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Los vinos y el Renacimiento

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  • Laura López Altares
  • 2022-05-30 00:00:00

Entre los siglos XV y XVI, el mundo vivió uno de los momentos más decisivos y emocionantes de su Historia: la oscura Edad Media sucumbió al reinado del humanismo, la razón, la belleza... y el hedonismo.


F lorencia es magnética hasta la herida; tanto, que su feroz belleza desencadenó en uno de los escritores viajeros más famosos de todos los tiempos, Stendhal, una emoción tan salvaje como para poner nombre a un síndrome.
400 años antes de aquel vértigo, la ciudad toscana fue cuna de un movimiento artístico que cambió el curso de la Historia, rompiendo con la Edad Media y catapultando al mundo hacia la modernidad. Todas las transformaciones que impulsó el Renacimiento se sustentaron en la exaltación del hombre, medida y centro de todas las cosas. El poder del individuo, el resurgimiento de la cultura clásica, la búsqueda de la belleza guiada por la razón y el hedonismo se convirtieron en los revolucionarios pilares de una época emocionante en la que se cruzaron los caminos de algunos de los mayores genios que han habitado nuestro planeta.
Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, hijos de las onduladas colinas toscanas, compartieron raíces, talento arrollador... y una pasión por el vino que también supieron esculpir con maestría.
El impetuoso Miguel Ángel, que al dar vida a sus extraordinarias esculturas liberaba las figuras que había visualizado en el mármol –"La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba"–, escribió una poética descripción de la Vernaccia de San Gimignano, esa enigmática uva blanca que "besa, lame, muerde, abofetea y provoca una punzada".
En los alrededores de este pequeño y fascinante pueblo amurallado, las cepas de Vernaccia crecen al abrigo de un dramático skyline cortado por 14 espectaculares torres medievales. Adorada por artistas, papas y príncipes –incluso Dante la menciona en el Purgatorio de su Divina Comedia como una de las perdiciones del Papa Martín IV–, la Vernaccia DOCG de San Gimignano fue el primer vino blanco italiano en recibir este sello de calidad, aguerrida resistencia en un mar de viñas tintas.  
Quizás Miguel Ángel, que rozó el cielo pintando la bóveda de la Capilla Sixtina, encontrase la inspiración para crear su David, su Piedad, su Moisés –con esa terribilitá hipnótica– o su Baco respirando los aromas de una copa de Vernaccia... y probablemente también el impulso para hacer su propio vino.
Porque en junio de 1549, el brillante arquitecto, pintor y escultor italiano compraría una finca en Castellina in Chianti, donde todavía hoy se elabora vino (tanto en Bucciarelli Antico Podere Casanova como en Nittardi, que cada año envía al Papa las primeras botellas de su Nectar Dei recordando aquel vino que Miguel Ángel entregó como regalo al papa Pablo III).

"Creo que una buena parte de la felicidad está en los hombres que nacen donde se encuentra el buen vino", decía Leonardo da Vinci. Su centelleante ingenio, su conversación exquisita y su atractivo desbordante lo convirtieron en uno de los personajes más carismáticos del Renacimiento. Los orígenes de este excepcional pintor –también inventor, escultor, arquitecto, científico, astrónomo, músico, escritor, filósofo e incluso paleontólogo: uomo universale por excelencia– que llevó a la perfección la técnica del sfumato se sitúan en las laderas de Vinci, donde su familia cultivaba sus propias viñas.
La curiosidad insaciable fue el motor más poderoso de su existencia, que lo llevó a profundizar en la viticultura y el arte de elaborar vino. En una carta a su viticultor en Fiesole, describió un método pionero para optimizar la calidad de las uvas y el proceso de vinificación a partir del conocimiento y la observación de la naturaleza: "Si usted y los demás abrazan este razonamiento, beberíamos un vino excelente", concluía. De hecho, a partir de la reinterpretación de sus estudios de enología, Leonardo da Vinci SPA ha patentado el Método Leonardo.
Como explica Luca Maroni en Leonardo da Vinci e il vino, el mago renacentista eligió la vid como el arquetipo para la circulación universal de la savia, y exploró los efectos del vino en el alma. Además, entre los bocetos de sus asombrosos artilugios se encuentran un primigenio sacacorchos, un sistema para el secado de la uva, una barrica... ¡y hasta ideó un truco químico para convertir el vino blanco en tinto!  
En 1498, el duque de Milán, Ludovico Sforza (il Moro), regaló a Leonardo un viñedo junto a la Casa degli Atellani como agradecimiento por pintar La última cena. Aunque lo perdió cuando las tropas francesas tomaron la ciudad en 1500, lo recuperó justo antes de morir. Destruido por los bombardeos de agosto de 1943 durante la II Guerra Mundial, el viñedo de Leonardo volvió a la vida en 2015 gracias a un intenso trabajo que culminó en la apertura del Museo Casa degli Atellani y la Vigna di Leonardo.


El genio gastrónomo
Como amante del vino y la gastronomía, Leonardo hizo que en la boda de Isabel de Aragón –quien pudo haber inspirado su Mona Lisa– y Gian Galeazzo Sforza se armonizaran el queso Montébore y el singular blanco Timorasso.

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