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Qué hacen unos monos en la taberna (I)

  • Redacción
  • 2003-09-01 00:00:00

Hay un cuadro de David Teniers el Joven (1610-90) con unos monos en la taberna (no es el único cuadro de él en el que aparecen monos) que no deja de ser un tanto inquietante y, más allá de cualquier consideración estética, plantea una serie de cuestiones centrales de nuestra cultura moderna. En primer lugar es necesario subrayar que Teniers constituye una atalaya privilegiada, tanto por los avatares de su vida como por su duración, para contemplar las nuevas formas de vida moderna que en el XVII ya empiezan a cristalizar. Formas de vida cuyo denominador común gira en torno al concepto de gusto. Massialot en el prefacio de El cocinero real y burgués nos dice: «El hombre no es en todo lugar capaz de ese discernimiento que, no obstante, es una luz de su razón y de su espíritu... Solamente en Europa reina la pulcritud, el buen gusto y la maestría en el arreglo de las viandas». Un buen gusto que lleva implícito un amor hacia el vino que Hypolito de Taine (en su Filosofía del arte) incardina con perfecta precisión y claridad: «... y en Bélgica, al aminorarse el voraz apetito germánico, se transforma en sensualidad gastronómica. Son muy devotos en el arte de cocinar. Según ellos, no sabemos tratar nuestros vinos con el respeto que se merecen; es preciso ser belga para cuidarlos y saborearlos como es debido. No hay hotel importante que no tenga una bodega bien provista de marcas selectas y variadas... Un comerciante que ha hecho sus ahorros tiene en la cueva enarenada doce mil botellas, clasificadas escrupulosamente; es su biblioteca. Allí un hombre que da una comida sabe escalonar sus vinos de manera que no se apague el entusiasmo y que los comensales beban cuanto más mejor... También la vista tiene los refinamientos del paladar, y la pintura es para aquella un exquisito festín.» El vino se estaba convirtiendo en una piedra de toque esencial para llegar a comprender las nuevas formas de vida. Si miramos hacia atrás, Pierino del Vaga sólo encontró «la única felicidad y reposo de sus fatigas en las tabernas». Las representaciones de bebedores inveterados de Frans Hals parecen hacer honor a sus propias borracheras; su vida fue una lucha constante contra sus acreedores, pero: «Aunque F. Hals estaba generalmente ebrio todas las noches, sus discípulos le tenían en la mayor estima». El hombre alcanza su verdadera autorrealización a través de las sensaciones que le proporciona su cuerpo, y éste se erige en el receptáculo que va recogiendo los poderes otrora atribuidos a seres superiores; el cuerpo humano va absorbiendo las excelencias que antes se depositaban en el «alma». Y en este proceso España desempeñó un papel esencial. Baste apuntar a nuestro Huarte de San Juan, cuyo Examen de ingenios para las ciencias tuvo una enorme difusión por toda Europa: «... lo que es más de notar que entre los brutos animales, aquellos que se van llegando más a la prudencia y discreción humana (como es la mona, la zorra y el perro), tienen mayor cantidad de cerebro que los otros». Elevación del cuerpo, pero no sólo el cuerpo humano sino también el puramente animal, y si éste posee parte de las características humanas es necesario que se plasmen en actividades humanas. ¿Y qué mejor que en el acto de beber?

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