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Con alma de botero

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  • Redacción
  • 2017-06-05 15:24:59

"Soy botero artesano de cuarta generación y mis hijos, Laura e Iván, ya son la quinta", proclama con orgullo Félix Barbero desde Botas Rioja en pleno centro histórico de Logroño.

L a tradición familiar de fabricar botas y pellejos para el vino la inició, en 1865, su bisabuelo Teófilo Barbero. "La verdad es que no sabemos por qué decidió dedicarse a este oficio ni si antes que él ya lo hacía alguien de la familia, pero lo cierto es que él ya hacía botas en el siglo xix", explica su bisnieto. Con el cambio de siglo, el hijo de Teófilo, Félix Barbero, abuelo del actual propietario de Botas Rioja, emigró con su oficio, que compartía con alguno de sus hermanos, desde Burgos a Logroño. El hijo de este Félix heredó su nombre y su oficio, al que también se dedicaban sus primos, y en 1959 se estableció en la calle Mayor de Logroño –en la que ya era Botas Rioja desde hacía más de 200 años– tras comprar el negocio al botero con el que había entrado a trabajar de niño como aprendiz. "Aquel botero que le traspasó el negocio a mi padre había sido a su vez aprendiz desde del botero anterior. Este es un oficio que siempre ha funcionado así, el maestro es el que transmite el oficio al aprendiz y con el tiempo él hace lo mismo", apunta Félix Barbero, que recibió el testigo de su padre y ahora lo ha transmitido a su vez a sus hijos que, ¿quién sabe?, tal vez hagan lo mismo con los suyos, "aunque aún son demasiado pequeños para saberlo".

Y es que "este es un oficio vocacional y también de tradición familiar. Lo vas mamando desde pequeñito, lo vas viendo, se te va quedando y terminas enamorándote de él. Tira mucho, la verdad", confiesa Barbero, un artesano que se lamenta de que no haya más boteros "porque la artesanía no está bien pagada. De hecho hace años llegué a conocer hasta quince artesanos boteros solo en La Rioja y hoy, en cambio, seremos ocho o diez en toda España, a lo mejor doce, exagerando mucho".

En Botas Rioja se sigue haciendo a mano, salvo el bordado, para el que hace unos años se compró una máquina. Una vez curtida, la piel de cabra es cortada y después se dobla de forma inversa a la natural y se le corta el pelo en escaleras para que agarre la capa de pez impermeable que, cada vez más, se está sustituyendo por una vejiga de látex para evitar que el aislante transmita sabores no deseados al vino que protege. Después se introduce el brocal para el llenado y el cordón para completar una bota que, en los últimos tiempos, está modernizando su aspecto exterior luciendo los más diversos colores incluso dibujos, manchas de cebra, de camuflajes, escudos, bordados y hasta nombres para personalizar este recipiente que hunde sus orígenes en lo más remoto de la historia del vino.

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