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Cayo Plinio y el vino (1)

  • Redacción
  • 2001-05-01 00:00:00

Hay muchas clases de libros, muchas, quizás demasiadas, pero hay algunos libros, no muchos, es cierto, que simplemente apabullan, que te dejan anonadado. Y uno de ellos es, sin duda, el de Cayo Plinio Segundo, su Historia Natural, que Francisco Hernández, historiador de Felipe II, trasladó al castellano, y es muy de agradecer que la editorial Visor nos edite estos tres magníficos tomos de Cayo Plinio.
No, no se preocupen que también Plinio habla de vino. ¡Y cómo habla! En su “Libro Decimocuarto” (Las vides y las viñas) nos describe vinos y más vinos, sus cualidades, su origen, su discurrir por el paladar, de tal manera que sus descripciones harían palidecer a más de un catador y enólogo de hoy día. Metáforas deslumbrantes estallan por doquier a lo largo del libro, como cuando nos habla del vino “maroneo”, alabado ya por Homero (que dice deber mezclarse este vino con veinte partes de agua), y que “... se dura hasta hoy en aquella tierra la misma fuerza a su casta y aquel vigor indómito, de color negro, oloroso y que se engrasava con la antigüedad”.
O la no menos contundente definición del vino que pone en boca de Andrócides, “varón esclarecido en sabiduría”, que aconseja a Alejandro el Magno de esta forma: “refrenándole en la destemplanza y diziendo: Cuando quisieres bever, acúerdate, ¡oh rey!, que beves la sangre de la tierra. De manera que, con razón, se puede dezir del vino no haver cosa para las fuerzas del cuerpo más provechosa si se beve con templanza”.
En líneas generales el vino sale muy bien parado, no sólo es un bien de placer y gusto, también tiene sus buenos efectos para la salud: “Tomóse, asimismo, de las viñas, en modo de combatir. En las medicinas tienen tan principal lugar que son los vinos, por sí solos, remedios”. Y no hablemos de la cantidad de vides que describe Plinio, para darse cuenta de la importancia que concede a este quehacer humano que es el vino. Desde vides en “Hespaña” como la “cocolobís” de “racimos ralos, y que resisten a los ábregos y calor... Dízese ser sus vinos muy provechosos para los males de la bexiga”, hasta la “mérica”, “firmísima contra toda estrella, de uvas negras y vinos que se tornan bermexos a la vejez”, y que se dan en Italia.
No faltan las críticas: “De los demás que nacen en Provenza no se puede certificar nada porque inficionan sus bodegas con ungüentos y humo”. Por lo que se ve ya existían, y parece que con cierta asiduidad, las alteraciones: “porque adulteran, ni más ni menos, con acíbar su sabor y color”.
Pero nuestro patrio Intérprete no se queda atrás en conocimientos sobre el vino: “Hay, pues, innumerables maneras y diferencias de vino y uvas, causados de su calor, color, olor, substancia, preparación, edad, vides, suelo y de otras cosas semejantes de que se conoscen muy bien su naturaleza y facultades...” Para nuestro Intérprete son tantas las propiedades que atesora la fabricación del buen vino, que relatarlas todas sería prácticamente imposible, y esto debido a que dicha fabricación se enraíza en lo más profundo, y más sustancioso, de la cultura humana. “Ansí por el modo de su cultura como de tan varios y monstruosos enxertos como inventa cada día la curiosidad e industria humana”. No deben extrañar estas palabras de nuestro Intérprete, también en España, como ya hemos comentado en alguna ocasión. La industria del vino tenía una pujanza envidiable, y los conocimientos vinícolas alcanzaban un alto nivel. Que un historiador de gran fuste se ocupe de este asunto da una fehaciente prueba de ello.

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