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La vida en un vaso

  • Redacción
  • 2003-12-01 00:00:00

No persigas el oro. Y bebe, que una vida tan llena de pesares hay que pasarla toda en un sueño profundo o embriagado de vino. Omar Khayyam Volvamos a otro cuadro, esta vez de G. Terborch, del siglo XVII, con la mujer como protagonista. Una mujer sola, en su cuarto, que parece un pequeño gabinete bien cuidado y en el cual reina un orden esmerado. Unos papeles encima de la mesa nos reflejan, de entrada, una vida interior nada vulgar. Deducimos, también, que en ella este su hacer es algo habitual, pues su espléndida pluma descansa en un exquisito tintero que denota el empleo que de él se hace. Es, pues, una época en la que la comunicación, a través de cartas de contenidos muy diversos, empieza a convertirse en un factor determinante de la vida social (sólo tenemos que recordar, por ejemplo, la intensa correspondencia que se produce en toda Europa en el ámbito científico: caso de Descartes con Mersenne); un hecho propiciado por el rápido incremento de las infraestructuras comunicativas en nuestro continente). Y en este cuadro de Terborch se alzan con clara contundencia, también, unas nuevas formas de vida que afloran ya en toda su pujanza. La vida interior deja de ser algo exótico, algo extravagante carente de sentido, para convertirse en el pivote sobre el que gira nuestra existencia, henchida de pequeños detalles que le confieren su verdadero valor. Y es que esa copa, a poco que se la quiera escuchar, está dispuesta a contarnos todo un rosario de historias de la vida cotidiana que destilan y chorrean vitalidad por doquier. En esa copa se refleja, con perfecta nitidez, lo que alberga a su alrededor, todo aquello que ha surgido en su entorno inmediato. Ella es la acompañante fiel de los sentimientos, y el vino que contiene no hay signo alguno que nos hable de efectos especiales en su receptora; copa, contenido y la joven forman un todo en sólida conjunción; la jarra nos advierte, con su no rusticidad, que engrana y no desentona con el resto de la escena. La joven, por su parte, no bebe impulsivamente. No está desahogando sus penas. El beber, en ella, forma parte de una ceremonia en la que cada detalle revela su íntimo significado. Ella está acostumbrada, se nota en cómo sujeta con elegancia, y además con su mano izquierda, el vaso; con sus labios cerrados nos indica su estado olfativo, primero es oler el vino para después gozar de él en toda su plenitud. De este modo la bebida se convierte en una fiel aliada de su estado anímico y se incorpora y mezcla inextricablemente con su personalidad. Por todo esto la cita sufista que encabeza nuestro artículo nos dice que es necesario pasar esta vida en el profundo sueño que nos ofrece el vino.

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