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Demos de beber a la Lozana Andaluza

  • Redacción
  • 2007-03-01 00:00:00

Obscena, inmunda y fea, cuyo valor es nulo». Estas son palabras de nuestro ínclito y pío M. Pelayo sobre la obra de Francisco Delicado «Retrato de la Lozana Andaluza en lengua española muy clarísima, compuesto en Roma». Un juicio que, viniendo de quien viene, se puede invertir totalmente, porque en ella encontramos toda la pujanza y vitalidad renacentistas, incluso diríamos esa vitalidad que preside ciertas vidas, que tienen como motivo central de sus existencias el goce corporal. Y uno de estos goces consiste en beber. Un goce del cual nuestra impoluta Ministra quiere también privarnos, para convertirnos en etéreos ángeles sin mácula alguna. No era de este virginal parecer nuestra Lozana, nuestra Aldonza, para quien, entre sus prioridades, el buen beber ocupaba un destacado lugar en su vida: «LOZANA.- ¿Cuándo? Soy vuestra sin eso y con eso. Véngase a mi casa esta noche y jugaremos castañas, y probará mi vino, que raspa. Sea a cena, haré una cazuela de peje, que dicen que venden unas acedías frescas vivas, y no tengo quién me vaya por ellas y por un cardo.» Opinión que el autor de la obra comparte, pues en el vino reside la verdadera y sana lujuria, cuando ésta es entendida: «AUTOR.- ¡Hi, hi! Veis, viene el vino, in quo est luxuria. LOZANA.- Dame a beber, y da el resto del ducado a su dueño. RAMPÍN.- ¿Qué resto? Veislo ahí, todo es guarnacha y malvasía de Candía, que cuesta dos julios el bocal, ¿y queréis resto? LOZANA.- ¡Mirá el borracho! ¿Y por fuerza habéis vos de traer guarnacha? ¡Si trajerais corso o griego, y no expendiera tanto!» Porque Aldonza es una buena conocedora de vinos: «Y la villa de Santa María, que es otra fortaleza que hace cien fuegos, y toda la tierra hace mil quinientos, y tiene buenos vinos torronteses y albillos y aloques; tiene gran campiña, donde la diosa Ceresa se huelga.» Incluso el vino es remedio eficaz para ciertas enfermedades: «Y ella majó presto un rábano sin las hojas, y metiolo en vinagre fuerte, y púsoselo sobre el corazón y pulsos; y cuando fue la peste, ella en Velitre hizo esto mismo en vino bueno, y que tomase siempre placer, y que no se curase de otras píldoras ni purgas.» Su trabajo sexual siempre es bien renumerado con vinos de primera: «VALIJERO.- Por eso, mejor, que yo enviaré el vino, y será de lo que bebe su señoría.» Porque, además, la gente que la rodea también tiene buen gaznate vinícola: «¡Pues estaría fresca si comprase el pan para mí, y para todas esas gallinas, y para quien me viene a lavar, que son dos mujeres, y doyles un carlín, o un real y la despensa, que beben más que hilan! Y vino, que en otra casa beberían lo que yo derramo porque me lo traigan fresco, que en esta tierra se quiere beber como sale de la bota.»

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