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La Ilíada: el vino divino(I)

  • Redacción
  • 2001-10-01 00:00:00

Sin atenernos a orden alguno cronológico, hemos ido contando hechos históricos significativos que tuvieran una relación directa con el vino. Hoy nos toca enfrentarnos con nuestra primera y grandiosa, en todos los aspectos, manifestación literaria: la Iliada. Mezcla narrativa en la que lo divino y lo humano se entretejen en sutiles estructuras, y donde sería harto complicado separar alguno de estos aspectos con sentido propio. Y el vino no podía ser menos.
Presente ya desde el principio, incluso acuñado con una de esas famosas fórmulas que Homero repite a través de todo el texto: “Después de saciar el apetito de bebida y comida”. Pero no, no se trata sólo de saciar, de resolver una pura y simple necesidad física, pues el vino, en Homero, tiene asignadas más nobles funciones. Él está presente en las grandes ocasiones, aquellas en las que lo humano se manifiesta en todo su esplendor, y adquiere su verdadero espesor, traspasa los lindes de la animalidad y se acerca a lo divino.
Habla Néstor: “En el fuego ojalá ya estuvieran consejos y afanes de hombres,/ pactos sellados con vino puro y diestras en las que confiábamos”. Vino puro para sellar un acto social de máxima importancia. Y por esto también, en un momento crucial, en el Canto I, también está presente: “Después de saciar el apetito de bebida y de comida,/ los muchachos colmaron crateras de bebida,/ que repartieron entre todos tras ofrendar las primicias en copas./ Todo el día estuvieron propiciando al dios con cantos y danzas.” Sí, es cierto que primero uno se sacia, pero luego el vino comienza a rendir otras funciones más “dignas” que llegan a los dioses.
No es de extrañar que el ojeto preferido por Aquiles -su bien más preciado que se encuentra “en un arca, bella, primorosa, que Tetis, la de argénteos pies, le había depositado en la nave”- sea una copa: “Allí estaba su labrada copa: ningún otro hombre/ bebía de ella el rutilante vino y a ningún dios/ más que a Zeus padre hacía libaciones con ella/... También él se lavó las manos y apuró el rutilante vino./ Luego, de pie en medio del vallado, oró y vertió el vino,/ mirando al cielo; y lo vio Zeus.” No creo que exista, ahora, duda alguna. El vino sacralizado, un producto de la mano del hombre se ofrece a Zeus, el poder de los poderes, porque sólo el vino puede representar al hombre ante el dios de los dioses, sólo el vino puede hacer que Zeus dirija sus ojos hacia los mortales.
Y Tetis, madre de Aquiles, después de escuchar el “pavoroso gemido” que suelta su hijo, que retumba en la tierra y en los cielos, al enterarse de la muerte de su fiel y querido amigo Patroclo, pronuncia estas palabras: “... y yo lo crié como a la planta sobre la colina del viñedo”. Su bien más preciado, su hijo, por el que es capaz de llevar a cabo cualquier cosa, lo ha criado con el mismo esmero con que cría la planta del viñedo. De nuevo el vino se eleva a la categoría suprema de lo humano, y en esta ocasión con referencia al gran sentimiento: la maternidad.
Y tenemos prersente al vino en otra solemne ocasión, cuando Tetis le ruega a Hefesto, el cojitranco (Dios artífice, hijo de Zeus y de Hera, señor de los metales y del fuego técnico), elaborar un escudo monumental, incomparable con cualquier otra obra humana, Hefesto realiza una representación grandiosa y cósmica en la que el vino tiene un gran papel.
Carlos Iglesias

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