Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Desde Yecla al mundo

8D5I7I9J6N2T2T9Q3B3P9B2D6C7N3H.jpg
  • Laura S. Lara, Foto: Alba Muñoz
  • 2022-10-31 00:00:00

"El cielo se extiende en tersa bóveda de joyante seda azul. Radiante, limpio, preciso aparece el pueblo en la falda del monte. Aquí y allá, en el mar gris de los tejados uniformes, emergen las notas rojas, amarillas, azules, verdes, de pintorescas fachadas...". Así describía Azorín el paisaje de Yecla en 'La voluntad' (1902). Una ciudad con alma de pueblo, donde los viejos templos, ermitas, oratorios y capillas, tratan de competir por la hegemonía de las montañas que se levantan a su alrededor a modo de islas. Una tierra extraordinaria que hunde sus raíces en una viticultura amparada por una denominación de origen dinámica, con gran vocación exportadora, y en la tradición de unos vinos que han marcado su paisaje, su cultura y la personalidad de sus gentes. Vinos con carácter, refinados por la mano del hombre.


S ituada al sureste de España, a la misma distancia de Murcia, Albacete, Alicante y Valencia, los yeclanos no se sienten ni murcianos, ni manchegos, ni alicantinos, ni valencianos. De hecho, todos los demás somos extranjeros. Y debe ser así, porque aquí los gazpachos son guisados y no hay quien entienda los michirones, los capellanes o las gachasmigas. Con la uva Monastrell por bandera, este pueblo blanco de tejas rojas y calles medievales de trenzado señorial asentado en el Altiplano de Murcia acoge la única denominación de origen de España formada por las tierras de un solo municipio. La Denominación de Origen Protegida Yecla cuenta con 9 bodegas adscritas, aunque eso no significa que sea la más pequeña. 4.500 hectáreas de viñedo, más de la mitad certificadas en ecológico, avalan a una D.O.P. caracterizada por su dinamismo. Con una gran vocación exportadora, alrededor del 95% de su producción se comercializa fuera de España y está presente en más de 40 países. Es, actualmente, la número 1 en exportación, porcentualmente hablando.
Recorriendo las calles de Yecla hasta llegar a la cima del Santuario del Castillo se pueden apreciar las diversas culturas que han dejado su influencia a lo largo de los siglos. Desde allá arriba, con la cúpula de La Purísima en el centro de un cuadro costumbrista y el misterioso Monte Arabí hechizándonos con su belleza, cualquiera puede imaginar el momento preciso en que la civilización árabe dejó la impronta mudéjar adherida al paisaje y a las paredes del propio pueblo. Aunque sería la romana la que vincularía a la región con el cultivo de la vid. Lo demás, el sol, el agua, la brisa de la tarde, es un regalo de los dioses.

El arte de la Monastrell
"La agricultura del vino es la forma de ser de un pueblo", sentencia Rafael Verdú, presidente de la D.O.P. Yecla. La identidad de las tierras de Yecla va unida a la personalidad de su uva más preciada y reconocida, la Monastrell. Una variedad que, tratada con los más cuidados métodos de cultivo y vinificación, sigue sorprendiendo por sus excelentes cualidades de crianza y el inconfundible carácter que imprime a los vinos. Yecla está situada en una zona de transición entre el interior de la Península Ibérica y el Mediterráneo. Los viñedos se encuentran en altitudes que oscilan entre los 535 y los 800 metros –o, como los yeclanos prefieren distinguir, Campo Arriba y Campo Abajo–, con lluvias medias de 300 mm al año y más de 3.300 horas de sol, los inviernos son largos y fríos y los veranos calurosos, con una elevada oscilación térmica de +-20°C que permite una excelente maduración de las uvas.
Los vinos tintos son los más característicos de la zona, y tanto los jóvenes como los crianzas tienen como base la Monastrell, sola o acompañada de otras variedades autorizadas. Son vinos de capa media alta, de color cereza violáceo con tonos granates, aromáticamente muy intensos y complejos, con notas balsámicas, especiadas, minerales y un característico toque de frutas rojas. En boca son carnosos, cálidos, tánicos y suaves a la vez, muy equilibrados y de gran extracto. Así es la personalidad de la uva que esta tierra imprime. "El 80 o el 90% de la Monastrell que hay en el mundo se produce en Yecla. Aquí no se emplea ningún tratamiento en el viñedo, prácticamente todo el cultivo es ecológico", asegura Verdú. Se trata de una decisión que habla del amor que estas gentes profieren por su variedad autóctona, una de las pocas que pudo esquivar el ataque de la filoxera: "Es una uva muy rústica, no da lugar a hongos y aguanta especialmente bien las inclemencias del tiempo".
Para entender el espíritu cooperativista y emprendedor de Yecla, que se aprecia no solo en el vino sino también en otros sectores como el del mueble o el calzado, hay que remontarse a los años sesenta del siglo pasado. O quizá antes. A finales del siglo XIX y principios del XX llegó a haber en la zona alrededor de 400 bodegas. Pero en los años sesenta tuvo lugar un grave problema de subsidencia y la gente empezó a moverse, a abandonar el campo. Tras la quiebra de una importante cooperativa de muebles que llegó a tener 150 empleados, estos empezaron a montar sus propias fábricas. Encontraron mano de obra barata en la agricultura, donde además había especialistas en madera debido a los trabajos en tonelería. "El parque de proveedores que ahora mismo hay en Yecla no lo hay en ningún sitio. Y no solo en lo que se refiere al mueble. En Yecla está la fábrica de calzado que más factura de España", presume el presidente de la D.O.P. "Aquí siempre hemos sido muy trabajadores y nos hemos adaptado a las circunstancias. Porque siempre hemos tenido menos. Cuando tienes mucho, el dinero es más cobarde". Un temperamento que los ha ayudado a diferenciarse de su vecina Jumilla.
 
El vino del pueblo
Más de 70 años elaborando vinos hablan de la tradición vinícola de Bodegas La Purísima, una historia dedicada a los campos y viñedos de una exigente denominación de origen a la que esta bodega ha sabido hacer honor añada tras añada con sus Grandes Vinos de Yecla. Con el 60% de la producción de la D.O. y una capacidad de nueve millones de litros, el gran reto de La Purísima es evolucionar junto a los nuevos gustos del mercado. Para ello han incorporado modernas instalaciones de vinificación y variedades como Syrah, Cabernet Sauvignon y Tempranillo, obteniendo nuevos matices que seducen cada vez a más consumidores. "La bodega como cooperativa se fundó en 1946 por un grupo de agricultores, pero el edificio no se construyó hasta 1954, estamos a punto de cumplir 75 años. Nosotros fuimos los promotores de la formación de la Denominación en 1975", cuenta José Luis Quílez, director ejecutivo de La Purísima. "A partir de ahí han pasado muchas cosas, hoy la producción es menor, pero hemos ganado en calidad". Sus vinos expresan la esencia de los suelos y las condiciones del clima donde están plantadas las viñas. Son vinos con identidad, perfectos para descubrir y sorprender en cualquier ocasión, en buena compañía.
Según Quílez, Yecla elabora vinos de alta graduación, con mucho color y estructura, muy buenos para la crianza y a la vez muy fáciles de beber. "Esos taninos tan fuertes que se encontraban antes en nuestros monastreles se han conseguido suavizar gracias a mejoras en la elaboración, en la bodega y también en los cultivos". Porque todo empieza en el viñedo. Desde las más de 3.200 hectáreas que componen la superficie de vid de esta bodega, sus técnicos de campo seleccionan las parcelas óptimas para la producción de cada vino; un cuidado proceso en el que se controlan todas las fases de cultivo, desde la plantación hasta la fecha de vendimia. "Solo la uva que cumple las más altas exigencias de calidad y maduración es seleccionada para nuestra gama de embotellado, que reúne desde sorprendentes vinos jóvenes hasta distinguidos crianzas", expone el responsable de Bodegas La Purísima. "Nosotros somos exportadores. El 50% de nuestra facturación es de graneles, el otro 50% de embotellado. Los graneles los mandamos a Japón, Canadá, Portugal, Francia... Para la gama de embotellado trabajamos con el continente asiático y europeo". Un modelo de negocio que llevan en el ADN desde sus orígenes y gracias al cual lograron sobrevivir a la pandemia. "Durante el Covid no dejamos de crecer, tanto en la bodega como en la almazara", recuerda. Su apuesta más reciente es invertir en potenciar el segmento de embotellado a partir de coupages y monovarietales con una imagen muy cuidada y una mentalidad cien por cien ecológica. La clave para conquistar con un gran vino, añade José Luis Quílez, está en saber encontrar el equilibrio entre la tradición, las técnicas más depuradas de producción y la pasión que comparte todo el equipo.

Arqueología embotellada
Las primeras personas que llegaron al valle donde se encuentra hoy el viñedo de la Casa de las Especias ya se ocupaban de la agricultura hace 60.000 años. Este hecho lo atestiguan los dibujos rupestres del Monte Arabí, protagonista de leyendas y testigo de rituales a lo largo de las civilizaciones. Un lugar mágico, protegido por la UNESCO, de cuya energía se benefician los viñedos más singulares de la denominación. Tradición, arte y superstición, recogidas en la etiqueta de Casa Gras con la recreación de una cabra montesa pintada hace miles de años en las paredes del Arabí.
Los viñedos ecológicos de esta bodega están ubicados a una altitud de 750 metros sobre el nivel del mar, donde gobierna un microclima muy especial y la tierra un día estuvo cubierta por el mar. Características que favorecen la calidad de la uva y dan como resultado el vino de mayor calidad de la Casa de las Especias. "En 1846, el afortunado Don Gras ganó el premio gordo de la Lotería Nacional Española. Con esa riqueza, plantó viñedos cerca de la antigua calzada romana de Vía Augusta, y ahí comienza la historia de la elaboración de nuestros vinos", atestigua Alex Crebenchtchikov, el gerente ruso-argentino que se encarga de vender la marca y cuidar la finca. "Nuestro vino, según dicen, trae suerte, salud y felicidad", promete.
Don Pascual Forte del Valle es el autor y productor actual de los vinos de esta bodega, que debe su nombre a que ocupa la misma casa que hace unos 200 años fue centro de distribución de especias procedentes de las Indias. Pascual conoce muy bien cada cepa de sus 50 hectáreas de viñedo. Casi cinco décadas de viticultura y una dilatada experiencia en la producción y elaboración de vino adquirida a través de cuatro generaciones anteriores de viticultores lo confirman. En los últimos años, aproximadamente desde 2016, con la entrada en el proyecto de un importante inversor austriaco, sus vinos han conseguido un merecido prestigio gracias a numerosos premios nacionales e internacionales. "Él cambió el programa agrario de la bodega con el objetivo de hacer vinos de alta calidad con posibilidades de triunfar fuera de nuestras fronteras", aclara Alex. "Somos un poco atípicos porque no elaboramos monovarietales de Monastrell, nos centramos en el ensamblaje de variedades. Tampoco tratamos de ir a la moda, nuestra idea es diferente, es hacer vinos que le gusten a todo el mundo", declara. Un concepto moderno que se acerca más a la filosofía de los vinos del Nuevo Mundo. "Es muy sencillo, se trata de hacerlo bien y venderlo bien".

La bodega abierta
La historia de los Candela está unida a la historia de Yecla. Cuatro generaciones apasionadas por el vino, obsesionadas por poner la Monastrell yeclana en el lugar que merece dentro del mapa vitivinícola mundial. Alrededor de 1850, Pedro Candela Soriano comenzó a producir y vender localmente pequeñas cantidades de vino hasta que, en 1925, Antonio Candela García fundó una pequeña bodega. Sin embargo, sería otro Antonio Candela, Poveda de segundo apellido, quien la haría crecer y evolucionar a lo largo de los años. En la actualidad, sus dos hijos, Antonio y Alfredo, recogen el testigo y dirigen la empresa que gestiona las bodegas y las fincas familiares.
"Esta bodega se ha quedado como un museo, ya no la utilizamos", comenta Antonio Candela sobre la nave primigenia de sus antepasados, una suerte de pinacoteca del vino con el encanto original de los viejos aperos que merece una visita para descubrir cómo se elaboraba antiguamente. Se trata de la bodega más antigua de Yecla, pero suya también es la más nueva: Barahonda. Desde aquella pequeña explotación local a las modernas instalaciones que producen hoy sus vinos de mayor calidad hay años de conocimiento y tradición transmitidos de padres a hijos. "Los Candela hemos dedicado nuestra vida al vino, y Barahonda es el resultado visible de esta pasión", defiende. Perfectamente integrada en el paisaje del valle, rodeada por los viñedos que le proporcionan la preciada materia prima, el interior de esta bodega de última generación presume de contar con la tecnología de elaboración más moderna de la Denominación. Un lugar especial consagrado al enoturismo donde catar los vinos y contemplar el paisaje mientras se disfruta de una exquisita comida en el primer y único restaurante de cocina creativa de la región se convierte en una experiencia digna de ser vivida.
"A finales de los noventa, cuando nos incorporamos mi hermano y yo, nos dimos cuenta de que si queríamos crecer en calidad había que hacer las cosas de manera distinta, basarnos en parcelas muy concretas, y de esa idea surgió el proyecto de Barahonda", explica Candela. "Pasamos varios años viajando por todo el mundo porque lo que queríamos era una bodega que estuviese vinculada al propio viñedo". Y lo consiguieron. Barahonda tiene su origen en la naturaleza. Sus viñedos crecen a una altitud entre 650 y 850 metros sobre el nivel del mar, en suelos profundos formados por rocas calizas y pobres en materias orgánicas. El clima es continental, con temperaturas que oscilan entre los -6°C en invierno y los 40°C en verano. Todos estos factores, junto a una escasa pluviometría y el salto térmico entre el día y la noche, producen una maduración lenta de la uva y favorecen la concentración y la intensidad de sabores, color y aromas que tanto buscan para sus elaboraciones. El resultado son vinos estructurados, expresivos, de intenso color y sabor; vinos complejos y con carácter que cada año cosechan premios, reconocimientos y altas puntuaciones por parte de algunos de los mejores críticos del planeta. Como proclama el símbolo de Barahonda, son vinos unidos a la tierra, elaborados desde la cepa dando a la viña el cuidado que le corresponde como parte esencial en la personalidad de un vino de calidad.
Su hermano, Alfredo Candela, evoca cómo antes los vinos se hacían de otra forma, nadie cambiaba nada porque se bebía siguiendo la estela de los grandes vinos de Rioja. "No se pensaba en mostrar la esencia de la zona o de la bodega. Nosotros fuimos de los primeros en emplear barricas de 500 litros para la crianza, ahora todo el mundo las utiliza. El mercado pide vinos amables, vinos con personalidad, pero fáciles de beber, en los que no se aprecia la barrica porque está mejor integrada. La gente quiere beber vino, no morder un trozo de madera", sostiene. El gran reto que tiene la Denominación de Origen Yecla, confía por su parte Antonio Candela, es poder llegar con sus vinos al público nacional. "No se trata de dejar la exportación, sino de acercarse un poco más al consumidor español, que sigue muy influenciado aún por otras denominaciones más potentes".

Cambio generacional
Bodegas Castaño es hoy uno de los productores de vino más relevantes del sureste español por su tradición y sus logros con las variedades autóctonas, especialmente la Monastrell, y la adaptación de uvas foráneas. Un trabajo preciso y una experimentación constante con una y otras variedades, así como con los distintos tipos de suelo donde se asientan las vides, que dan como resultado una mayor complejidad de aromas y sabores a sus vinos. Según Ángela Castaño, tercera generación al frente de esta bodega familiar, el cuidado del viñedo, una estricta selección de uvas en el momento de la vendimia y una impecable elaboración adecuada a cada variedad y tipo de uva permiten la amplia gama de vinos que producen.
Ángela representa la esperanza de la Denominación. Es una mujer joven, con preparación y ganas, que no reniega de su legado pero tampoco duda en introducir, poco a poco, nuevas líneas de negocio, como la elaboración de vino kosher (apto para el consumo según la ley judía) o la apuesta por los vinos blancos y rosados. Así, la enóloga combina su trabajo en bodega junto a su maestro, Mariano López, que lleva 32 años en la casa, con la consecución de iniciativas propias. "Estoy poniendo en marcha un proyecto en el Arabí a partir de una selección de parcelas de diferentes edades, suelos y orientaciones. Son parcelas salvajes que luchan contra los elementos, los jabalíes y los conejos. Y también tengo en marcha otra cosa junto al Master of Wine danés Jonas Tofterup. Estos proyectos son los que dan sentido a mi trabajo", cuenta emocionada.
Bodegas Castaño dispone de 400 hectáreas de viñedo propio y asume la responsabilidad de convertirlo todo a ecológico para 2023. Pioneros en dar valor a la variedad local, su extensa gama de vinos manifiesta la versatilidad de la Monastrell de todas las formas posibles. Desde las más clásicas a otras más novedosas, como su rosado semidulce, cuya primera añada se vendió más a nivel nacional que en exportación. "Este es el ejemplo de que se pueden hacer muchas más cosas con nuestra uva autóctona". Pero también trabajan con otras variedades, como la Garnacha Tintorera, la segunda varietal tinta más popular de la zona, la Chardonnay o la Macabeo. "Estamos elaborando un nuevo Chardonnay en barrica que introduciremos el año que viene en nuestro catálogo. Es una edición limitada de tan solo 10.000 botellas, y lo hemos hecho porque, aunque somos una zona de tintos, queremos demostrar que también podemos hacer buenos blancos", adelanta.
El turismo del vino es otro de los grandes retos de esta bodega yeclana. A lo largo del año organizan conciertos, comicatas, pícnics y clases de yoga en el viñedo, entre otras enoquedadas que promocionan en medios locales y a través de sus redes sociales. Soplan nuevos vientos para ese "pueblo querido, de un raro y peculiar tipismo" donde "la Naturaleza palpita enardecida", que describía Azorín. Esa patria donde el literato aseveraba haber pasado los ocho mejores años de su vida. "[…] aquí sentí que por primera vez entraba en mi alma una ráfaga de honda poesía […] aquí se formó mi gravedad castellana […]", llegó a escribir. Al resto de mortales, solo nos queda una cosa que añadir: Yecla, qué bonica eres.

enoturismo


gente del vino