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Dionisos o la primera sabiduría

  • Redacción
  • 2000-05-01 00:00:00

Dionisos es sin duda alguna el dios humano por excelencia. Un dios que incluso muere, y en el que se expresan las más puras contradicciones del hombre. Un dios hombre, pero que hunde sus raíces en la pura naturaleza y animalidad, y que, sin embargo, “tiene la sabiduría”, en palabras de Eurípides. Su origen, para Herodoto, se encuentra en Egipto, aunque hoy día se le sitúa en Tracia. Se trata, pues, de un dios importado a Grecia, en donde sufrirá todas sus metamorfosis. Un dios que tiene su asentamiento en los aspectos más materiales de la vida humana y que nos remite a los verdaderos comienzos de nuestra civilización, cuando la agricultura empieza a surgir en torno al 7000 a.C. en la zona del Cercano Oriente. En Godin Tepe, en el año 1970 se encontró un ánfora de 3500 a.C. con restos de taninos y ácido tartárico, lo cual nos hace deducir sin dificultad que contenía vino. Habría, pues, que rectificar la famosa frase de Hesiodo de que “el hombre es un animal que come pan”, por esta otra más adecuada: “el hombre es un animal que bebe vino”.
Está Dionisos, de esta forma, enraizado con el arte, con el buen hacer del hombre, con la orgía en lo que ésta tiene de arte (como había visto Nietzsche), aparte de esa pura liberación animal de los instintos. Porque en ese trance final de la orgía, cuando se llega al punto culminante del éxtasis, se produce un desprendimiento del conocimiento, a través del cual, los poseídos de Dionisos “ven” lo que los no iniciados no podrán nunca llegar a ver. Es la primera revelación de la verdad que Filón resume en esta frase: “Los poseídos por el frenesí dionisíaco cuando llegan al ápice de su éxtasis, pueden incluso contemplar el objeto de su más vivo deseo”.
En las fuentes más antiguas se atribuye a Dionisos un poder esencial que define al hombre como tal, su poder de visión de futuro, la capacidad de prolepsis, de anticipar el conocimiento de la verdad: “Porque éste cuando alcanza su realización plena en el éxtasis, se aparta de la propia vida”. Dionisos entra aquí en una detonante contradicción, pues a pesar de ser considerado como el dios del deseo, del apetito y de la tensión sexual, en sus rituales las bacantes se niegan a cualquier clase de relación sexual, y salen intactas de los violentos ataques de los sátiros. Él mismo se nos muestra simultáneamente como masculino y femenino, quizás debido también a que Dionisos es el dios “de formas cambiantes”, el joven afeminado y el viejo de luenga barba. Él representa esa primera sabiduría de una radicalidad absoluta y a la vez juvenil, porque mientras juega, mata; con rostro de mujer, ríe y, al mismo tiempo, destruye. Cuando ese dios llega a apoderarse de un cuerpo, hace predecir el futuro a los están fuera de sí. Una verdad que es adivinación. Este dios “con la gracia de Afrodita en sus ojos color vino” tiene en sus manos, a través del conocimiento, el remedio de la vida: “Y dicen los habitantes de Anfoclea que ese dios se ha convertido para ellos en un adivino que alivia sus enfermedades”. Para ver la dimensión humana de los procesos subyacentes a este dios, recordemos las siguientes palabras de Cicerón: “nada mejor que aquellos misterios, que nos arrancaron de la vida primitiva y bárbara y nos han llevado a un humanismo culto y refinado... Así hemos podido conocer los principios de la vida, que nos hace vivir no sólo con alegría, sino con una mejor esperanza en la muerte”.
Nace “enraizado”, pues, Dionisos en el terruño de la vid, y despega hacia el resplandor del conocimiento propiamente humano.
Carlos Iglesias

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