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El vino salva a la Humanidad

  • Redacción
  • 2008-02-01 00:00:00

Hemos ilustrado el artículo con este cuadro de Albrecht Altdorfer (1480-1538), “Lot y su hija”, que representa un paisaje incestuoso, en el que, después de la destrucción de Sodoma y Gomorra (que aparece al fondo), las hijas de Lot emborrachan a su padre para llegar a procrear con él. Ellas son las únicas mujeres que han quedado después de la quema de la ciudad. Su instinto procreativo está más allá de cualquier consideración ética; es necesario perpetuar la especie: un deber moral que se encuentra por encima de los propios sujetos individuales. Y, aunque el acto en sí pueda parecer como algo execrable, sin embargo Altdorfer nos lo muestra como un acto sereno, sin rastro alguno de condena, lejos de esta narración bíblica: «Subió Lot desde Soar y se quedó a vivir en el monte con sus dos hijas, temeroso de vivir en Soar. El y sus dos hijas se instalaron en una cueva. La mayor dijo a la pequeña: Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven, vamos a darle vino a nuestro padre, nos acostaremos con él y así engendraremos descendencia. En efecto, dieron vino a su padre aquella misma noche, y entró la mayor y se acostó con su padre, sin que él se enterase de cuándo ella se acostó ni cuándo se levantó. Al día siguiente dijo la mayor a la pequeña: Mira, yo me he acostado anoche con mi padre. Vamos a darle vino también esta noche, y entras tú a acostarte con él, y así engendraremos de nuestro padre descendencia. Dieron, pues, también aquella noche vino a su padre, y levantándose la pequeña se acostó con él, sin que él se enterase de cuándo ella se acostó ni cuándo se levantó. Las dos hijas de Lot quedaron encintas de su padre.» Sólo ese rasgo de morbidez sexual no disimulada del padre arroja cierto aire de suave morbosidad incestuosa sobre el conjunto del cuadro. Y es que en el cuadro la leyenda tradicional parece invertirse. No están los dos cuerpos desnudos dentro de una cueva que trate de ocultar un acto inmoral, se encuentran en plena naturaleza, pero sin llegar a tener contacto directo con ella gracias al manto verde que recoge sus cuerpos. No es el padre el que está borracho; es su joven hija, de pechos púberes y formas corporales en todo su esplendor juvenil, con su sonrisa tranquila, la que mantiene un vaso de vino en su mano izquierda, de manera relajada, sin atisbo alguno de tensión ante el acto que está a punto de consumarse. La copa de vino, un producto nacido de la naturaleza y, a la vez, de la mano del hombre, va a convertirse en el elemento que hace posible que la especie humana no desaparezca. Gracias a esa copa de vino, la muchacha, aunque con la mirada desviada de su padre, nos ha librado de la extinción.

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