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Bodegas de autor

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  • Laura S. Lara
  • 2022-04-27 00:00:00

Hubo un tiempo en el que hablar de enoturismo en España sonaba a chino. Hoy, gracias al buen momento en el que se encuentran nuestros vinos y a un interés creciente por parte de los consumidores, el turismo del vino es una realidad con un largo futuro por delante. Conscientes de ello, algunas bodegas han apostado en los últimos años por modernizar sus instalaciones con el objetivo de competir en el mercado internacional. Son bodegas que hablan de experiencias. La que tiene lugar en el viñedo y la que continúa en el interior de edificios construidos por los mejores arquitectos del mundo en un intento de armonizar funcionalidad y vanguardia. Bodegas de autor que se convierten en museos al atraer millones de visitantes cada año, y que nos recuerdan que el vino no es otra cosa sino arte y artesanía.


Dicen que Frank O. Gehry bocetó el hotel de la bodega Marqués de Riscal en una servilleta. Que, al probar un vino del año de su nacimiento, 1929, guardado aún en las bodegas primitivas de esta bodega de Elciego, el reconocido arquitecto quedó tan fascinado que accedió a encargarse del proyecto que, años más tarde, daría lugar a una de las grandes joyas de la arquitectura del vino. Inaugurado en 2006, el Hotel Marqués de Riscal The Luxury Collection es uno de los primeros hoteles enoturísticos de España y todo un icono arquitectónico.
Integrada en el corazón de la bodega más antigua de Álava, se encuentra a día de hoy la obra más vanguardista realizada hasta la fecha por una empresa vitivinícola española. Un edificio con personalidad propia, que conjuga la arraigada tradición de la cuna del vino español con la modernidad, el lujo y la tecnología más avanzada del siglo XXI, y donde el sello personal de Gehry aporta un toque de singularidad y exclusividad a un entorno lleno de belleza natural y riqueza cultural. "La inspiración para el arquitecto fueron los colores de nuestro vino más emblemático, Marqués de Riscal Reserva. El titanio rosa representa el vino tinto de Rioja, el plateado es la cápsula de la botella y el dorado hace un guiño a la mítica malla que recubre este vino", explica con orgullo Alejandro Aznar, Presidente de las Bodegas Marqués de Riscal.
En 2006, las bodegas de Elciego fueron transformadas en la Ciudad del Vino, un complejo que incluye los calados históricos, las instalaciones más modernas, los viñedos y un conjunto de ocio en el que se enmarca el Hotel Marqués de Riscal. "Estábamos a finales del siglo XX y necesitábamos dar un salto del siglo XIX al siglo XXI", explica Aznar sobre los motivos que llevaron a la propiedad a contactar con el arquitecto del Museo Guggenheim de Bilbao. "Dediqué unos años a visitar bodegas por las diversas regiones vinícolas del mundo y comprendí la necesidad de incorporar el concepto de enoturismo a nuestra compañía. Para ello, imaginamos un château que nos diera notoriedad en un mundo tan competitivo. Nuestro vino ya tenía ámbito globlal desde el siglo XIX. Necesitábamos un argumento superior, en un campo diferente, en otra dimensión cultural".
Después de ver lo que estaba pasando en el Nuevo Mundo, donde ya habían empezado a abrir las puertas de sus bodegas al público para que este descubriera cómo se elabora y cuáles son las dificultades y las alegrías que tienen lugar en el proceso de transformar uva en una bebida universal, Marqués de Riscal decidió que necesitaba un cambio de concepto y de mentalidad, empezar de cero, pasar de ser una bodega cerrada a un destino abierto y cultural. "Si el Guggenheim había conseguido poner a Bilbao en el globo, ¿por qué no intentar fortalecer la marca Riscal en el mundo del vino a través de la arquitectura?".
La idea inicial era construir la sede de la compañía. Fue en una segunda etapa cuando se decidió que, para multiplicar las visitas, la bodega debería convertirse en un lugar al que asistir, en el que disfrutar. "El edificio albergaría un hotel aspiracional, con el mejor gestor, la mejor gastronomía y un spa inspirado en el propio viñedo. Un hotel que supusiera una colaboración de los mejores con los mejores: Gehry en la arquitectura, con reconocido prestigio internacional y varios edificios vanguardistas a sus espaldas que transmiten sensaciones similares a los valores que nosotros queríamos trasladar con nuestra marca; Starwood, cuya gama Luxury Collection solo regentaba hoteles icónicos; y un restaurante gastronómico que reflejase el matrimonio perfecto que forman comida y vino, para el que elegimos a Francis Paniego, con una tradición familiar ejemplar y con quien hemos conseguido una Estrella Michelin".  
De la vanguardia del norte, viajamos hasta la tradición del sur. Aunque lo cierto es que la Real Bodega de La Concha, en el interior de Tío Pepe en Jerez de la Frontera, también fue puntera en su momento. Conocida popularmente como La Concha, la arquitectura original y revolucionaria de este edificio fue trazada por el ingeniero británico Joseph Coogan y la fundición sevillana Portilla and White a partir de unos bocetos que se atribuyen a Gustav Eiffel por su estilo arquitectónico, aunque no está demostrado. "Gracias a nuestros archiveros, que son a la vez historiadores, tenemos la documentación de los planos, en la que figura la firma de Coogan, que fue quien verdaderamente la construyó", sentencia Antonio Flores, enólogo de González Byass.
Sea como fuere, lo realmente interesante es el motivo que lleva a Tío Pepe a contratar la construcción de una bodega que se convertiría en icónica para la marca. La idea surge con motivo de la visita de la reina Isabel II a Cádiz en 1862. "Ella vino en octubre y se le hizo una pequeña vendimia con la uva que cuelga, la uva que se emplea para pasificar, porque ya se había terminado de recoger la uva, y para eso se construyó la bodega y se montó un pequeño lagar para la pisa", cuenta Flores. Diseñada a modo de pabellón de hierro sin columna central de apoyo (un deseo expreso del creador de la empresa, Manuel María González Ángel), La Concha presenta una planta circular de 28 metros de diámetro cuya cubierta, que recae en un muro semicircular, contiene un entramado de vigas de hierro con linterna rematada por una veleta. Una obra pionera dentro de la arquitectura del hierro en Jerez y una de las más importantes de la región.
Sin embargo, a pesar del prodigio arquitectónico, tal y como asegura Antonio Flores, "La Concha no reúne las condiciones que debe tener una bodega para guardar el vino, es fría en invierno y muy calurosa en verano. Aquí guardamos un vino oxidativo al que le favorecen las altas temperaturas, y usamos el espacio para fiestas, exhibiciones a caballo o presentaciones de vino", destaca. Las 214 botas de amontillado La Concha, presididas por los escudos de la Casa Real Española, el de la familia González Byass, el escudo de Jerez y las banderas de las comunidades autónomas, junto con las de los 115 países a los que exportan sus productos, son hoy en día un testimonio que recuerda al visitante la internacionalidad de la compañía.    

Pioneros en el Duero
Bodegas Portia fue la primera incursión en España del prestigioso estudio británico Foster&Partners. Un proyecto arquitectónico espectacular y un símbolo de vanguardia y futuro en forma de estrella de tres puntas en la Ribera del Duero que el propio arquitecto Norman Foster define como "el corazón de una flor con tres pétalos". En el primero de ellos se recibe la uva y se fermenta el mosto, en el segundo tiene lugar la crianza en barrica y en el tercero se alojan las botellas de vino. La culminación de un logro que armoniza estética y funcionalidad.
Fueron muchos momentos para recordar durante la construcción de este icono arquitectónico, algunos divertidos y otros complicados, asegura Lourdes Martínez Zabala, consejera del Grupo Faustino, aunque todos recuerdan una frase que su padre, Julio Faustino, le dijo a Sir Norman Foster en una de sus visitas a la obra en 2007: "Cuando este edificio esté terminado, nosotros seremos mejores arquitectos y ustedes serán mejores bodegueros". La familia cuenta con una larga trayectoria en la que se manifiesta su pasión por el vino y la arquitectura. En 1990, Bodegas Campillo se convirtió en la primera bodega de Rioja construida con un proyecto arquitectónico para unos temerario y para otros, visionario. "Mi padre quería homenajear el vino y atraer público a este apasionante mundo con un edificio singular. Y lo consiguió. Fue la apertura a lo que hoy conocemos como enoturismo", recuerda Martínez Zabala. Filosofía que el grupo ha mantenido desde entonces.
"En 2003, después de llevar desde el año 1996 comprando tierras en Ribera del Duero, habíamos encontrado el enclave perfecto. Solo nos faltaba el arquitecto para construir nuestra séptima bodega. En un viaje a Berlín quedamos impresionados con el edificio del Reichstag remodelado por Foster&Partners. Investigamos sobre ellos, su maestría y funcionalidad nos cautivó y contactamos con ellos para poner en marcha el proyecto de Portia. Tuvimos muy claro que ellos nos ayudarían a dejar un legado en el mundo del vino –explica la consejera–. Además, para el estudio también suponía un reto atractivo, porque nunca antes habían diseñado una bodega".
Un motivo básico para la elección del estudio de Foster fue el estilo práctico y funcional que caracteriza la obra del arquitecto británico, esencial para la construcción de una bodega diseñada y pensada para elaborar vino en condiciones óptimas, manteniendo un riguroso respeto por el medio ambiente y la naturaleza. El terreno en el que se ubica la bodega fue un elemento estratégico de este proyecto, ya que el edificio está situado en una loma, de forma que parte de sus elementos más importantes están enterrados de forma natural, garantizando el aprovechamiento energético. "Portia está concebida para que el vino mantenga su esencia y que los movimientos durante las diferentes fases de elaboración sean lo más suaves y respetuosos posibles", cuenta Lourdes Martínez Zabala. "El equipo de arquitectos vivió dos vendimias con nosotros, aprendiendo todo sobre la elaboración y crianza del vino. A la hora de trasladar esos conocimientos al edificio, se buscó la excelencia en todo momento, y se consiguió al 200% de una forma muy eficiente y sostenible", subraya.  
Se trata de una bodega que responde al carácter del terruño y a las preferencias personales de los viticultores, profundamente comprometidos con el oficio de crear cosechas memorables. Un edificio que parece emerger del viñedo que lo rodea. Los visitantes pueden seguir y conocer el proceso de elaboración del vino a través del edificio, desde el propio viñedo hasta la sala de catas, pasando por todas las etapas intermedias de producción: los depósitos de acero, las barricas y los botelleros, cuyo diseño fue inspirado en una biblioteca de Mánchester que solía visitar Sir Norman Foster. Lo resume perfectamente la consejera del grupo: "Las bodegas, en su propia esencia, son edificios industriales en los que se elaboran productos especiales. Como tal, un profundo conocimiento del proceso de elaboración del vino y las necesidades específicas de cada bodeguero dieron forma a este edificio con forma de trébol donde la tradición y la innovación, la viticultura y la tecnología, la producción y la hospitalidad se mezclan hábilmente".
Para Protos, otra de las primeras bodegas que apostó por un proyecto arquitectónico de nivel en la Ribera del Duero, la funcionalidad también fue una máxima. "Queríamos una bodega para elaborar buen vino, en cuyas instalaciones se pudiera trabajar cómodamente, pero que a la vez estuviera muy conectada con el enoturismo. Que pudiésemos tener en el mismo edificio, en la misma visita, la parte de la tradición que encontramos en las históricas bodegas subterráneas bajo el castillo de Peñafiel, y la parte de la vanguardia que ofrece el diseño de un arquitecto de talla mundial como es Richard Rogers", comenta Carlos Villar, director general de Bodegas Protos.
El llamativo edificio formado por cinco grandes arcos laminados de madera sobre base de piedra ha marcado un antes y un después en el dominio magistral de las técnicas arquitectónicas aplicadas a espacios funcionales. Y es que no solo facilita las labores propias de una bodega, sino que convierte las estancias en verdaderas galerías de arte. En la sala donde duermen alrededor de 10.000 barricas, el lujo es el espacio. Su austeridad huye de adornos y artificios, y el hormigón pulido, el cristal y la madera son los protagonistas. Se trataba, pues, de hacer un edificio espectacular que posicionara a Protos a nivel internacional como una bodega contemporánea, pero sin perder de vista la elaboración del vino. En este sentido, la sostenibilidad también era fundamental. Se buscó que el edificio estuviera semienterrado para aprovechar la energía térmica de manera natural. "Richard Rogers quería hacer un edificio moderno y vanguardista, pero integrado en el paisaje. Que no sobresaliera como algo discordante dentro del pueblo, por eso gran parte del edificio está bajo tierra y solo se ve una parte que, desde el castillo, hay a quien le parece un racimo de uvas", explica Villar.
En una de sus visitas a Londres como director general de la bodega, el también enólogo Carlos Villar fue a visitar a Richard Rogers en su estudio de arquitectura. "Quería saludarle, me recibió muy cordialmente y le pregunté con humor cuándo haríamos otro edificio para Protos, porque para nosotros era lo más grande que habíamos hecho a nivel de arquitectura y no creíamos que fuésemos a hacer nada parecido jamás. Me contestó que sin embargo para él era lo más pequeño que había hecho en su vida". El arquitecto bromeaba, por supuesto. Se refería a nivel de inversión, pues en su estudio solo hay cabida para grandes proyectos. De hecho, Villar asegura que Rogers (que falleció en diciembre del año pasado) quedó muy satisfecho con el resultado. "Decía que era un honor para él haber llevado a cabo la construcción de nuestra bodega, y siempre estaba encantado de venir cuando le invitábamos".
Todo este conjunto –un edificio con una arquitectura singular que no deja a nadie indiferente, la parte histórica que aportan los calados y una gastronomía también muy atrayente– ha hecho que Protos sea la bodega más visitada de Ribera del Duero y también una de las más visitadas de España. "El vino tiene una parte de hedonismo y de estatus, es algo aspiracional e incluso marquista, de ahí que las bodegas más representativas siempre generen una especie de atracción. El éxito está en sumar a eso añadidos distintivos, como pueden ser las cuevas o una arquitectura moderna en nuestro caso, y mezclarlo todo con buenos vinos y una atención excelente", concluye Carlos Villar.    

La ruta de las catedrales
Ha quedado claro. El maridaje perfecto tiene lugar entre el vino y la arquitectura. Lo hemos visto en Burdeos, donde Ricardo Bofill, Jean Nouvel o Christian de Portzampac levantaron los primeros templos del vino: Château Lafite Rothschild, Château La Dominique y Cheval Blanc, respectivamente. Antes lo hicieron Mario Botta para Faugères, de nuevo Norman Foster para Margaux o los franceses Nouvel y Wilmotte para La Dominique y Pédesclaux. Sin olvidar que en Napa, el valle donde se concentra la mayor cantidad de viñas de California, Dominius Winery fue concebida por el director de Château Petrus y los ganadores del premio Pritzker, los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron.
España cuenta ya con más de una decena de bodegas concebidas por los mejores arquitectos, genios de la escuadra y el cartabón que elevan a la categoría de museo a estas grandes maisons y ofrecen al visitante la oportunidad de armonizar arte y vino. Unas, como Solar de Samaniego, apuestan por la literatura. El proyecto enoliterario Beber Entre Líneas, cuyo objetivo era la recuperación del patrimonio arquitectónico de los espacios de esta bodega ubicada en la villa medieval de Laguardia, en Rioja Alavesa, se ha consolidado como una de las principales atracciones turísticas de la región gracias a la monumental intervención artística del muralista australiano Guido van Helten, que ha convertido los majestuosos depósitos de medio millón de litros de la bodega en un lugar mágico donde se revela de forma asombrosa la íntima conexión entre la elaboración de un vino y la escritura de un libro. Y otras, como la navarra Otazu, funcionan como galerías de arte contemporáneo al aire libre. A pocos kilómetros de Pamplona y enmarcada entre dos sierras, la entrada a este MoMA entre viñedos está custodiada por dos hieráticos guardianes de hierro de Xavier Mascaró. Desperdigadas por los jardines que rodean un complejo enoturístico sin igual, formado por una iglesia románica del siglo XII, una torre de defensa del XIV y un palacio del XVI, hallamos esculturas de colores y formas imposibles pertenecientes a algunos de los más prestigiosos artistas internacionales. Dentro del edificio más antiguo, la exposición continúa. Una escultura de Manolo Valdés nos da la bienvenida a un museo del vino donde máquinas y viejos útiles relacionados con el cultivo de la vid comparten escenario con imponentes obras de arte contemporáneo.
La ruta de las catedrales del vino sigue en Ysios. La Sierra de Cantabria sirve como telón de fondo a la singular arquitectura de esta bodega situada en Laguardia (Álava). Santiago Calatrava, mente creadora de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, dio vida a esta bodega de hormigón cuyos muros revestidos por lamas de madera tratada con sales de cobre contrastan con el aluminio exterior. La silueta pixelada del edificio traza una línea ondulada que sobresale entre el mar de cepas que lo rodean y genera una concepción vanguardista que llega hasta el interior. No muy lejos de allí, en Haro, capital de la Rioja Alta, se encuentran las Bodegas López de Heredia, las más antiguas de la ciudad y unas de las tres primeras de la denominación. Allí, Zaha Hadid, arquitecta iraquí afincada en Londres y conocida por la innovación, atrevimiento y sutileza de sus obras, concibió la cubierta para el stand modernista presentado en la Feria Alimentaria de Barcelona con motivo del 125º aniversario de las bodegas, un proyecto que más tarde sirvió como base para una estructura fija que fue colocada definitivamente en las instalaciones y que hoy acoge la espectacular sala de cata de López de Heredia.
También en Rioja Alta, en lo alto del Cerro de la Mesa, la imponente obra de arquitectura de Viña Real merece una parada para descubrir un singular interior proyectado para conseguir las máximas calidades en el proceso de elaboración y crianza de los vinos. El arquitecto francés Philippe Mazières supo conjugar la idea de hombre, nobleza y modernidad con hormigón, madera y acero inoxidable, componentes principales de la bodega. Una construcción moderna compuesta por una gigantesca tina, un edificio de madera de cedro rojo de Canadá y dos colosales túneles perforados hacia el interior del cerro, en cuyo interior se encuentra una nave de vinificación con tecnología puntera y una sala de barricas circular única en su especie.
Aunque no todo son construcciones vanguardistas. El concepto de château francés se mantiene en Propiedad de Arínzano, una bodega navarra rodeada de viñedo donde las cepas son el auténtico reclamo. El responsable es Rafael Moneo, autor del Museo de Arte Moderno de Cáceres, el auditorio de Barcelona o la ampliación del Museo del Prado, quien la califica de "bodega paisajística". De hormigón abujardado, la espectacular finca que en su día perteneció a la familia Chivite abraza los tres edificios originales (el palacio de Cabo de Armería, con su torre medieval del siglo XIV, la ermita neoclásica y el caserón), en un arco que se funde con maestría en el imponente paisaje de encinas.
Y hay muchos más ejemplos, porque el arte de la arquitectura aplicado a las bodegas en nuestro país es de notable relevancia, tanta como la artesanía líquida que albergan en su interior para gozo de nuestros sentidos.

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