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La tonelería en la sangre

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  • Redacción
  • 2017-01-21 19:11:00

A mediados del siglo xix aún no existían los toneleros como tales sino los cuberos, encargados de fabricar, además de tinas y toneles, cubos y cubetas que se utliziaban para todo tipo de usos.  

U no de aquellos cuberos fue el vizcaíno Estanislao Gangutia, natural de Berritz, donde junto a su taller también tenía un pequeño aserradero. Fue él, junto a su hijo Santiago, quien en 1858 hizo las primeras tinas para la recién fundada Bodega Marqués de Riscal.

Santiago Gangutia, toda una leyenda en La Rioja, decidió seguir con el oficio aprendido de su padre y fundó en Cenicero la tonelería que llegó a tener, antes de que existieran las máquinas actuales, más de treinta trabajadores y que aún hoy, después de cinco generaciones de toneleros, mantiene el apellido familiar.
Hombre emprendedor y con gran visión para los negocios, Santiago abrió su tonelería al comprobar cómo llegaban en tropel hasta La Rioja los bodegueros franceses que huían de la filoxera. Gigantón de casi dos metros de altura, ganó por aquellos entonces una sonada apuesta cruzada con toneleros de Haro y Logroño para ver quién era capaz de hacer sin ayuda de nadie más barricas en un día... ¡Cinco logró acabar!

Pero esta no fue su única proeza, también está documentado que ganó una carrera de redonchar barricas, la antigua forma de trasladarlas por la tonelería de pie y sobre un canto cuando aún no existían las máquinas de las que hoy se dispone para hacerlo. De hecho, en Cenicero se asegura que Santiago Gangutia fue capaz de redonchar un tonel por el filo de la barandilla del puente que hay en el pueblo.

Actualmente la tonelería Gangutia sigue siendo un referente en La Rioja ahora dirigida por el bisnieto de Estanislao, Fernando, que trabajaba en ella durante los veranos mientras se licenciaba en Ciencias Políticas y Sociología. Pero la tonelería se lleva en la sangre y Fernando estaba predestinado a convertirse en lo que hoy es, un maestro tonelero al frente de una tonelería en la que, como en las casi treinta que salpican nuestra geografía, el aire está impregnado del aroma que desprende el trabajo ancestral, de olor a roble y a fuego. Un lugar donde el silencio se quiebra con el sonido de sierras, cepillos, martillos y hierros con los que se da forma a las duelas y se biselan los cantos.

Un lugar en el que también podemos ver ya a la que será la sexta generación de la familia, Antonio Gangutia, el hijo de Fernando, que con tan solo siete años ya exhibe con orgullo su pequeño martillo de tonelero y su barrica, aunque esta, por cuestión del peso, lógicamente no sea de roble sino de chopo.

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