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Las copas de vino

  • Redacción
  • 2009-03-01 00:00:00

En la mesa, la copa adecuada no sólo es importante para vista. También es decisiva en la impresión organoléptica del vino. Antaño la gente era más fácil de contentar en lo referente a los recipientes para beber. Les valía un cuerno de vaca, medio coco vaciado o una concha. Luego aparecieron los recipientes de barro. También se empleó la madera, sobre todo la de árboles cubiertos de hiedra, pues se pensaba que contrarrestaba la embriaguez. El cristal se fabricó por primera vez hace unos 5.000 años en el norte de África. Quizás el azar desempeñó algún papel en el descubrimiento de que arena, soda y cal se pueden fundir para formar este material, que pronto se consideró valioso. Hacia el 1500 a.C. ya existían recipientes de cristal artístico. Más tarde, los fenicios siguieron desarrollando este oficio y los romanos cultivaron el placer de beber en recipientes de vidrio. Se habían dado cuenta de que el vino sabe mejor en copas de cristal que en recipientes de arcilla. Tras la caída del Imperio Romano, el arte de la fabricación del vidrio cayó en el olvido, y no renacería hasta el siglo XII en Venecia y Génova. No sólo se fabricaban objetos decorativos de cristal, también copas de vino como objetos de arte, moteadas de color o con diversos pulidos y tallas. Pero desde hace unos treinta años, los fabricantes de copas y los sibaritas están reflexionando sobre el hecho de que tales ornamentos son superfluos para la apreciación del vino, pero que la forma de la copa sí induce una distinta percepción del vino. Hoy podemos preguntarnos cuántas copas distintas necesita un amante del vino. Algunos productores han desarrollado un diseño diferente para cada variedad de cepa relevante, lo cual ya es rizar mucho el rizo. Porque incluso los vinos varietales, según su procedencia y hechuras, pueden tener un sabor muy diferente. Por ejemplo podemos encontrar distintos tempranillos, desde el riojano mineral, al Tempranillo de altura, como el de las Alpujarras, más ácido, o tempranillos dulces, o blancos Por ello, a la hora de comprar copas, conviene centrarse en los colores o, mejor aún, en los tipos de vino (es decir, en los preferidos de cada uno). Algunas son especialmente adecuadas para vinos ligeros, otras para los más vigorosos -tanto blancos como tintos-. En el caso del rosado, la copa debería realzar la frutalidad. Un vino de crianza suele precisar el contacto con el aire para desarrollar sus aromas o para desprender posibles notas añejas, por lo que la copa debería ser ancha y de boca más bien abierta, para que el vino presente una mayor superficie a la aireación. También hay copas especiales para vinos de aguja y para especialidades dulces nobles. Para formar un equipamiento básico son suficientes entre cuatro y seis tipos diferentes. Se puede recomendar, como regla general, que la parte superior o receptáculo de la copa sea de cristal fino, sin coloraciones, ornamentos, pulimentados ni tallas; pueden estar preparadas para el lavavajillas; y la altura del pie, desde el cáliz hasta la base, debe tener como mínimo el ancho de la mano. El truco rápido Al sacar las copas de su caja o del armario, puede que conserven algún rastro de olor del embalaje o del lugar de almacenamiento. Se pueden enjuagar con agua o bien envinarlas (es decir, verter un dedo de vino en la copa, hacerlo girar por su interior y luego tirar el líquido). Incluso es posible enjuagarlas con aire: con una copa en cada mano, agitar los brazos con fuerza hasta oírlas silbar. En cuanto al lugar para guardar las copas, hay que tener en cuenta que el cristal es microporoso y, por ello, puede impregnarse de olores ambientales. Esto se percibe especialmente cuando, tras lavar las copas, se han dejado escurrir sobre un paño limpio: cuando ya están secas, huelen claramente a paño o a detergente. Los armarios también pueden dejar rastros de olores persistentes que no es posible paliar más que envinando.

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