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La llamada de la tierra

  • Redacción
  • 2008-10-01 00:00:00

Los vinos de terruño, pago, finca, o como se los quiera llamar, todos con vocación de grandeza incluso desde su insignificancia, expresan en nuestro país un amplio abanico de posibilidades, increíble variación que va de lo cálido a lo frío, de lo florido a lo marchito, de lo arenoso a lo mineral. Vinos elaborados por una generación de enólogos malabaristas, expertos del más difícil todavía, que recorren nuestra geografía vitivinícola en busca de la vieja y olvidada cepa, la ladera más abrupta, el terreno singular. Bodegueros audaces que decidieron hacer su particular revolución en la viña persiguiendo el mejor vino español, salvadores de la vid vieja, poco productiva pero sana, capaz de realizar su sueño. Dueños de los mejores viñedos, sangre y alma del propietario, condensación de historia y proyección de futuro, autenticidad con nombre de autor, orgullo secreto, honradez cabal que no rinde sus principios. Aquí está lo mejor que puede dar la enología patria, pues siendo país de amplísima riqueza en suelos, climas y variedades, nos hemos dedicado con ahínco a la producción de vinos impersonales, homogéneos. El más sangrante ejemplo ha sido, y en parte aún es, nuestra prestigiosa Rioja Calificada, donde se mezclaban -y mezclan- uvas y vinos de diferentes zonas con el objetivo de ofrecer cada año el mismo tipo de vino, la mayoría de las veces indistinguible de su competidor. Una concepción industrial legítima y quizá necesaria en épocas pasadas, pero que hoy es, lisa y llanamente, desperdiciar las inmensas posibilidades de obtener grandes vinos que reflejen, como valor fundamental, la personalidad irrepetible del lugar donde vegeta la viña, arma imprescindible para conquistar mercados de calidad y alto valor añadido. Basta recorrer el laberinto riojano de suaves colinas, donde el terreno se desliza en estratos fascinantes y el sol juega al escondite con las sombras del viñedo mientras el Ebro -la vena enológica más importante de España- deja evaporarse sus aguas siempre frescas, para constatar la riqueza de terruños que encierra nuestra D.O. más prestigiosa. Traemos hoy a nuestras páginas una amplia representación de estos tintos riojanos, ejemplo de zona vitivinícola donde el vino semeja un hermoso y cambiante caleidoscopio logrado con el repetido y siempre nuevo juego de un varietal prodigioso: la uva Tempranillo.

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