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De la viña a la botella: La discreta flor de la vid

  • Ana Lorente
  • 2013-06-01 09:00:00

Después de los primeros brotes, la viña es pura emoción. Las yemas que duermen desde el año pasado se abren impulsadas por la luz y la temperatura, y surgen racimillos de inflorescencias y hojitas, verdes o rojas, según la variedad de uva. Ahora, a principios de verano, empieza la cierna, la floración, y esas inflorescencias se convierten en botones de flores... y el aire trae las notas de la marcha nupcial.

Amor o puro sexo
Así nos lo contaron de pequeños: la corola se abre, los pistilos y estambres maduran turgentes, y los sacos polínicos desprenden nubes de polen que al depositarse en el óvulo de otra flor (la vid es anemófila, no poliniza en la misma flor) lo fecundan y engorda hasta convertirse en un granito que será la futura baya. En un par de días, si todo va bien, se desarrolla el huevo y el albumen que constituye su alimento.
Lo ideal es una temperatura de 21ºC y que la planta tenga -de forma natural o administrada- un buen contenido de boro y calcio. El aporte de azufre ayuda a conseguirlo, mientras que los tratamientos con cobre pueden frenar o ralentizar el proceso. De ahí la importancia de acudir a proveedores que sean asesores experimentados, que dominen el calendario y las fórmulas tradicionales de cultivo de la zona.
Esa conversión de flor en fruto se llama cuajado, y la tasa, es decir, la proporción de éxitos, se puede malograr por malformaciones de la propia flor -millerandage- o por desprendimiento de las flores fecundadas -corrimiento-, que es la pesadilla del viticultor en esta época.
Para evitarlo se aplica CCC -cycotel-, que retrasa la iniciacion floral, o daminocida, para reforzar el cuajado.
Pero a pesar de esas ayudas, el trabajo manual es imprescindible: hay que aclarar los racimos de flores o bayas para evitar que se pudran al crecer con algún producto de rocío matutino, pero sobre todo con paciencia, habilidad y buenos instrumentos. Y si fuera conveniente, es el momento de aplicar productos para acelerar o retrasar la maduración y conseguir así que la vendimia no se acumule en los mismos días.

Trabajos de sol a sol
El sol calienta, la vida bulle alrededor y eso se traduce en el peligro de plagas y malas hierbas. Contra ellas, vigilancia y tratamientos, sean químicos o biológicos contra oidio, mildiú, pulgón, polilla..., y además habrá que analizar la necesidad y cantidad de riego y abonado lento, y segar el manto vegetal que puede competir con la cepa por el agua, despuntar, aclarar racimos...
En este tiempo, más aún que en el resto del calendario, ya con el fruto apuntando, pueden surgir roces entre viticultores fronterizos si no coinciden en la filosofía de cultivo, ya que, sobre todo en zonas donde impera el minifundio, los tratamientos de una viña pueden afectar a las que le rodean y dar al traste con el ideario y el estricto proceso biológico, ecologico o biodinámico del vecino.
O bien, al contrario, si toda una zona no se trata al mismo tiempo, las invasiones pueden pasar de un viñedo a otro e incluso pueden volver a los que se trataron más pronto. Y es que el vino sigue siendo obra de la naturaleza y la mano humana... Y del buen criterio.


Su vida es efímera, su porte, minúsculo y su perfume, delicado aunque inconfundible -de hecho, aromatiza ginebras y vodkas de nueva ola-, pero es el germen de la vendimia. Será la uva.

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