuración apenas deja sitio para sus depósitos o para sus barricas. Solo es cuestión de tiempo ¡y obras! El triunfo del silencio Capmany, Cantallops y Sant Climent Sescebes contituyen el centro vitícola del Alt Empordà. Sobre sus solares y campos se alza la mayoría de bodegas de la D. O. Entre las bodegas más conocidas de Capmany se encuentra Pere Guardiola. Convergen en ella la cantidad y la buena elaboración, vinos limpios y bien presentados. Es una bodega familiar pero domina 380 has. de viñedo, Garnacha (tinta, blanca o roja) Cariñena, Tempranillo, Merlot y Sirah, entregan sus frutos a una bodega un tanto repartida en dos centros, uno para los vinos más corrientes y otro para los elegidos. Jordi Pairó es el que dirige la empresa pero en las cuestiones enológicas se asesora de Eduard Puig y del sabio francés experto en vinos dulces, Pierre Torres. Hemos recorrido el Ampurdán auténtico, y queda claro que el camino elegido por la mayoría de los bodegueros es el de la calidad, aunque quizás falten todavía los edificios espectaculares que vemos en otras zonas en alza. Pero se distingue el tesoro de los vinos que reflejan el terruño como su mejor baza. Tanto los de carácter moderno, como los Garnachas dulces y rancios, un auténtico vino antediluviano con sabores de actualidad. Desde uno de los viñedos más antiguos de Europa uno se siente reconfortado al pensar que, dadas las circunstancias y la ilusión de los elaboradores comprometidos, estas apacibles tierras de belleza sugestiva y salvaje, seguirán complaciendo al buen conocedor con sus vinos durante otros tres mil años más. Por los menos. Agenda Restaurantes Casa Anita Miquel Roser, 16 17488 Cadaqués (Girona) Tel. +34-972-25 84 71 www.casa_anita.com Pez fresco de primera calidad: dorada, dentón, rape, magistrales sardinas y riquísmas gambas. Buena carta de vinos. Miramar Paseig Marítim. 17490 Llançà (Girona) Tel. +34-972-38 01 32 hostal_miramar@teleline.es Cocina creativa, influenciada por Ferrán Adriá, pero comedida. Excelentes pescados. Garbet Platja Garbet 17469 Colera (Girona) Tel. +34-972-38 90 02 informacion@lasrejas.net www.lasrejas.net Propiedad de Castillo de Perelada, ofrece un buen servicio y comida tradicional. Hoteles Ave de paso García Lorca, 1 17469 Fortiá (Girona) Tel. +34-972-53 43 21 Fax +34-972-51 61 25 www.hotelavedepaso.com Casa rural a cargo de los artistas suizo-alemanes Regina y Franz Geenen. Exquisito trato y cuatro buenas habitaciones. Golf Peralada Rocaberti, s/n. 17491 Perelada(Girona) Tel. +34-972-53 88 30 Fax +34-972-53 88 07 www.golfperalada.com Hotel de lujo, con balneario y «wine-spa» para terapias a base de derivados de uva. La habitación incluye un circuito termal. Comer, caminar, dormir: Paraiso reconquistado. «Tócala otra vez». Franz sonríe como un niño travieso y ataca al piano las primeras notas de «Oh, Lady Be Good» (Gershwin). Su mujer, Regina, se acerca intrigada. Echo en falta mi saxo cuando el último acorde pide la entrada del metal. Tal vez mejor así. Pensarán que estoy hablando de un local de jazz. No, la escena ocurre -le puede ocurrir- en una pequeña casa rural, en el corazón del Alt Empurdà. El nombre lo dice todo: «Ave de Paso». Aquí hemos establecido nuestro campamento Bartolomé Sánchez, Heinz Hebeisen y yo. La ubicación es perfecta, a pocos minutos del mar y bien comunicada con nuestros destinos periodísticos. El sitio es un ejemplo más de las posibilidades de esta zona, cincelada por el viento y milenios de civilización. Que un músico alemán y una actriz suiza hayan recalado en este pequeño hotelito demuestra el atractivo de una forma de vida y unas condiciones naturales privilegiadas. Pero más allá de esta muestra de hostelería rural, íntima y fascinante, en Alt Empordà, hay numerosos incentivos para el amante de los vinos, el senderismo, la cocina, o las arriesgadas «empopadas» cuando sopla la tramontana. Si quiere beber bien, comer mejor, y divertirse no dude en visitar «Casa Anita», en Cadaqués. Allí le recibirá Joan Martí, entre enfadado y cordial, capaz de soltar un improperio seguido de la más afectuosa recomendación. Déjele que sirva lo que le venga en gana. Siempre acierta. Y si se trata de sardinitas a la plancha el placer está asegurado. Joan es la manifestación más clara de esa dimensión surrealista que afecta a tanta gente de la zona, tanto del mar como de la montaña. El viento, dicen. Claro que también hay que estar afectado de cierta sana locura para subir al monasterio de Sant Quirce en coche, como hicimos nosotros. Lo recomendable es hacer la excursión a pie, o en bicicleta si se tienen buenos gemelos. Los paisajes montañososdel parque natural «Massís de l’Albera» son de una belleza virginal extraordinaria. Al final del camino, una abadía benedictina y el restaurante-refugio «Corral de Sant Quirce», integrado en una vieja granja. Aquí las carnes a la brasa son excepcionales. El dueño, Lluis Ginjarma, es todo un personaje, siempre malhumorado. Contempla la vida con sano escepticismo, lo que sin duda ayuda al merecido descanso. Junto a la oferta gastronómica regional, basada en la gran calidad de su materia prima, existe una cocina creativa, surgida al socaire y bajo la influencia irresistible de El Bulli. Una visita al restaurante Miramar, en Llançà, puede ser el punto y seguido de un viaje inolvidable al Alt Empordà.

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