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El vino de la Última Cena

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  • Foto: GDJ / pixabay
  • Laura López Altares
  • 2022-03-24 00:00:00

En la Pascua Judía, Jesús y los doce apóstoles compartieron la cena más célebre de todos los tiempos, amenazada por la traición, pero armonizada con un vino muy especial... ¡que se elaborará en Rioja Alavesa!


El misterio que todavía rodea a la cena más famosa de la Historia, la Última Cena, es uno de los más fascinantes de todos los tiempos, incluso para descreídos irredentos. Lo que se bebió y comió durante aquel epitafio gastronómico es una suerte de confuso puzle que los historiadores llevan siglos tratando de reconstruir. Y, como en las mejores historias, un giro inesperado de guion ha tirado abajo la única certeza que habíamos atesorado hasta ahora sobre el simbólico vino que contuvo el Santo Grial –"Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, se la dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados"–: resulta que no era un tinto de Syrah, ¡al parecer era un vino blanco!
A través de las semillas halladas en unas vasijas antiguas, un grupo de técnicos israelíes ha obtenido material genético de las uvas con las que se elaboraba el vino en la Jerusalén de hace dos milenios: "No sabían muy bien lo que habían encontrado entre aquellos templos judíos, pero sí que era algo importante. Tras los estudios realizados, determinaron que correspondían a una variedad autóctona de nombre Marawi. Se sabe con certeza porque cuando llegaron los otomanos a la zona arrasaron todo el viñedo pensando que el vino era algo diabólico que los volvía locos, pero dejaron esta variedad para comerla como fruta. Esto rompe alguno de los mitos que existen desde hace 2.000 años. Cuando se convierte la sangre en vino es de suponer que tiene que ser en un vino rojo, evidentemente. Pues no, fue en un vino blanco. Y cuando hablan de la Syrah, la gente puede asemejarla porque tal vez sea la variedad que más se aproxime a sus registros olfativos, muy florales; pero teniendo en cuenta que una es tinta y otra es blanca", explica Juan Jesús Valdelana, propietario de Bodegas Valdelana y una pieza muy importante en el proyecto de recuperación de la Marawi que se inició después de esta sorpresa histórica.
La bodega familiar de Elciego, muy conocida por sus maridajes estelares –Valdelana estudió a fondo las estrellas en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, y en esta original actividad armoniza vino, gastronomía, música, mitología y astronomía a cielo abierto–, colabora con científicos de Israel para devolver a la vida el vino que se bebió en la Última Cena.
De las diversas líneas de trabajo que impulsaron, tres resultaron fallidas, pero con la cuarta están rozando el milagro: "Ha sido muy complejo, porque la Marawi está acostumbrada a vivir en el ambiente de Israel, donde un porcentaje elevadísimo del terreno es desierto de piedra viva. Pero afortunadamente ha salido adelante, fortalecida, y ya le hemos hecho la primera poda este invierno. Nos quedan tres años para obtener un 50% de su rendimiento, y un cuarto para que sea productiva al 100%".
La otra gran plantación de Marawi se encuentra en el norte de Galilea, donde también trabajan para domesticar la variedad y conseguir así un blanco más aromático: "Si Dios quiere, nunca mejor dicho, dentro de tres años podremos degustar el mismo vino que se degustó en la Última Cena, y a mí me parece algo ya mágico. Para un enólogo, eso es inaudito", cuenta Valdelana entusiasmado.
Pero la amistad fortuita entre Juan Jesús Valdelana y aquellos técnicos israelíes que visitaron por casualidad su bodega años atrás también ha dado forma a una propuesta enoturística apasionante: "Hemos hecho un lagar rupestre como en el siglo I a.C., incluso con cerámica romana que ellos han traído de las playas de Tel-Aviv. Y no solo eso, también se ha construido una almazara de aceite y un molino de trigo. ¡Vamos a hacer pan, aceite y vino como en el siglo I a.C.!".
Situada en una encrucijada de Elciego, algún día –cuando la Marawi se haga vino y verbo– ofrecerá a sus visitantes una recreación gastronómica de la Última Cena: "En octubre, los investigadores vinieron a España con sus familias, e hicimos una réplica de lo que se comía entonces basándonos en informes muy fiables", relata.
Según Juan Jesús Valdelana, de aperitivo se pudieron tomar olivas, queso de cabra y frutos secos; de primer plato, judías blancas con vegetales; de segundo, cordero asado en hornos sumergidos bajo la tierra; y de postre, dátiles. Y, por supuesto, pan sin levadura, casi tan sagrado como el vino –"Y mientras comían, Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo partió, y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo"–.
Eso sí, este curioso banquete tendrá un final mucho menos amargo, lejos de traiciones y pasiones anunciadas.


El Milagro
Como explica Juan Jesús Valdelana, el vino juega un papel fundamental en la Biblia, ya que formó parte del primer y el último milagro de Jesucristo: convertir el agua en vino –"ahí dejó de ser hombre para elevarse Dios"–, y el vino en sangre.

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