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El vino onírico de Dalí

  • Redacción
  • 2004-07-01 00:00:00

Miguel Mateu Pla adquiría en 1923 el Castillo de Perelada con la sana intención de recuperar la tradición vitivinícola de la zona de Ampurdán, que se remonta al siglo XV (aunque ya cinco siglos a. n. e. los primeros focenses, establecidos en la zona, practicaban el cultivo de la vid) a raíz de que los monjes carmelitas construyeran la bodega del convento. No es, pues, esta zona huérfana en cuanto a vinos se refiere. Ya Hans Christian Andersen en su Viaje por España (1862) nos decía: “En Figueres nos esperaba preparada la mesa del almuerzo (…) La mesa desbordaba comidas, platas con carnes de toda clase, pescado cocido y pescado frito (…) Frutas sin comparación, vino flameante…” Y es en esta zona, impregnada de esencias de vino, en donde hace 100 años nació uno de nuestros genios: Salvador Dalí. Una propuesta de Art and Gastronomy preparó un calendario gastronómico daliniano a base de las preferencias gastronómicas de Dalí: oca, pato, patés de cerdo, huevos, mariscos, caracoles y hormigas y, por su puesto, el chocolate. En su libro The Secret Life Dalí había dejado constancia de sus gustos, y las referencias a la gastronomía son constantes, sin olvidar “Les diners de Gala” para el que pintó doce ilustraciones. Tampoco faltan las referencias directas a la estrecha relación de sus obras con la gastronomía: “Me gustan las chuletas y me gusta mi mujer, no veo ninguna razón para no pintarlas juntas”, dice Dalí al hablar sobre su cuadro Gala con dos chuletas de cordero en equilibrio sobre su hombro (1933), o esta otra: “Podéis estar seguros de que los famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico”, porque la idea del cuadro “La persistencia de la memoria” le llegó mientras comía un queso camembert. Para Dalí “casi todas las acciones pueden ser evocadas por una metáfora de devoramiento”, puesto que el hombre se manifiesta tal cual es “cuando tiene un tenedor en la mano”, de lo cual se deriva que “el órgano más filosófico sean nuestras mandíbulas” hasta llegar a su famosa frase “no puedo imaginarme una sociedad sin gastronomía evolucionada”. En el reservado del Celler de Ca la Teta del restaurante del hotel Duran de Figueres tenían lugar sus comidas para que “fueran un espectáculo”, a base de platos sencillos: “Sopa de tomillo muy caliente con un huevo, morro y pata de ternera, pies de cerdo, costillas de cordero con patatas fritas, tortilla a la francesa, gambas y cigalas a la plancha, de las que sólo ingería la cola, y fruta y butifarra dulce de postres”, acompañadas de dos vasos de vino de la Rioja, nos dice Pairó. Y el vino está presente en varios de sus cuadros (un día habrá que comentar su Fantasma de Vermeer Van Delft que puede ser utilizado como mesa (1934). Éste que hemos escogido, “Destete del mueble alimento” (1934), inquieta no menos que los versos de Lorca a Dalí “Marineros que ignoran el vino y la penumbra, decapitan sirenas en los mares de plomo”. En el cuadro la bahía de Porlligat se nos muestra invertida como símbolo visionario del tema. A nuestra derecha la botella, encajada en un mueble, cuyas dimensiones corresponden a los pechos de la mujer, apoyada majestuosamente. La botella, con cierta semejanza a un biberón. Continuidad, pues, de la vida primigenia, la leche, con el paso vital del tiempo que queda atravesado por el vino. No nos extrañe que las Bodegas Torre del Veguer hayan bautizado una nueva línea de vinos con el nombre de “Raïms de la Inmortalitat”, en honor a la famosa reproducción gráfica del mismo nombre de pintor.

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