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Rusia, ¿territorio vinícola?

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  • Redacción
  • 2018-06-08 11:48:00

Cuna del ajedrez, la revolución y el espionaje, paraíso del vodka, sede del Mundial de Fútbol... ¡y productor de vinos contra todo pronóstico! Esta es nuestra aproximación a esos grandes desconocidos que poco a poco se zafan del General Invierno.

L a Madre Rusia es la tierra de la Revolución de Octubre, cuna del Ejército Rojo, líderes de la carrera espacial, refugio de espías durante la Guerra Fría, nación de héroes del ajedrez, patria de Dostoyevski, sede del Mundial de Fútbol 2018, reino del vodka... ¿y territorio vinícola? A priori, el predominantemente frío clima ruso es hostil para las viñas, pero no olvidemos que es un país inmenso –el más grande del mundo- con sorprendentes y extremos contrastes, y una superficie de viñedo en explotación de 90.000 hectáreas.

Krasnodar –en el Cáucaso, frente al mar Negro y el mar de Azov– es una cálida y húmeda región sureña en la que se cultiva la vid desde hace miles de años, y donde crecen las mejores cepas de Rusia. Esta zona representa el 50% de la producción del país –y el 37% del viñedo–, aunque hay otras regiones productoras: Rostov, Stavropol y la República semiautónoma de Daguestán, todas ellas entre los mares Caspio, Negro y Azov.

La variedad más utilizada en la elaboración de vinos rusos –con un 45% de la producción total– es la uva blanca Rkatsiteli, originaria de Georgia. La Master of Wine Jancis Robinson alaba su resistencia al frío y su buena acidez, y los vinos que produce son muy particulares, con aromas florales y toques picantes.

Pero no es un caso aislado: hay más de 100 variedades diferentes cultivadas en Rusia, tanto autóctonas como importadas. Algunas de las más relevantes son la Aligoté, la Clairette, la Muscat, la Plavai, la Riesling, la Silvaner y la Traminer entre las blancas; y la Saperavi, la Severny –con sus híbridas Saperavi Saverny y Cabernet Saverny–, la Portugieser, la Merlot, la Pinot Gris y la Cabernet Sauvignon entre las tintas. Se trata de cepas que se adaptan bien a las bajas temperaturas, con sus largos y gélidos inviernos, especialmente las autóctonas Saperavi y Severny.

Para entender la situación en la que se encuentra Rusia como productora vinícola hay que sumergirse en su curiosa historia: fue el príncipe Leo Galitzine quien comercializó vinos rusos por primera vez. Lo hizo a principios del siglo xix en una bodega de Crimea, y uno de sus espumosos fue premiado con la Medalla de Oro en la Exposición de París de 1889.

Después de la Revolución Rusa, la producción de vino fue industrializada y desarrollada por empresas estatales y colectivas. Stalin democratizó el consumo del vino del país –con predilección por los dulces y espumosos– y se vivió un proceso de naturalización forzoso, ya que no había acceso a los pesticidas. En los ochenta, la antigua Unión Soviética era el cuarto mayor productor de vino mundial; aunque en los noventa la producción descendió drásticamente debido a la campaña antialcohólica del último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov.

Hoy en día, el sector vitivinícola ruso se enfrenta con dificultades al reto de satisfacer la demanda existente –7,5 litros per cápita al año– debido a la escasez de la oferta y a la tradicionalmente baja calidad de sus vinos, lo que convierte el país en un gran mercado para las exportaciones –España es el primer proveedor de vino en volumen, el tercero en valor–. En los últimos años, los vinos rusos están experimentando una notable mejoría, y este verano amenazan con robar protagonismo al vodka en los brindis mundialistas. Na zdorovie!

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