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¿Vino de finca contra vino de marca?

  • Redacción
  • 2006-12-01 00:00:00

Las etiquetas de los vinos no siempre sirven de guía para una elección inteligente. A veces el consumidor ni consigue conocer la procedencia exacta del vino. Vino de finca, embotellado en origen, embotellado por, finca vinícola, finca cooperativa... todas estas expresiones se pueden encontrar en las etiquetas de las botellas como indicación de su procedencia. Algunas de ellas han provocado verdaderas guerras de religión en cuanto a su reglamentación legal. Por ejemplo con la designación “Embotellado en la finca”, los vinicultores pretenden distinguirse tanto de las cooperativas y su “Embotellado en origen” como de las grandes bodegas, que sólo se definen con “Embotellado por...”. En ocasiones, los detalles son diabólicos: si una finca firma como tal, pero en la etiqueta también se indica “Embotellado por...”, lo cual significa que se trata de un vino comprado a otros productores, entonces ya se ha incurrido en un delito. El vino en cuestión se ha de retirar del comercio y el vinicultor deberá pagar una multa. Pero a fin de cuentas, estas bagatelas sólo interesan a la oficina de control del vino, porque a la mayoría de los consumidores les da igual, pues este tipo de indicaciones no da información alguna sobre la calidad del vino. La gran confusión De hecho, hace ya mucho tiempo que los límites se han difuminado. Algunos productores con viñedos propios que se han ganado buena fama en este mundillo, son además exitosos productores de artículos de marca. El ejemplo más destacado quizá sea la casa Baron Philippe de Rothschild, propietaria de Château Mouton Rothschild, premier cru de Burdeos, que además comercializa el vino de marca Mouton Cadet. A pesar de que su calidad no es precisamente notable, ya ha alcanzado ediciones de 17 millones de botellas. El contenido lo adquieren por toda la región de Burdeos. No pocos amantes del vino creerán que han descubierto un “auténtico Mouton” cuyo precio de venta se debe a un error del comerciante... De modo similar, pero con ediciones más reducidas, opera Domaines Barons de Rothschild, también propietario del premier cru Château Lafite, con la Collection Barons de Rothschild-Lafite introducida en 1995 que, con denominaciones como Légende, Réserve Speciale o Saga, da la impresión de que se trata de vinos Lafite ultra superiores. Otros nombres, por el contrario, poseen carácter de marca, aunque tras una serie de vinos se oculte la propia producción de uva. Este es el caso, por ejemplo, del gigante californiano Gallo. La diferencia se reconoce sobre todo en el precio. Hace mucho tiempo que los vinicultores de Alemania y Austria tampoco se surten exclusivamente de su propio terruño. Las casas Franz Keller y Joachim Heger de Baden trabajan con cooperativas de productores; para marcar la diferencia, Joachim Heger fundó hace veinte años la casa de vinos Heger. Y los austriacos Fred Loimer y la familia Jurtschitsch (ambos de Kamptal), así como Gernot Heinrich, de Burgenland, han demostrado con Lois, GrüVe y el vino de la tierra RED que se pueden elaborar vinos de marca junto a los vinos de finca, y convertirlos en pilares importantes de su producción. Carlos Falcó La calidad como bandera Desde el año 2000, un grupo de productores de vinos de pago, es decir, elaborados con uvas de sus propias fincas, decidieron unirse para revindicar el vino de terruño. Esta asociación, sin ánimo de lucro, pasaría a llamarse en 2003 Grandes Pagos de España. Hasta la fecha son 20 las bodegas inscritas pertenecientes a casi todas las comunidades autónomas, a excepción de Andalucía. Para poder entrar a formar parte de este selecto grupo, nos comenta Carlos Falcó, su presidente, se exigen ciertos requisitos. Primero y más importante, la bodega tiene que demostrar una trayectoria de calidad reconocida por el mercado, tanto nacional como internacional durante al menos cinco años. ¿Cómo se valora esto? Pues bien, los criterios están basados en las puntuaciones y valoraciones obtenidas en guías de vinos, artículos en revistas, posicionamiento en las cartas de los restaurantes, etc. Para ello la bodega aspirante deberá presentar un dossier de prensa en el que se reflejen los puntos citados anteriormente. Pasado este primer escalón, se procederá a catar su vino. Si este goza del beneplácito de, al menos, 2/3 del equipo de cata formado por los propios bodegueros, será aceptado en la asociación. Por supuesto, el vino tiene que estar identificado con un pago en concreto. Por ejemplo, de la bodega Viñas del Vero solamente se incluye el Secastilla, pero no el Blecua, aunque este vino haya sido elaborado con una selección de sus mejores depósitos. Y lo mismo ocurre con el Grupo Martínez Bujanda en el que sólo se incluye su vino Finca Valpiedra. En resumen, se trata de que el vino refleje las características singulares del pago, su mineralidad, sus elementos sutiles identificativos que los distinguen incluso de otros vinos de zonas adyacentes. Y claro está, si un vino pierde su prestigio, será expulsado. Triunfa el rigor Como ocurriera en Francia con la famosa clasificación de Burdeos, que afectaba a los vinos del Medoc y blancos dulces del Sauternes, fue el emperador Napoleón III el que estableció un sistema de clasificación basándose en las estadísticas de la actividad comercial de cada uno de los vinos. Para ello los dividió en cinco niveles de calidad (desde primer cru a quinto cru) según el valor al que se cotizaba cada botella. Sin embargo, un nuevo sistema de clasificación de St-Émilion, inaugurado en 1955, resulta más justo pues cada diez años se controla si conserva el nivel de calidad. En Borgoña, por ejemplo, se da más importancia a la clasificación de determinados viñedos que a las fincas. En definitiva, España desde 2003, ha incorporado una nueva clasificación, dentro de la pirámide de calidad: los Vinos de Pagos, que quiere imitar a la clasificación francesa aunque con algunas diferencias. Hasta ahora, cuatro son las existentes: Domino de Valdepusa, Finca Élez, Pago Guijoso y Dehesa del Carrizal, todos manchegos. Se entiende que para llegar aquí han tenido que disfrutar de los elogios del público y la crítica durante cinco años. Para el consumidor, que se pierde entre las nomenclaturas, esta mención es sinónimo de alta calidad aunque realmente es así en todos los vinos elaborados por la bodega. Este mismo fenómeno ocurre en otras regiones de prestigio, y nadie les impide colocar en el mercado vinos a un euro con el logotipo del Consejo Regulador, aun sabiendo que están desprestigiándola. En resumen, ya que cuatro bodegueros han decidido dar un paso tan importante, ¿no deberían establecer una clasificación de calidad entre sus propios vinos, que ayudara al consumidor a una elección más precisa? Javier Pulido

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