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Jon Cañas

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  • Laura S. Lara
  • 2022-06-28 00:00:00

Jon Cañas es el nieto, la frescura, la inquietud, el nervio. Desde Amaren, recoge el testigo familiar creando vinos de pueblo que ensalzan el valor y la tipicidad de cada suelo y cada viña. Con humildad, respeto, convicción y una tremenda admiración por sus antepasados.


Jon Cañas es la cuarta generación de un linaje bodeguero que da sentido a la expresión de pura cepa. Prácticamente ha crecido entre las viñas, aprendiendo las claves para hacer un buen vino de manos de los mejores. Su abuelo, Luis Cañas, y su padre, Juan Luis Cañas. Dos grandes maestros del vino, pioneros y referentes en la Rioja Alavesa.
Pero Jon no se incorporó de lleno al negocio familiar hasta los 26 años (ahora tiene 34). Primero estudió Enología en Laguardia, después estuvo en la producción y hoy, por fin, es el encargado de trasladar la personalidad de los viñedos de la familia a la botella. Lo hace con la ayuda de Rubén Jiménez, responsable de campo en Bodegas Amaren y Bodegas Luis Cañas. Son los Zipi y Zape de la viticultura. Tanto uno como otro insisten en que el viñedo lo es todo. Les obsesiona la búsqueda de la verdad en el vino, algo que solo se logra manteniendo intacto el campo, sacando el carácter de la uva a partir de cada viña.
Ubicada en Samaniego (Álava), Amaren –madre en euskera– es el homenaje de Jon a la madre biológica y a la madre naturaleza, pero sobre todo un reconocimiento a su abuela, Ángeles Herrera, una mujer fuerte, trabajadora y valiente que fue un pilar fundamental en el negocio hasta su fallecimiento en 1997. "Pensábamos que el patriarca era mi abuelo, porque además en esa época no se le daba el valor que se le tiene que dar a las mujeres, pero cuando ella murió, mi abuelo se paralizó, dejó de involucrarse en la bodega y mi padre empezó a preocuparse", recuerda Jon. "Nos dimos cuenta de que todas las facturas, las compras de las viñas, el enoturismo... todo lo gestionaba mi abuela. Ella era la verdadera matriarca. Somos una familia de matriarcado, porque mi madre, Begoña, también ha apoyado a mi padre desde el principio, incluso económicamente. Sin ellas no habríamos llegado a donde estamos".
Luis y Ángeles sentaron las bases de lo que hoy es Familia Luis Cañas (Bodegas Luis Cañas y Bodegas Amaren), pero también de lo que es la Rioja Alavesa. Todo empezó con ellos. El Jefe, como le llamaba cariñosamente su hijo Juan Luis, se marchó poco antes de la pandemia, pero está muy presente para Jon. "Me acuerdo mucho de cuando catábamos granos, de la dedicación. Le salían las lágrimas cuando hablaba de cómo habían trabajado él y mi abuela, y me enseñaba a separar las uvas, a reconocer las sensaciones que le daban en nariz y en boca. Tenía un vocabulario muy personal, que no tiene nada que ver con el argot técnico actual, pero yo entendía lo que quería transmitir. Y sabía catar de una manera que se nos ha olvidado a los enólogos. Probaba las uvas ya vendimiadas en bodega y por el tacto en la boca sabía de dónde venían, de qué parcela, de qué viña. Eso no se estudia".
Jon quiere recuperar todo este conocimiento en Amaren. Todo lo que su abuelo le transmitió. Con una fuerte dosis de frescura generacional, pero sobre todo con una humildad profunda y sincera. Él huye del protagonismo. "Me gusta hacer equipo, no me gusta la jerarquía. Odio el egocentrismo de algunas personas de este mundillo. Yo creo que lo que he aportado es el nerviosismo. Porque cuando llevas muchos años, te acomodas y dejas de tener ilusión por intentar hacer algo nuevo. Pienso que yo he devuelto a la bodega ese nervio, esas ganas de volver a probar cosas diferentes". Energía, desde luego, no le falta. Con una hiperactividad no diagnosticada y mucho sentido del humor, insiste en que los vinos se hacen entre todos. Y en ese todos primero está su padre. "Mi madre me cuenta que mi padre discutía con mi abuelo todo el tiempo. Mi padre quería hacer rosados, blancos, y mi abuelo le decía que nos iba a arruinar [ríe]. Yo creo que a mí me está pasando lo mismo con mi padre", cuenta Jon desde el cariño, dejando claro que entre padre e hijo hay una relación de respeto mutuo. "Mi padre ha supuesto una revolución en la Rioja Alavesa, y tuve que demostrarle que quería hacer cosas nuevas para que confiara en mí. Su presencia es importante, siempre me da una opinión desde la experiencia. Me dice: ‘Jon, te va a pasar esto, esto y esto’. Y siempre acierta. Pero me permite equivocarme, y así se aprende".
En esa labor de equipo en la que se apoyan los muros de Amaren también están implicados los viticultores a los que compran uva, con quienes tienen una relación sumamente estrecha. "Aquí ha inculcado mucho mi padre. La filosofía de la familia llega a todos los procesos, porque si hacemos buenos vinos es gracias a los agricultores, a los proveedores. Todos los bodegueros deberíamos cuidar al agricultor, porque, si no, no va a haber descendencia en las viñas. La edad media ahora mismo en Rioja Alavesa es de 56 años, un problema serio porque si no se produce un relevo generacional no habrá gente para llevar el campo. Para que no suceda hay que darle valor a la uva, con ayudas de algún tipo para que los jóvenes agricultores se queden. Para que los viñedos centenarios, que no son productivos, no se arranquen y se mantenga la riqueza varietal".
Precisamente ese amplio abanico de variedades, muchas redescubiertas y recuperadas, es lo que hace que los vinos de Amaren hablen del suelo, de la comarca. Una puesta en valor del territorio que pasa por el cuidado y la recuperación del paisaje desde la biodiversidad del viñedo. "Hay que intentar que nuestros suelos tengan la mínima intervención mecánica, que no parezcan jardines, que tengan un ecosistema, aunque no sean tan bonitos, porque es la única manera de aportarles mayor valor ecológico y medioambiental".

El alquimista del viñedo
A Jon lo que le gusta es investigar. Ponerse la bata de científico y mezclar ideas y conceptos hasta ver qué pasa. Parcelas, viñedos singulares, variedades recuperadas... Todo cabe en la probeta de Amaren. Para ello tienen un viñedo experimental y una recién estrenada zona de I+D+i. El sueño de cualquier alquimista.
En su afán por recuperar la diversidad varietal de la zona, explica que identificaron hasta 40 cepas. Algunas las plantaron sus abuelos tras la filoxera, pero otras son completamente desconocidas, sin parentesco. "Lo hemos embotellado ya todo este año, son cosas muy curiosas. Nos ayuda a tener información de primera mano y a descubrir, por ejemplo, que hay variedades que han estado al borde de la desaparición por su poca productividad pero tienen pH bajos, acideces altas y poco grado, que aguantan la sequía y maduran tarde, y que pueden ser perfectas para contrarrestar el cambio climático en plantaciones". Algunas de estas uvas recuperadas irán para mezcla, pero otras, como la Benedicto, considerada la madre de la Tempranillo, podrían convertirse en interesantes monovarietales.

Todo al blanco
A finales de los ochenta, Juan Luis Cañas fue pionero en recuperar la elaboración de blancos en Rioja Alavesa, y Jon continúa con el espíritu rompedor y visionario de su padre, como prueba su nuevo proyecto, que "empezó con cuatro viñas de cerca de 80 años, que se han quedado en dos. Lo elaboré en cemento este año, en vez de en madera, hice 1.200 litros en un diamante de 600 redondo y en otro ovalado, y metí en uno de ellos una bolsa con diferentes variedades blancas que hemos encontrado, la mitad con raspón y la mitad despalillada, y lleva todo el año macerándose en el depósito. Este mes la voy a sacar, la voy a prensar y la voy a guardar otro año en depósito, trabajándola con sus lías. La idea es juntar las dos elaboraciones a diferentes temperaturas, embotellarlo, tenerlo mucho tiempo en botella y que se llame Begoña, como mi madre".
¿Es cierto que el futuro de Rioja Alavesa es blanco? "Puede ser. El problema es que aquí no hemos aprendido a elaborar blancos hasta hace ocho años, cinco si me apuras. Se ha hecho siempre para refrescar la estructura tánica del tinto. Pero hoy es una tendencia mundial. Por eso empezamos a elaborarlo usando diferentes temperaturas y recipientes, buscando matices que ni siquiera sabíamos que podían aparecer en blancos. Es un buen momento para elaborar blancos de gran nivel en Rioja Alavesa, y somos muchos los bodegueros que estamos tras ello".
Y es que si algo odia Jon es que le llamen clásico. "Es un insulto para mí", bromea. Aunque en realidad habla muy en serio. Se refiere a cómo ha aprendido a encajar las críticas y las puntuaciones. "Es como si te examinaran cada año, y hay que aprender a separar lo que gusta a tus clientes y lo que interesa a los prescriptores, y buscar el equilibrio entre ambos criterios sin llegar a perder tu libertad. Hay que saber leer entre líneas, porque a veces las críticas no tienen coherencia y no pueden hacerte perder la dirección de tus vinos. Lo importante es ser fiel a lo que haces, pero no pensar que lo que tú opinas es lo único que vale". En su caso, la honestidad pasa por perseguir la elegancia. "La elegancia es la sutileza, la sedosidad en boca, ese tanino pulido que tiene matices de suelo y notas  frutales y balsámicas, una persistencia larga, una acidez natural, que se note que son uvas de altura. Un vino que te haga cerrar los ojos, que te inspire sin ser demasiado evidente, que no sea tan fácil saber lo que te quiere contar. Un vino diferente, singular", expone Jon.


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