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Embriaguez liberadora

  • Redacción
  • 2002-03-01 00:00:00

En un diario español muy sesudo, un caballero muy erudito hacía un comentario un tanto pintoresco en torno al vino en la antigüedad, en el que afirmaba que por entonces no se tomaba vino puro, ya que todos los vinos eran producto de una mezcla. Tal afirmación parece desmentir, incluso, al propio Homero, puesto que en nuestro anterior artículo el vino que bebe Polifemo es “un vino generoso y sin mezcla”. Sí hay, y se bebe, pues, vino puro. Aún más, existe el acratopotes, que es el bebedor de vino puro, y también el acratoforos, Dionisio, donador del vino puro; y el ácratos es el nombre del vino puro, sin mezcla alguna.
Hay, es cierto, un consumo predominante del vino con mezcla. Baste citar una de las abundantes frases de Homero “... hacíanles los unos en cráteras la mezcla de agua y del vino”; pero no está tan claro, en muchos contextos, que esa mezcla no sea en realidad una mezcla, un verdadero trasiego en definitiva, para de este modo llegar a conseguir un vino de superior calidad. Por ejemplo cuando nos dice: “preparóles en una cratera el anciano una mezcla de vino generoso, guardado once años, habíalo la buena despensera sacado, y soltó de la tapa los hilos”. Un vino que se cuida como una joya: “cuidado no más que por vieja sirvienta, que le da de beber y de comer cuando toma sus miembros la fatiga de tanto subir por su viña del monte”.
Pero no podía faltar una referencia al buen amante del vino, que no sólo lo bebe sino que también lo cultiva y se da el placer de beberlo en las mejores ocasiones, con pleno conocimiento técnico de su elaboración. Lo cultiva con esmero: “Tiene Alcínoo allí mismo plantada una ubérrima viña, y a su lado se ve un secadero en abierta explanada donde da recio sol; de las uvas vendimian las unas mientras pisan las otras”. Un conocimiento básico para disfrutar al máximo de la degustación: “y el copero les saca de la gruesa cratera el licor y lo escancia en las copas, ¡nada encuentro pensando entre mí más hermoso y más grato!”. Conocimiento y placer unidos en feliz apareamiento. O bien textos que nos hacen retroceder, regresar al mundo de la ingenuidad y de la candidez, a través del vino: “...como niños sin juicio negánrose a oirme: seguían en la playa bebiéndose el vino...”
Pero también el vino es un acompañante fiel y asiduo del lado serio y trágico de la vida: “libaréis a todos los muertos vertiendo, primero, una mezcla de leche con miel y después vino dulce, finalmente agua pura”.
Y también en los excesos de la vida tiene que ver el vino, asociado al lóbrego destino, reflejado en las palabras que pronuncia Elpénor cuando Ulises hace su visita al Hades: “Me perdieron mi suerte fatal y el exceso de vino”.
Por esto el vino debe ser servido en los recipientes más preciados: “y puso unas copas de oro que el heraldo una y otra vez les llenaba de vino”, y debe ser recibido con devoción: “... y beban en silencio esos hombres”.

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