- Antonio Candelas
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- 2025-05-12 00:00:00
La Familia Martínez sabe que hoy el regalo más valioso del que disponemos es el tiempo. Con esa premisa, han hecho de Vera de Estenas un lugar de disfrute, de modo de vida mediterráneo delicioso en el que el paisaje, la charla y el buen vino reparan cualquier contratiempo cotidiano.
A veces, el origen de un lugar se esconde en un recuerdo. En un gesto, en un aroma que permanece. En Vera de Estenas, esa memoria huele a madera, a uva madura, a tierra trabajada con respeto. Todo comenzó con una pasión que fue pasando de generación en generación como se pasa una receta familiar: con devoción y sin prisas.
Francisco Martínez Bermell no heredó solo una tradición vinícola, heredó una forma de mirar el mundo. Su infancia estuvo marcada por los aromas profundos de bodega, por los sonidos metálicos de las herramientas, por las historias que sus mayores contaban entre toneles y vendimias. Ya de adulto, cuando llegó a estas tierras de Utiel, comprendió que no bastaba con hacer vino: había que comprenderlo, había que vivirlo. Así nació Vera de Estenas, un proyecto que une el corazón de una familia con el alma de una tierra.
Cuidar el origen
La historia, sin embargo, no lo es todo. Lo que hace único a este lugar es cómo esa historia se ha traducido en una experiencia real y viva. En la masía centenaria que alberga el hotel –construida en 1876–, el tiempo parece tener otra densidad. Los suelos hidráulicos, con baldosas de dibujos distintos en cada estancia, conservan grabados los pasos de quienes los habitaron. Y las habitaciones, nueve en total, no son copias unas de otras, sino espacios singulares que reflejan la identidad del vino que las nombra.
La sensibilidad inunda cada estancia. Los cabeceros de las camas, hechos con duelas de antiguas barricas, hablan de una integración total entre vida y vino. En los rincones hay elementos reutilizados de la actividad vitivinícola, piezas que alguna vez fueron herramientas y ahora son memoria decorativa. La sensación no es de estar en un hotel: es de habitar una casa viva, cuidada por quienes la aman.
Desde cualquier ventana, la vista es una pintura cambiante de viñedos y cielo. La casa está rodeada por un jardín que se deja acariciar por la luz mediterránea. Pinos, higueras y plantas autóctonas jalonan los caminos, y todo parece dispuesto para que uno se detenga. No hay ruido, ni estrés, ni interferencias. Solo naturaleza, vino y silencio.
La experiencia enoturística en Vera de Estenas tiene algo de ritual sin solemnidad. Se visitan los viñedos, la bodega y las salas de crianza. La familia Martínez abre las puertas de su mundo con honestidad. Explican cómo cultivan, por qué trabajan con determinadas variedades o qué les emociona de una añada concreta. Las catas son una conversación abierta. Se prueban vinos hechos con mimo –Bobal, Merlot, Chardonnay– y se acompañan con productos locales. Pero lo que más se saborea es el ambiente.
El valor de conversar
Uno de los mayores encantos es la posibilidad de charlar, sin guiones, con quienes hacen posible todo esto. A menudo es algún miembro de la familia quien te acompaña, quien cuenta anécdotas, quien recuerda cómo empezó todo. Esa cercanía, ese trato cálido y sin pretensiones, es lo que convierte una visita en un recuerdo.
Quedarse a dormir en Vera de Estenas es parte esencial del viaje. Por la noche, la quietud es absoluta. La casa respira y parece invitar al descanso. Por la mañana, la luz entra suave por los ventanales, el desayuno se sirve sin prisas y el aire lleva el olor de la tierra húmeda y las hojas. Es un momento íntimo, casi meditativo.
En este rincón de la Valencia de interior, la viticultura se incorpora a la actividad cotidiana como una forma de vida que ha sabido evolucionar sin perder su raíz. El legado de Francisco Martínez no se mide solo en premios ni en botellas: se mide en la continuidad de una filosofía que observa el horizonte con altura de miras, aterrizando ese modelo en el amor visible hacia cada cepa, en cada espacio de la masía, en cada copa servida con una historia que, más allá del aspecto afectivo, cumple una misión de valor incalculable.
En Vera de Estenas no hay artificios, y tal vez por eso se siente tan auténtico. Porque aquí, como decía el fundador, no hay secretos. Solo hay que amar el vino.
Bodega Vera de Estenas
Ctra. N-III, Km. 266 - Paraje la Cabezuela
46300 Utiel (Valencia)
Tel. 962 171 141
www.veradeestenas.es